Giuseppe Di Vittorio. Es de
urgente reconsideración a todos los efectos la definición que dio del sindicato
el líder y maestro italiano.
En el nuevo
gobierno progresista de España, no hay ningún perfil ministerial procedente del
área del sindicalismo ampliamente entendido.
No tenía por qué
haberlo, muy cierto. No lo ha habido desde hace bastantes años, aunque en
tiempos fue costumbre en los gobiernos del PSOE incluir a un cuadro dirigente
de la UGT, bien fuera para un barrido o para un fregado, como sucedió en el
caso del ministro Corcuera.
No ha llamado la
atención la ausencia de expertos o expertas procedentes de esta área de la
actividad política.
¿Política? ¿Desde
cuándo el sindicato hace política?, se me dirá desde diferentes puntos de la
rosa de los vientos. Insisto: política. El sindicato hace política todos los
días; hace política sin querer incluso, igual que el burgués de Molière hablaba
en prosa sin saberlo.
No estoy
reivindicando nada, aclaro; solo reflexiono sobre un pormenor que no ha llamado
la atención de nadie.
Habría llamado la
atención lo contrario, dado que la tendencia es seleccionar las ministras y los
ministros dentro del ámbito del alto funcionariado, validados por unas
oposiciones y unos títulos y másteres universitarios que todas/todos se apresuran
a exhibir, y si no los tienen, a inventar.
El sindicalismo no
responde a ese preciso perfil meritocrático. Responde más bien a una determinada
esfera de actuación de la ciudadanía en el terreno social, en la que la política
propiamente dicha ha acabado por no interferir, reconociéndole una autonomía que de
otro lado fue duramente disputada y conquistada en su momento.
La contrapartida de
esa autonomía, sin embargo, ha sido la privación de la política. “De acuerdo,
no pisaré tu terreno, pero tú tampoco vas a entrar en el mío.”
¿Tiene alguna razón
de ser esa separación de territorios tan marcada? ¿Es funcional, se adecua a
alguna división concertada entre sujetos políticos para cubrir mejor y de forma
más organizada las tareas comunes?
Me temo que no. Se
ha roto la correa de transmisión que existió bajo un paradigma distinto entre
el partido político de masas y el sindicato que se encargaba de la presión
desde abajo; pero lo que ha quedado después es la incomunicación entre los dos
territorios. No se da una sinergia útil, sino una dispersión de esfuerzos que
deja más desprotegida a la base social.
Según una definición
de Giuseppe Di Vittorio, el líder de la primera CGIL, el sindicato «no es solo
un sujeto social sino político, libre, autónomo, democrático, no único ni
obligatorio, y sobre todo unitario, ya que la unidad sindical es un valor en sí
mismo, e incluso un modo de analizar la realidad.» (1)
Las instituciones
no son inmutables, no navegan como grandes paquebotes por el mar de la historia
o de las historias. Cambian. El Estado, el partido político, la comunidad
internacional, la economía, la empresa, el sindicato, la política…, todas esas
realidades no tienen un significado unívoco, al hablar de ellas no se está
hablando siempre de lo mismo.
Hoy la vocación
política del sindicato debe encontrar formas de expresión, de participación y
de cooperación con las instituciones y con los movimientos, que no han sido
conocidas ni previstas en épocas anteriores.
Solo la inclusión
de la “anomalía” sindical en un contexto político y económico que desprecia el
trabajo subordinado como no significativo y de algún modo insignificante para
el “progreso” del concierto de las naciones, permitirá vislumbrar primero, y
alcanzar después, soluciones equitativas y sostenibles para nuestro mundo
globalizado.
(1) Cito a Iginio
Ariemma, en un texto que tiene hoy resonancias “retro” o “vintage”, por las
personalidades a que se refiere, pero también una actualidad y una urgencia
apremiantes. Se trata de Foa, Trentin y
el socialismo libertario, en el volumen “Vittorio Foa e le trasformazioni della
società italiana”, Ediesse 2011.