Imagen reciente de dos viejos
roqueros que siguen aún en la brecha. Fotografía tomada en préstamo del blog “Metiendo bulla”.
Isidor Boix y José
Luis López Bulla, de izquierda a derecha en la imagen, patrocinan una iniciativa de apoyo popular explícito al programa
del gobierno Sánchez. El método y las formas se irán viendo, pero de entrada la
propuesta me parece no solo excelente (que sería decir poco), sino necesaria y
urgente.
El nuevo gobierno,
en efecto, nace en precario delante de los grandes poderes fácticos que dominan
el país con un tufo hegemónico inconfundible: los propietarios, la banca, la
iglesia, y las cohortes pretorianas de todos ellos en el parlamento y en la judicatura. Hay
una conspiración en marcha dirigida a convertir el actual gobierno progresista
de coalición ─el primero en la historia de nuestra joven democracia─ en un
paréntesis efímero inserto en la gran saga histórica de la Gran Derecha, así
con mayúsculas.
Y sin embargo, «la
esperanza le ganó el pulso al vértigo» en palabras de Anton Costas (ver hoy, en
elperiódico), y la política española da signos inequívocos de un cambio de fase
que se aleja ─poco a poco y con reticencias─ del arrebato identitario para
ensayar el posibilismo social como medicina.
Ha habido posibilismo
en el cambio de actitud del PSOE entre julio y diciembre, después de que la
repetición electoral convenciera a los reacios de que las cuentas de nuevos escaños
que se hacían eran las de la lechera; lo ha habido en Unidas Podemos, que va
deshaciéndose poco a poco del empacho de egos de sus dirigentes; lo ha habido
en Esquerra Republicana, acompañado de inevitables gestos de desplante mirando
al tendido; lo ha habido, desde el punto de partida mismo y con una gran sensatez,
por parte de las formaciones vascas, la derecha del PNV y la izquierda de Bildu.
¿Adónde nos habría llevado la España del arrebato, cabría preguntarnos, de no
haberse visto frenada y moderada por el actual y admirable posibilismo vasco?
El posibilismo se
ha plasmado, negro sobre blanco, en un programa de gobierno. Algunos han
calificado a ese programa de “moderado”, e incluso “moderadísimo”. Quienes califican
de ese modo al programa de coalición apetecen sin duda volar en libertad por el
cielo abierto de los futuribles evocados en las tertulias. El programa del que
hablamos exige desatrancar lo que está atrancado y bien atrancado, frente a
gigantes hostiles que no son de ninguna manera molinos de viento y que
conservan intactas sus fuerzas y sus potencialidades. Se trata de un programa
de cambio de fase, de puesta en marcha de una dinámica nueva enderezada a una
dirección diferente.
Un programa para
una esperanza inyectada en dosis homeopáticas a una ciudadanía doliente,
inmersa en el cansancio y en el desengaño por el prolongado marasmo en las expectativas de la
política práctica.
Hay que acumular
fuerzas para ese cambio, entonces, y generar consensos en red que ayuden al
despliegue de un gobierno con cuatro vicepresidencias y 19 ministerios dirigidos
a enderezar un rumbo problemático en medio de una fortísima marejada mediática.
Si por arriba las
cosas están así de peludas, no hay otra que apoyar desde abajo con la mayor
firmeza. Hacer nuestro el programa del gobierno; no criticarlo desde fuera sino
asumirlo desde dentro, celebrar sus avances y urgir, desde el respeto a los
tiempos de la política y a las limitaciones presupuestarias o de otro tipo, a
dar nuevos pasos en ese "trayecto" en el que en definitiva habrá de plasmarse el "proyecto" inicial.
Ese es el sentido
que tiene, a lo que entiendo, la feliz iniciativa de Isidor Boix y José Luis
López Bulla. Iniciativa que se inscribe en algo que el propio Bulla, al alimón
con Javier Tébar, explicaba en un artículo publicado en elpais antes de la
investidura, bajo el título “Traición como traducción”: «Hoy
la clave es una reforma fuerte, encontrar un espacio de negociación de la
política con el mundo social y del trabajo, con sus actores, y el apoyo a la
investidura de un gobierno progresista.»