Los resultados de
las elecciones autonómicas y municipales han venido a corregir la impresión
inicial de que el camino de Pedro Sánchez hacia la investidura sería un
paseíllo triunfal sobre la alfombra roja. La democracia es compleja, y el país
también lo es: una y otro tienden a primar los equilibrios de fuerzas y descalificar
las escapadas en solitario.
La pregunta ahora
es qué podrá hacer Pedro Sánchez una vez instalado en el gobierno. Descarto la
posibilidad ─que existe─ de que finalmente no sea investido y vayamos a una
repetición de las generales. La descarto porque sería indicio de una fragilidad
inesperada en un hombre ─y en un equipo admirable y compacto de personas─ que
han dado muestras hasta ahora de una solidez psicológica y política notable.
Sánchez no tiene
Madrid, y Madrid va a configurarse como centro de maniobra alternativo de las
tres derechas. Es un inconveniente serio, pero nada más. De hecho, en la etapa
Rajoy Madrid ejerció como segunda en el mando, y la conexión telepática entre
gobierno estatal y gobierno comunitario funcionó en la forma de una lógica de
fondo recentralizadora guiada por una mentalidad administrativa: dar un trato
uniformemente burocrático a todas las entidades jerárquicas subalternas, pese a
sus muy diferentes pesos específicos y dinámicas. Madrid ocupaba un rango
aparte en ese organigrama porque ejercía por las mañanas de autonomía y por las
tardes de capital del reino. Omito en este análisis esquemático la presencia continuada de la corrupción,
que alimentó la fórmula y se retroalimentó de ella.
La contradicción
ideológica entre el gobierno central y el autonómico madrileño tal como van
presumiblemente a quedar configurados, romperá la vieja dinámica y puede dar mayor
protagonismo a algunas autonomías punteras y a grandes ciudades de negocios como
Barcelona, Valencia y Sevilla. Euzkadi y Navarra seguirán como hasta ahora:
desligadas ya antes de la dinámica recentralizadora, ni van a ganar ni a perder
en la nueva situación.
No hay nada escrito
al respecto, sin embargo: lo que aparece son ventanas de oportunidad para
cambios en las coordenadas de país y en los ejes principales de circulación de las propuestas innovadoras. Las dinámicas capaces de empujar adelante las posibilidades presentes en esta situación no
vendrán solas; va a ser necesario crearlas.
Valencia está hoy en
una posición óptima para aprovechar las oportunidades que se abren. Sevilla va
a verse previsiblemente frenada por el “pacto a la andaluza” que las tres
momias incorruptas de Francisco Franco intentan extender desde allí al conjunto
del territorio.
Y Cataluña tendrá
que detener una acusada parábola descendente y reajustar con urgencia sus
potencialidades reales. Que eso no va a ser fácil se demostró en la ceremonia
institucional de la toma de posesión de la alcaldía por Ada Colau. El cruce de
la emblemática plaza de Sant Jaume se vio amenizado por insultos (“putas,
guarras, zorras”, ¡todo tan previsible!) y un intento de botellazo. Las/los
concejales del bloque independentista jaleaban a los manifestantes y se
abrazaban a ellos, según cuentan testigos del suceso. Debió de ser eso lo que Meritxell Budó había
anunciado como una “respuesta de país”.
El “país” tendrá
que elevar mucho el listón de su respuesta si quiere situarse en consonancia
con el nivel de las potencialidades de la nueva etapa que se abrirá, ya sin más
dilaciones, con la investidura de Pedro Sánchez.