domingo, 16 de junio de 2019

LA LECCIÓN DE VALLS


Allí donde las derechas han tenido la lista más votada, han sostenido que ese era el resultado electoral que debía ser reconocido por todos; donde no la han tenido, después de unos comicios en los que, en conjunto, el voto popular les ha descalificado ampliamente, las mismas derechas han impuesto unas reglas del juego diferentes para medrar.

El débilmente insinuado cordón sanitario a Vox ha saltado en pedazos al primer envite. Sigue en pie, por el contrario y con el apoyo activo de Vox, la intención de imponer para la investidura de Pedro Sánchez un cordón sanitario respecto de los independentistas catalanes y vascos.

Es la misma lógica espuria que han querido aplicar las derechas independentistas catalanas ─llámense o no esquerres─ en la constitución de los ayuntamientos. Han formado las mayorías que les ha parecido donde han podido, incluidas intentonas bastante chuscas, en Santa Coloma de Farners por ejemplo; pero han reivindicado con fuerza el tabú de la lista más votada en Barcelona. Por conveniencia, no por ética.

Y solo les ha fallado la jugada porque el abominado Manuel Valls ha dado una lección de principios políticos inédita en el mercado persa de cambalaches recíprocos en el que se han convertido los consistorios.

Ha dado al rival que le parecía preferible su voto decisivo, a cambio de nada.

En “Públic” (la sección en catalán de “Público”), un artículo de Marc Font analiza los programas municipales de BeC, ERC y PSC, y concluye que existía una coincidencia del 83% entre BeC y ERC, y tan solo un 32% entre BeC y PSC. Consecuencia que extrae: «Si la voluntat era tancar un acord de govern basant-se en les coincidències programàtiques, el pacte més lògic era entre ERC i Barcelona en Comú

Dicho de otra manera: si prescindiéramos del punto programático primero y crucial entre todos los puntos posibles, y del que deriva la escisión en dos partes irreconciliables del electorado catalán, Colau habría hecho mejor entregando el bastón de mando a Maragall.

¿Por qué tendría BeC que prescindir de ese punto ─la implementación de la República catalana─ en su trato con ERC, y por qué en cambio debía ser una exigencia ética ineludible para la formación no contaminarse con los votos de Manuel Valls? En el fondo de esta cuestión aparece el mismo tipo de lógica camaleónica que el procesisme está utilizando en todas sus argumentaciones. A saber: es democrático lo que me conviene a mí, no lo es lo que a mí no me interesa.

Nadie pone objeción a que el independentismo catalán y las derechas tríplices españolas utilicen con laxitud los aspectos meramente formales de la norma democrática en el sentido en el que más les convenga; pero no es de recibo que intenten obligar a las izquierdas a un compromiso ético mucho más estricto que el que ellas mismas asumen.

Pedro Sánchez hará bien en aceptar en su investidura votos que no desea, a fin de afirmar con ellos puntos esenciales en los que coincide una mayoría amplia del electorado. Después, cada cual a lo suyo. Sería exquisitamente absurdo que cuando el voto de Vox ha derribado la lista más votada de Carmena en el Ayuntamiento de Madrid, Sánchez prefiriera entregar a Vox y sus cómplices el gobierno de la nación, por escrúpulo de apoyarse en Bildu.