Retrato de Penélope Fitzgerald,
nacida Knox, hacia la época en la que empezó a destacar como escritora.
En “A la deriva” (Offshore, Impedimenta 2018, trad. de
Mariano Peyrou), Nenna es una mujer canadiense que vive en una gabarra anclada
en el Támesis, junto al puente de Battersea. El marido se ha ido de su lado,
dejando en una penumbra más bien vaga cuándo volverá, ni siquiera si tiene
intención de volver. Esa circunstancia no afecta demasiado a las dos hijas,
Martha y Tilda, que no parecen tener problemas para adaptarse a una vida en el
margen, no exactamente en tierra ni en el agua.
Nenna es una de las
típicas heroínas de Penélope Fitzgerald (1916-2000). Es animosa, eficiente y
está llena de buena voluntad, cuestiones todas ellas de las que el entorno en
el que se mueve no parece darse cuenta. Ella se esfuerza, sin embargo, en
alcanzar una modesta felicidad por el procedimiento de ser lo más parecida posible
a ella misma, es decir, cultivando su originalidad y su autonomía; y de otro
lado, tratando de ser útil a las personas con quienes interactúa, prestándoles de
forma desinteresada cualquier servicio que se ofrezca y esté en su mano.
Ustedes han
conocido a esa peculiar heroína moderna gracias a La librería, la novela en parte autobiográfica de Fitzgerald que
Isabel Coixet llevó a la pantalla con una sensibilidad exquisita.
En “A la deriva”,
como había empezado a contarles, Laura pregunta de sopetón a Nenna: «¿Qué tal es
vivir sin tu marido?» Y añade, de forma bastante ominosa: «Supongo que las
noches serán frías.»
Nenna le responde
con un catálogo de las cosas que los hombres saben hacer, y ella no. Es un
catálogo revelador. He aquí la cita completa (pág. 37):
«No puedo hacer las
cosas que las mujeres no saben hacer ─dijo─. No puedo pasar las páginas del Times sin que se me arruguen, no sé
plegar un mapa como corresponde, no sé descorchar botellas, soy incapaz de clavar
un clavo y que me quede recto, no puedo entrar en un bar y pedir una copa sin
preguntarme qué pensará la gente y no puedo encender cerillas en dirección a mi
cuerpo. Soy una persona culta y tengo dos hijas y me las apaño bastante bien, y
hay un montón de cosas mucho más importantes que sí sé hacer, pero no sé hacer
esas, y cada vez que tengo que hacer alguna de ellas, me dan ganas de echarme a
llorar.»
Richard, el marido
de Laura, acude de inmediato protectoramente al rescate:
─Estoy seguro de
que podría enseñarte a plegar un mapa. No es tan difícil, cuando le coges el
tranquillo.
Nenna habla con el
corazón en la mano pero cabe sospechar que Penélope, la escritora, estaba
tirando de ironía. Cosa que se confirma unas páginas más adelante, al explicar
la actitud de otro personaje masculino: «Nenna podría haber añadido a su lista
de cosas que los hombres hacen mejor que las mujeres la capacidad para no hacer
nada en absoluto con total tranquilidad.» (pág. 56).
Quizás en tanto que
hombre debería protestar por la injusticia que esa afirmación supone para
nosotros genéricamente considerados. No lo hago, sin embargo, porque Carmen,
que me conoce bastante bien, insiste en que Penélope Fitzgerald parecía estar
pensando muy especial y particularmente en mí cuando escribió esa frase.
Me callo, entonces,
y no hago nada en absoluto al respecto. Eso sí, con total tranquilidad, como
corresponde a un hábito tan largamente practicado que se ha insertado de alguna
forma en nuestro ADN.