Velero de tres palos entre antenas, un anacronismo ocurrido en Sant Pol, Fira del Mar 2019.
Desde mi terraza.
Esto es lo que dice
Javier Aristu en un post reciente de su blog En Campo Abierto (1): «Y,
si echamos la vista hacia atrás solo cinco años, la mirada nos lleva a un ciclo
dislocado y cambiante como pocos ha habido en la reciente historia de nuestro
país y, repito, de Europa.»
Aristu señala cómo hemos vivido en el país (y sí, claro, también
en Europa, de una manera particularmente escandalosa porque estábamos
acostumbrados a esperar mayor estabilidad y equilibrio en esa instancia
constitutiva de nuestro ser-en-el-mundo) un poderoso seísmo que lo ha
trastocado todo dejando en pie, sin embargo, algunos cimientos y algunas
estructuras.
Y eso que permanece, frente a tantas desapariciones como
se han ido produciendo de forma atropellada a lo largo del ciclo quinquenal
dislocado, resulta incluso más sorprendente e inexplicable que lo que se ha ido
por el desagüe. Es un anacronismo seguramente la reconquista de la fortaleza
por parte del PSOE, después de tantos desvanecimientos y tantos transformismos
indisimulados; así como la continuidad disminuida del voto al PP, a pesar del cerco
judicial a una corrupción desaforada y de una propuesta política infumable, basada
para todo lo fundamental en la foto de Colón.
En contraste, la penalización sufrida por Podemos ha
resultado tan excesiva, como inconcebible parece la atípica parábola trazada
por Ciudadanos desde el delfinado in
pectore hasta ninguna parte, pasando a lo largo de su trayectoria por los éxitos
más lisonjeros en los debates de campaña y en los sondeos.
También deben añadirse a esas permanencias, ancladas en
un fondo estructural muy asentado y prácticamente inamovible, el despuntar de
Vox, que es la reaparición agresiva de un neofranquismo tonante contra la
democracia portadora de calamidades sin cuento, y los dos nacionalismos
periféricos de Euskadi y de Catalunya, más reposado ahora el primero aunque con
el ascenso de Bildu como aviso a navegantes, y dislocado el catalán en las
formas pero consistente y pugnaz en su propuesta de fondo.
Quizás todas esas permanencias constatables en las superestructuras
ideológicas, en un momento de quiebra profunda y de desgarro en la condición
material de las personas, provenga de un fondo comunitario de sabiduría antigua que debemos creo que
a Ignacio de Loyola, si fue él quien acuñó el axioma “En tiempo de tribulación,
nunca hacer mudanza”.
La Historia del tiempo futuro no está escrita, sin
embargo (lo dice muy bien Aristu). También las actuales permanencias
superestructurales pueden disolverse en la nada de pronto.
Puede que, si conseguimos dar un final adecuado a la
tribulación, la mudanza tome nuevo impulso y se acelere. La Constitución cambiaría
a partir de un nuevo consenso; la monarquía perdería sus privilegios más que
obsoletos; alborearía una nueva República de corte federal; nuevos sujetos políticos se harían portavoces de nuevas exigencias y reivindicaciones de derechos para todos.
Si conseguimos dar fin a tanta tribulación de la
ciudadanía y corregir la dislocación patológica del ciclo.