Ada Colau lloró en su rueda de prensa (“hemos oído que
nos llamaban de todo”) y adelantó que posiblemente esta sea su última etapa en
la política activa. “Pienso en mis hijos”, señaló.
El candidato de la parte contraria, Ernest Maragall,
destacó a su vez el hecho irrefutable de que, de haber accedido Colau a “pactar”
─es decir, a abandonar la alcaldía en manos de gentes “in” (inexpertas, incompetentes,
independentistas, indignas)─, “el ambiente en la plaza de Sant Jaume habría
sido muy distinto.”
Es tanto como decir que Colau ha recibido lo que se
merecía.
Ya lo sabíamos, por otra parte. Meritxell Budó nos lo
había anticipado. Pueden reprocharse al independentismo muchas cosas, pero no
falta de claridad en el trato que está dispuesto a dar a cualquiera que rompa
la unidad última de propósito enraizada en los valores de la tribu. A quien no
haga piña, le lloverán piñas.
Crecen los trolls, y su radio de acción es
progresivamente más amplio. En Santa Coloma de Farners fue necesaria la
intervención directa del Molt Honorable para impedir una alianza incómoda de
ERC con los socialistas nefandos, en perjuicio de JxCat. Lo mismo que
encontraba contra natura Maragall el Chico en Barcelona, lo aprobaban sus
partidarios en el mismísimo feudo del exponente máximo de la unidad de destino.
El cual terció en persona en la contienda, después de
haberlo hecho por la brava su cónyuge, amparados ambos en una concepción de la
democracia que se parece al viejo caciquismo como dos gotas de agua.
Mientras tanto, elpais publicó ayer una noticia desestabilizadora:
la cancelación por parte de Twitter de 130 cuentas fake (1). Tales cuentas, que según todos los indicios no son las únicas pero sí las rigurosamente verificadas, iban dirigidas a la amplificación de
determinadas campañas de opinión, y estaban directamente vinculadas a políticos
de ERC. Alfred Bosch, que fue portavoz del grupo municipal de ERC en Barcelona hasta
el Santo Advenimiento del Chico, habría ejercido al parecer el papel de corifeo
más activo en ese troleo virtual a la oposición unionista en general y a la
alcaldesa de Barcelona en particular.
Dudo que Alfred Bosch supiera reconocer la democracia y
el juego limpio en política ni sirviéndosela en bandeja, cocinada al horno y
con guarnición de patatas. Por desgracia, no está solo; las cifras estadísticas
indican un proceso de crecimiento acelerado de los trolls en el circo catalán.
Y no solo en el catalán, para ser justos. Lo que está
ocurriendo en latitudes más o menos vecinas viene a evidenciar que el acoso y
el troleo se están convirtiendo en una continuación de la democracia por otros
medios.