domingo, 12 de enero de 2020

UN AMOR DE GALDÓS



Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós.


Para entender los vaivenes y los remolinos de la sociedad y de la política española a lo largo del siglo XIX, es posible seguir dos caminos: el primero es estudiar las síntesis históricas escritas por profesionales competentes en el periodo; el segundo, seguramente más largo pero también mucho más ameno, leer las novelas de Benito Pérez Galdós, de cuya desaparición se cumple este año un siglo.

A menos que se prefiera imitar la actitud de los estamentos dominantes, de la escuela católica y de la “ciencia” oficialista a partir del golpe de Estado de 1936 y de la guerra incivil que le siguió: a saber, encerrar el siglo entero en un paréntesis circunspecto, y ningunear a Galdós.

En la lectura franquista de la historia, el siglo XIX fue una etapa lamentable que nunca debió existir; y Galdós, un escritor que tampoco. A partir de la constatación desagradable pero ineludible de que tanto el siglo como el autor “sí” habían existido, la única solución que se les ocurrió a los jerarcas del nuevo orden político, y a las jerarquías del orden religioso inmutable, fue establecer guías de “interpretación” que redujeron los motivos de una historia de luchas prolongadas por unas libertades que les negaban el caciquismo, el casticismo y la religión, a la falta de educación y de mansedumbre de las clases populares; y limitaron la obra extensa y combativa de Galdós a los balbuceos inelegantes de un escritor garbancero.

Nos toca a nosotros, las generaciones que hemos vivido el retorno a la democracia, procurar la recuperación del siglo XIX frente a quienes detuvieron la historia de España en el Siglo de Oro y los Tercios de Flandes, o alternativamente en 1714 y la pérdida de los fueros de la Corona de Aragón. Esa recuperación es la vía recta para empezar a entendernos a nosotros mismos, a partir de tantas herencias silenciadas de gentes que también fueron españolas pero no han sido reconocidas como tales: los musulmanes, los judíos, los moriscos, los marranos, los masones, los liberales de La Fontana de Oro y los rojos o “rogelios” aparecidos como las setas después de la lluvia con la "funesta" segunda república, otro periodo tratado con cordón sanitario desde la idea de España como "unidad de destino".

También necesitamos recuperar a Galdós, porque hace falta leer mucho Galdós para entender a España. Fue un periodista agudo y competente, un diputado social-republicano comprometido, y un novelista y autor teatral de pluma fácil y rápida composición (quien estime que solo la literatura difícil es buena, tiene tres grandes problemas por explicar en la historia de las letras españolas: por orden de aparición, Cervantes, Galdós y Baroja).  

Galdós fue también de alguna manera un verso libre, un chisgarabís, un mujeriego. Se le conocen cuatro grandes amores, amén de otros muchos de dimensiones más reducidas, aunque no por eso desechables sin más, en particular para la composición de su obra literaria (¿cuál debió de ser el origen del enorme personaje de Fortunata, por poner solo un ejemplo?)

El segundo de los cuatro amores grandes de Galdós fue Emilia Pardo Bazán, escritora como él, y marginada como él del canon literario eclesiástico, que postula una calificación moral sui generis del arte. Doña Emilia fue pionera del feminismo y al mismo tiempo profundamente católica y persona de orden. La relación semiclandestina entre los dos arrancó chispas. Literalmente. Una de esas chispas fue Insolación, novela de corte psicológico sobre las limitaciones para la libertad de elegir de las mujeres en el terreno de las relaciones amorosas (1). Asís Taboada, marquesa viuda de Andrade, sería en el libro un alter ego de la autora, y el divertido y desenvuelto caballero gaditano Diego Pacheco aparecería como un trasunto del canario Benito Pérez Galdós. De alguna forma, y sin perjuicio de la imaginación creadora para establecer diferencias con los datos prosaicos de la historia real.

La novela, y posiblemente también su trasfondo verídico, atrajo las iras del cotarro literario. Fue calificada de “pornográfica”, adjetivo bastante exagerado. A José María de Pereda le pareció muy mal que la protagonista se fuera a la romería de San Isidro acompañada por un hombre soltero al que había conocido tan solo el día anterior; y que en tal circunstancia se pusiera piripi bebiendo manzanilla. Peor fue el caso de Leopoldo Alas “Clarín”, del que cabía suponer más comprensión dada la intención explícita de su propia obra principal, La Regenta. Calificó Insolación de «antipático poema de una jamona atrasada de caricias.» Caramba.


(1) El volumen que manejo, procedente de la biblioteca paterna, es el tomo VII de las Obras Completas de la Condesa de Pardo Bazán, que incluye las novelas Insolación y Morriña. Compañía Ibero-Americana de Ediciones, Madrid y Buenos Aires, cuarta edición. No he encontrado indicación de fecha de impresión. La novela está dedicada por la autora “A José Lázaro Galdiano, en prenda de amistad”.