miércoles, 5 de junio de 2019

EL CICLO DISLOCADO



Velero de tres palos entre antenas, un anacronismo ocurrido en Sant Pol, Fira del Mar 2019. Desde mi terraza.

Esto es lo que dice Javier Aristu en un post reciente de su blog En Campo Abierto (1): «Y, si echamos la vista hacia atrás solo cinco años, la mirada nos lleva a un ciclo dislocado y cambiante como pocos ha habido en la reciente historia de nuestro país y, repito, de Europa.»

Aristu señala cómo hemos vivido en el país (y sí, claro, también en Europa, de una manera particularmente escandalosa porque estábamos acostumbrados a esperar mayor estabilidad y equilibrio en esa instancia constitutiva de nuestro ser-en-el-mundo) un poderoso seísmo que lo ha trastocado todo dejando en pie, sin embargo, algunos cimientos y algunas estructuras.

Y eso que permanece, frente a tantas desapariciones como se han ido produciendo de forma atropellada a lo largo del ciclo quinquenal dislocado, resulta incluso más sorprendente e inexplicable que lo que se ha ido por el desagüe. Es un anacronismo seguramente la reconquista de la fortaleza por parte del PSOE, después de tantos desvanecimientos y tantos transformismos indisimulados; así como la continuidad disminuida del voto al PP, a pesar del cerco judicial a una corrupción desaforada y de una propuesta política infumable, basada para todo lo fundamental en la foto de Colón.

En contraste, la penalización sufrida por Podemos ha resultado tan excesiva, como inconcebible parece la atípica parábola trazada por Ciudadanos desde el delfinado in pectore hasta ninguna parte, pasando a lo largo de su trayectoria por los éxitos más lisonjeros en los debates de campaña y en los sondeos.

También deben añadirse a esas permanencias, ancladas en un fondo estructural muy asentado y prácticamente inamovible, el despuntar de Vox, que es la reaparición agresiva de un neofranquismo tonante contra la democracia portadora de calamidades sin cuento, y los dos nacionalismos periféricos de Euskadi y de Catalunya, más reposado ahora el primero aunque con el ascenso de Bildu como aviso a navegantes, y dislocado el catalán en las formas pero consistente y pugnaz en su propuesta de fondo.

Quizás todas esas permanencias constatables en las superestructuras ideológicas, en un momento de quiebra profunda y de desgarro en la condición material de las personas, provenga de un fondo comunitario de sabiduría antigua que debemos creo que a Ignacio de Loyola, si fue él quien acuñó el axioma “En tiempo de tribulación, nunca hacer mudanza”.

La Historia del tiempo futuro no está escrita, sin embargo (lo dice muy bien Aristu). También las actuales permanencias superestructurales pueden disolverse en la nada de pronto.

Puede que, si conseguimos dar un final adecuado a la tribulación, la mudanza tome nuevo impulso y se acelere. La Constitución cambiaría a partir de un nuevo consenso; la monarquía perdería sus privilegios más que obsoletos; alborearía una nueva República de corte federal; nuevos sujetos políticos se harían portavoces de nuevas exigencias y reivindicaciones de derechos para todos.

Si conseguimos dar fin a tanta tribulación de la ciudadanía y corregir la dislocación patológica del ciclo.