Emilia Pardo Bazán y Benito
Pérez Galdós.
Para entender los
vaivenes y los remolinos de la sociedad y de la política española a lo largo
del siglo XIX, es posible seguir dos caminos: el primero es estudiar las
síntesis históricas escritas por profesionales competentes en el periodo; el
segundo, seguramente más largo pero también mucho más ameno, leer las novelas
de Benito Pérez Galdós, de cuya desaparición se cumple este año un siglo.
A menos que se
prefiera imitar la actitud de los estamentos dominantes, de la escuela católica
y de la “ciencia” oficialista a partir del golpe de Estado de 1936 y de la
guerra incivil que le siguió: a saber, encerrar el siglo entero en un paréntesis
circunspecto, y ningunear a Galdós.
En la lectura
franquista de la historia, el siglo XIX fue una etapa lamentable que nunca debió
existir; y Galdós, un escritor que tampoco. A partir de la constatación desagradable
pero ineludible de que tanto el siglo como el autor “sí” habían existido, la única
solución que se les ocurrió a los jerarcas del nuevo orden político, y a las
jerarquías del orden religioso inmutable, fue establecer guías de “interpretación”
que redujeron los motivos de una historia de luchas prolongadas por unas libertades
que les negaban el caciquismo, el casticismo y la religión, a la falta de educación
y de mansedumbre de las clases populares; y limitaron la obra extensa y
combativa de Galdós a los balbuceos inelegantes de un escritor garbancero.
Nos toca a nosotros,
las generaciones que hemos vivido el retorno a la democracia, procurar la
recuperación del siglo XIX frente a quienes detuvieron la historia de España en
el Siglo de Oro y los Tercios de Flandes, o alternativamente en 1714 y la
pérdida de los fueros de la Corona de Aragón. Esa recuperación es la vía recta
para empezar a entendernos a nosotros mismos, a partir de tantas herencias
silenciadas de gentes que también fueron españolas pero no han sido reconocidas
como tales: los musulmanes, los judíos, los moriscos, los marranos, los masones,
los liberales de La Fontana de Oro y los rojos o “rogelios” aparecidos como las
setas después de la lluvia con la "funesta" segunda república, otro periodo
tratado con cordón sanitario desde la idea de España como "unidad de destino".
También necesitamos
recuperar a Galdós, porque hace falta leer mucho Galdós para entender a España.
Fue un periodista agudo y competente, un diputado social-republicano
comprometido, y un novelista y autor teatral de pluma fácil y rápida
composición (quien estime que solo la literatura difícil es buena, tiene tres
grandes problemas por explicar en la historia de las letras españolas: por
orden de aparición, Cervantes, Galdós y Baroja).
Galdós fue también de
alguna manera un verso libre, un chisgarabís, un mujeriego. Se le conocen
cuatro grandes amores, amén de otros muchos de dimensiones más reducidas,
aunque no por eso desechables sin más, en particular para la composición de su
obra literaria (¿cuál debió de ser el origen del enorme personaje de Fortunata,
por poner solo un ejemplo?)
El segundo de los
cuatro amores grandes de Galdós fue Emilia Pardo Bazán, escritora como él, y marginada
como él del canon literario eclesiástico, que postula una calificación moral sui generis del arte. Doña Emilia fue pionera
del feminismo y al mismo tiempo profundamente católica y persona de orden. La
relación semiclandestina entre los dos arrancó chispas. Literalmente. Una de
esas chispas fue Insolación, novela de
corte psicológico sobre las limitaciones para la libertad de elegir de las
mujeres en el terreno de las relaciones amorosas (1). Asís Taboada, marquesa viuda de Andrade, sería en el libro un alter ego de la autora, y el divertido y desenvuelto caballero gaditano Diego Pacheco aparecería como un trasunto del canario Benito Pérez Galdós. De alguna forma, y sin perjuicio de la imaginación creadora para establecer diferencias con los datos prosaicos de la historia real.
La novela, y
posiblemente también su trasfondo verídico, atrajo las iras del cotarro
literario. Fue calificada de “pornográfica”, adjetivo bastante exagerado. A José
María de Pereda le pareció muy mal que la protagonista se fuera a la romería de San Isidro acompañada por un hombre soltero al que
había conocido tan solo el día anterior; y que en tal circunstancia se pusiera
piripi bebiendo manzanilla. Peor fue el caso de Leopoldo Alas “Clarín”, del que
cabía suponer más comprensión dada la intención explícita de su propia obra
principal, La Regenta. Calificó Insolación de «antipático poema de una
jamona atrasada de caricias.» Caramba.
(1) El volumen que
manejo, procedente de la biblioteca paterna, es el tomo VII de las Obras
Completas de la Condesa de Pardo Bazán, que incluye las novelas Insolación y Morriña. Compañía Ibero-Americana de Ediciones, Madrid y Buenos
Aires, cuarta edición. No he encontrado indicación de fecha de impresión. La novela
está dedicada por la autora “A José Lázaro Galdiano, en prenda de amistad”.