En el relato
independentista solo hay una matemática posible para Barcelona: ERC y JxCat
tienen a su alcance la mayoría con solo convencer a los Comuns de que se sumen
a un frente amplio independentista.
Y es que el Tete, el
hermano pequeño, había irrumpido en la batalla electoral para ganarla. Sí o sí.
Era el as de triunfo, el peso decisivo en la balanza, el nexo reconocible entre
la antigua ciudad olímpica abierta al mundo y la futura capital virtual de una
república encerrada en sí misma con un solo juguete.
Una parte de los
Comuns ardía en deseos de sumarse a la gran epopeya. Ya lo había hecho antes de
la campaña: en las fotos de la jornada electoral aparecen sonrientes Elisenda
Alamany y Joan Josep Nuet, que dejaron abruptamente sus dirigencias en la
formación que comandaban para colocarse en la proximidad carismática del Tete.
La brusca
transición de Alamany y Nuet respondía a la previsión razonable de que al final
de la escapada les aguardaba un paseíllo triunfal. No fue exactamente así. Algo
salió mal. Algo sale mal siempre, en los planes mejor pensados. No importa. El
único problema ahora es presionar a Colau para que dé su brazo a torcer.
No es fácil. Cuando
se dan semejantes sacudidas a una organización, hace falta mucho tacto para
convencerla luego de que colabore en el mismo impulso previamente dirigido a
romperla por dentro. Tanto más, cuando existe igualdad numérica entre los dos
bloques, y superioridad de uno de ellos en las posibilidades de establecer sinergias
con fuerzas exteriores.
El argumento que se
intenta utilizar, entonces, es el de la existencia de un deber moral de los
Comuns hacia un país roto (¿por quién?), humillado por la España madrastra (que
tiene la desfachatez de devolver las bofetadas que le fueron propinadas con
tanta alegría), y con “presos políticos”. El metro de platino iridiado con el
que medir la cantidad y calidad de la democracia en el seno de la sociedad
catalana, sería el independentismo. El independentismo en estado puro equivaldría
al ejercicio de la libertad de expresión; de la “única” libertad de expresión, además,
ya que el resto de expresiones libres realmente existentes no están debidamente
homologadas desde el Govern y, en consecuencia, no constan.
Sin embargo hay
otras mayorías posibles en Barcelona, todas ellas difíciles. Milagros Pérez
Oliva señala, en elpais, cómo existe una base política de izquierda claramente
mayoritaria (Comuns, PSC, ERC) que debería ser tomada en consideración, porque
además es la más lógica, la más factible y también la más democrática. «Ernest
Maragall no puede reaccionar como si no existiese, manteniendo su oferta de
pacto preferente con Junts per Catalunya y colocando el pacto independentista
por encima de todo.»
El problema en este
caso es que Comuns y ERC parecen ser incompatibles tanto en el formato avanzado
por el Tete como en el que señala Milagros y desea Colau. Los agravios
acumulados en las respectivas organizaciones son tantos que no es fácil que
vayan juntos a ninguna aventura, ni por el sendero de la independencia ni por
el de las políticas de progreso.
De otro lado, el
Tete no ha llegado hasta aquí para hacer avanzar políticas de ningún tipo, ni
le interesan en el fondo, sino para sentarse en la poltrona principal. Es la
última ocasión de que dispone para intentar ese asalto, y desde el punto de
vista psicológico le resulta repugnante ejercer de oficial subalterno en el
mismo barco en el que su hermano más listo fue capitán.
Descartadas entonces
las dos mayorías absolutas virtuales, va a ser necesario armarse de grandes
dosis de paciencia, tragar algunos sapos y buscar con afán y con lucidez alguna
salida viable al laberinto matemático. Desde aquí deseo suerte a quienes
emprendan la vía fatigosa de los amores difíciles, poco agradecida sin duda, pero
remuneradora a la larga.