sábado, 22 de junio de 2019

SOLSTICIO DE VERANO


Crónicas desde La Contigüidad del Cosmos


El vector geodésico de Poldemarx desde el aire. Casi puede apreciarse a simple vista el magnetismo inherente. (Foto, Enciclopedia Catalana)

Hay personas que no creen en los solsticios. Mi tía Paulita, por ejemplo, decía a quien quería escucharla que entre equinoccios y solsticios no hay diferencia, todos son lo mismo, como los políticos de izquierdas y de derechas. Mi tía Paulita no creía en los fenómenos científicos. A ella le parecía una paparrucha que, debido a la subida en flecha del magnetismo geodésico durante el solsticio, este sea propicio a cambios radicales, a la toma de decisiones importantes, a la asunción meditada de nuevas responsabilidades.

Disculpen que haya tomado las cosas de tan lejos. El apunte anterior viene a cuento de que ayer, solsticio de verano, hubo un intercambio íntimo de opiniones entre dos creyentes en los solsticios, en el restaurante La Contigüidad del Cosmos de Poldemarx.

Los dos creyentes que nos reunimos allí fuimos Angela Merkel y yo mismo. Ya sé que ustedes no lo van a creer. Lo mismo me da, yo cumplo con informarles.

Vamos a ver, ¿por qué en Poldemarx?, sería la pregunta. Respuesta: por el magnetismo geodésico. La eminencia rocosa en la que se asienta la venerable ermita de Paudemarx emite poderosas radiaciones, amplificadas en el solsticio, que de un lado atraen a colonias de cormoranes radar (¿se han fijado en cómo se posan con las alas extendidas a modo de antena para recibir mejor las ondas magnéticas?) y de otro lado sirven para despistar a los drones de la CIA y los jeques árabes, equipados con devices microlectrónicas que incorporan algoritmos de seguimiento en cualquier situación teórica. Angela (perdón, Frau Merkel) está hasta el gorro de drones, y yo mismo, a pesar de ser un sufridor nato, a veces no puedo menos que quejarme.

Disculpen si de nuevo me he ido lejos del punto. Seguramente ustedes no conocen el restaurante La Contigüidad del Cosmos. Fue acondicionado hace algunos años en una anfractuosidad de la roca caliza del Alt Maresme aprovechando una discontinuidad del espacio/tiempo, un pliegue anómalo en su superficie lisa por lo común. Es invisible para los no iniciados y no viene señalado en las guías turísticas. Se accede a él a partir de la línea mediana longitudinal de un callejón del centro urbano, pasando por varios tramos de escaleras, unas ascendentes y otras descendentes, y después de cruzar dos pasajes abovedados en recodo tapizados con mosaicos de la época del Bajo Imperio romano, que representan escenas mitológicas. Si tienen la fortuna de llegar alguna vez al espacioso comedor, decorado con pámpanos y apliques florales en policromía, tengan en cuenta que el salmorejo granaíno que ofrece la patrona es excelente, y el arroz a la cazuela, estimable. La carta de vinos ofrece alguna alternativa decente, aunque Frau Merkel prefiere siempre pedir sangría de la casa, que es infecta.

De nuevo me he ido por las ramas. En fin, Angela Merkel me comunicó la orden taxativa de que fuera a charlar allí con ella en el día preciso del solsticio para aprovechar al máximo las buenas vibraciones. Se presentó en el Maresme camuflada en una excursión colectiva a Calella de los Alemanes de amas de casa de Dusseldorf, y en Calella tomó un VTC de Uber.

─ ¿Por qué Uber, Frau Merkel? ─ le pregunté con desconsuelo.

─ ¿Por qué no, Herr Gottráiguetz?

─ Estoy en contra del capitalismo de las plataformas.

─ ¡Qué mono eres! ─ rio Angela hasta saltársele las lágrimas. Ha sido la primera y la única vez que me ha tuteado.

En cualquier caso, allí estábamos los dos sentados frente a frente, en La Contigüidad del Cosmos de Poldemarx, delante de una jarra de sangría y una ración de patatas bravas (Frau Merkel las adora), a la espera de que la cazuela de arroz con conejo cogiera el punto.

─ Al grano, Herr Gottráiguetz ─ dijo ella ─. Tengo un problema.

─ La escucho.

─ Un problema con la presidencia de la Comisión Europea. JCJ [con esa sigla se refiere Merkel de forma habitual a Jean-Claude Juncker] no lo ha hecho mal estos años, bueno, con franqueza lo ha hecho fatal; pero de una forma u otra ya es pasado. Necesitamos un relevo de garantía, alguien con una imagen respetable, capaz de inspirar confianza en la ciudadanía e incluso de tomar esporádicamente alguna iniciativa de no mucha importancia; ahora que yo ya no voy a estar más al frente.

Frau Merkel suspiró, enjugó con el pañuelo una furtiva lágrima y apuró de un trago su vaso de sangría. Yo expresé una condolencia puramente formal y le rellené el vaso.

─ La echaremos de menos, cancillera.

─ Ya me ocuparé de que sea así. Pues bien, he pensado sustituir a JCJ por alguien del Sur, para variar. El Sur está de moda. Hay muchas energías renovables a disposición en estas tierras soleadas.

─ El Sur es un concepto muy amplio, cancillera.

─ Ya. Había pensado en un catalán.

Parpadeé. Frau Merkel siguió desarrollando su idea.

─ La idea me la dio Piel de Elefante Rajoy. Solía decir: “Me gushtan los catalanesh porque hacen coshash”. ¿Lo recuerda?

─ Apenas ─ dije. Los dos nos reímos con ganas, y nos servimos más sangría. Frau Merkel pidió otra jarra de lo mismo al patrón. Yo me sentía, sin embargo, un poco inquieto por sus intenciones.

─ ¿Catalán o catalana, cancillera? ─ la sondeé.

─ Catalán. Mujeres no de fiar, siempre demasiadas iniciativas propias. Hombres, más manejables ─ respondió ella, sin recato ni consideración a mi condición masculina. Seguí sondeándola.

─ ¿Está pensando en un socialista, cancillera? ¿Josep Borrell? ¿Miquel Iceta?

─ No Borrell, no Iceta, no socialista ─ dijo Merkel, categórica ─. Quiero alguien más centrista, más dúctil, menos rigorista, con visión europea más amplia y flexible.

Me eché a temblar de forma incontenible. Traté de sujetarme las manos para aquietar los espasmos. Frau Merkel me observó con curiosidad.

─ A mí también me pasa eso últimamente ─ observó.

Hubo una pausa. La patrona apareció con la cazuela del arroz. Frau Merkel se sirvió generosamente y empezó a chupar los huesos del conejo cogiéndolos con los dedos. Yo la imité sin escrúpulo en todo: en las dimensiones de la ración y en el dedazo.

Eché una ojeada alrededor. En un rincón discreto vi a Karla, el espía estrella de Putin, sentado en una mesita para uno, enfrascado en dar cuenta de un plato de canelones.

─ Hay moros en la costa ─ dije a Frau Merkel, señalándolo con apenas un gesto de la barbilla.

─ No es moro, es Karla ─ me contestó tan fresca ─. No importa. Mejor que Vladimir se entere cuanto antes.

─ ¿Entonces, el nombre…? ─ me atreví por fin a preguntar.

─ Alberto Carlos Rivera.

Estaba preparado para lo peor, de modo que lo peor no me pilló desprevenido. A unos metros de distancia, Karla dejó caer al suelo el tenedor y se agachó a recogerlo.

─ ¿Qué opinión puede darme al respecto, Herr Gottráiguetz? ─ me preguntó Frau Merkel en tono frívolo. Tiene en gran aprecio mi opinión, o eso dice por lo menos, desde que le ayudé a aclarar (en realidad, a oscurecer bajo un velo de conveniencia) el misterioso caso del robo de las joyas de Madame Lagarde.

Medité profundamente la respuesta que iba a darle. Sopesé los pros y los contras.

─ Excelente elección, Frau Merkel ─ acabé por decir ─. Rivera está suspirando por un empleo bien remunerado. Aceptará el marrón sin darle muchas vueltas y se lo comerá sin protestar. En la presidencia de la Comisión será inocuo, aproximadamente y dentro de lo que cabe. Aquí nos libraremos de un muermo ya amortizado y en rápida obsolescencia. Felicidades. No podía haber escogido mejor.

Merkel dio un suspiro de satisfacción. Desde la distancia, Karla me hizo un gesto alzando el pulgar. Al parecer, todos estábamos de acuerdo.

─ Me alegra mucho que piense así, Herr Gottráiguetz ─ dijo Frau Merkel siempre en el mismo tono frívolo, y entre bocado y bocado de arroz ─. Eso me evita tener que sacar a relucir al candidato de mi plan B, con el riesgo de posibles contraindicaciones en relación con nuestros socios españoles del grupo popular europeo. Todo irá más rodado de este modo.

Karla pidió la cuenta, unos metros más allá. Un rayo de sol asomó en la esquina de una ventana orientada a mediodía y atravesó en oblicuo el comedor, como un mensaje del Espíritu Santo en un cuadro de Fra Angélico.

─ Líbreme de una curiosidad, cancillera ─ dije aún, mientras hacía como que bebía un sorbo de aquella sangría infecta ─. ¿Quién era su potencial candidato B?

─ Carles Puigdemont ─ me respondió Frau Merkel. Karla tosió con discreción al pasar a mi lado en dirección a la puerta. Yo le respondí con un guiño de ojo.

Bienvenido, solsticio de verano.