miércoles, 19 de junio de 2019

MIL Y UNA MUJERES MUERTAS



La princesa Shehrezade, símbolo de supervivencia femenina durante mil y una noches frente a la rutinaria “violencia intrafamiliar” del sultán. Mil y una Shehrezades, sin embargo, han muerto en España a manos de sus sultanes respectivos, desde 2003,

Mil mujeres han muerto víctimas de violencia de género en España desde que en 2003 empezaron a contarlas. Murieron muchas antes de esa fecha; también después, han muerto algunas que no han sido contabilizadas debido a que no encajaban en el criterio administrativo. O sea, si un energúmeno se lleva por delante a la mujer y a la cuñada que intentó defenderla, la mujer vale como víctima de género, pero la cuñada no. La cuñada entra en otra casilla y es contabilizada en otra estadística, en función de parámetros distintos.

Lo mismo ocurre con los hijos/as; unos, muertos en el mismo rapto de ira justiciera; otros, huérfanos.

Quedémonos con la cifra redonda, sin embargo. Mil mujeres. Más una, dado que fuera ya de cómputo ha aparecido el cuerpo de Mònica Borràs enterrado en el jardín de la casa de su ex pareja, en Terrassa.

Mil y una. De ellas sería plausible descontar a muchas, siguiendo los criterios penales de la Audiencia de Pamplona: las que se lo merecieron, las que provocaron, las que lo pedían a gritos, las que hacían la vida imposible al santo varón hasta que un día perdió la paciencia. La casuística es infinita. Si las descontamos con tanto cuidado discriminatorio, quizás únicamente deberíamos contabilizar a tres, Santa María Goretti por supuesto y dos más, una de ellas dudosa.

Quizás sea esa la razón por la que el nuevo alcalde de Madrid ha retirado de la plaza de la Cibeles las pancartas contra la violencia de género que había mandado colocar la Abuelita. De esas cosas no se habla. La forma más adecuada para hacer desaparecer la violencia de género, según el nuevo consistorio, es no hablar de ella. Silenciarla. Clasificarla como “violencia intrafamiliar”.

[ José Luis Martínez-Almeida ha extendido la doctrina del silencio administrativo también a otras áreas: la contaminación atmosférica, por ejemplo. Se supone que no hay contaminación, si no se combate: entonces, es no solo posible sino loable dar paso libre a toda clase de vehículos por el casco urbano, y permitir los libres atascos de la circulación en Madrid Central. Tan típicos, tan bonitos, tan añorados por Isabel Díaz Ayuso. ¡Dios! La Abuelita no hacía más que regañar a todo el mundo y dar malas noticias. ¡Cuánto mejor se está sin sus cantarelas, todos piripis de dióxido de carbono after hours! ]

¿Quién dice que las derechas no tienen un plan de país? Son las pioneras de un nuevo “Estado del bienestar añejo” en el que tiene generosa cabida la violencia intrafamiliar dentro de un orden acorde siempre con las tradiciones; y también la respiración gozosa de esa atmósfera espesada por los tubos de escape que por lo demás tampoco antes, cuando el aire venía puro de la sierra, era inocua, como se comprueba en el refranero: «El aire de Madrid, que mata a un hombre y no apaga un candil.» 

Cualquier hombre en este Madrid recasticizado podrá ser un sultán, y cualquier mujer, su Shehrezade. Dependerá de ella únicamente sobrevivir a cada velada y ver la luz del alba siguiente. Habrá de aguzar su ingenio para entretener a su hombre con historias y leyendas, de modo que nunca caiga en el tedio y el aburrimiento. Le va el cuello en el lance. Ninguna institución municipal la va a amparar de la rutinaria violencia intrafamiliar, que es algo muy nuestro, muy enraizado y muy entrañable.

Con el pequeño inconveniente añadido de que mata, eso sí. Como los atascos de tráfico.