viernes, 17 de enero de 2020

FELLINI CUMPLE CIEN AÑOS



Marcello Mastroianni, alter ego de Fellini, junto a sí mismo de niño con uniforme colegial historiado, en el pasacalle final de “Otto e mezzo”.



Leo la conmemoración del cineasta Fellini que hace Daniel Verdú en elpais (“La profecía de Fellini cumple cien años”) cuando está fresca en mi memoria la biografía de Dante escrita por el profesor Marco Santagata (Dante. La novela de su vida, Cátedra 2018, traducción de Giovanna Gabriele). En los dos casos se insiste en la condición de “profetas” reconocidos, de Dante y de Federico, y en las distopías enormes que fueron la Commedia del primero (un nuevo género, en una nueva lengua culta) y las comedias del segundo, por ejemplo Otto e mezzo o Amarcord, en las que se representa a la vez como niño y como adulto en la misma escena, y en las que las personas que le rodean conviven oscuramente con sus recuerdos y sus fantasmas.

Cuenta Santagata que contó Boccaccio que las mujeres señalaban a Dante por la calle y se susurraban entre ellas: “Ese es el que va y viene a voluntad a los infiernos, y habla con los muertos, y sabe todo lo que ha sucedido y lo que va a suceder.” Y Dante las escuchaba con una semisonrisa, y no las contradecía. Ejemplares manuscritos del Infierno y del Purgatorio circulaban ya entre los amigos y los círculos intelectuales de la “sierva Italia” del norte y el centro, dividida en multitud de señorías minúsculas y enfrentadas; el renombre del autor crecía, y su fama (precaria siempre) de personalidad sobrehumana y de poseedor del don de la profecía le proporcionaba un aura de inmunidad, poco consistente tal vez, pero en todo caso beneficiosa para un exiliado necesitado permanentemente de refugios y de protectores por haber sido sentenciado en su patria a la muerte por decapitación.

Cavilo que Fellini ha sido en nuestra época lo más parecido a lo que el Alighieri había sido en la suya: una personalidad desbordante e inclasificable, un hombre de una sensibilidad exacerbada, y un crítico implacable y cargado de retranca de los usos y los vicios de las autoridades religiosas y civiles (el papa y el emperador, los “dos soles” que iluminaban el mundo según Dante) que gravitan secular y pesadamente sobre el pueblo menudo.

La última obsesión de Fellini antes de morir, según cuenta Verdú, fue Silvio Berlusconi, conjunción acabada del condottiero capaz de reunir en su persona el poder espiritual (la televisión) y el temporal (la jefatura del gobierno) gracias a su carisma ante las masas. Federico murió el mismo día en que Silvio lanzó el logotipo de Forza Italia, en 1993 (*). Tenía escrito un guión según el cual el Cavaliere se adueñaba de Venecia para convertirla en un plató televisivo, donde el Gran Canal pasaba a llamarse Canale 5.

Viene a sumarse el “año Fellini” a las conmemoraciones de otras personalidades del universo artístico que ejercieron de adelantados a su época: Leonardo, Beethoven. En todos ellos, como en el viejo Dante, que murió en Ravenna el 13 de setiembre de 1321 por lo que su centenario nos tocará el año que viene, se da un ingrediente descomunal, de alguna manera. Fueron personajes que rompieron moldes muy encastrados en sus sociedades. Si otra cosa no, merecen el gesto respetuoso de que nos quitemos metafóricamente el sombrero ante ellos.

También lo ha merecido, sin la menor duda, Federico Fellini.


(*) El sindicalista y sociólogo italiano Bruno Trentin anotó en su Diario, que utilizaba para menesteres muy distintos, la muerte de Fellini, con el comentario de que representaba todo lo que más odiaba y más amaba de su país.