sábado, 11 de enero de 2020

POSIBILISMO DESDE ABAJO



Imagen reciente de dos viejos roqueros que siguen aún en la brecha. Fotografía tomada en préstamo del blog “Metiendo bulla”.


Isidor Boix y José Luis López Bulla, de izquierda a derecha en la imagen, patrocinan una iniciativa de apoyo popular explícito al programa del gobierno Sánchez. El método y las formas se irán viendo, pero de entrada la propuesta me parece no solo excelente (que sería decir poco), sino necesaria y urgente.

El nuevo gobierno, en efecto, nace en precario delante de los grandes poderes fácticos que dominan el país con un tufo hegemónico inconfundible: los propietarios, la banca, la iglesia, y las cohortes pretorianas de todos ellos en el parlamento y en la judicatura. Hay una conspiración en marcha dirigida a convertir el actual gobierno progresista de coalición ─el primero en la historia de nuestra joven democracia─ en un paréntesis efímero inserto en la gran saga histórica de la Gran Derecha, así con mayúsculas.

Y sin embargo, «la esperanza le ganó el pulso al vértigo» en palabras de Anton Costas (ver hoy, en elperiódico), y la política española da signos inequívocos de un cambio de fase que se aleja ─poco a poco y con reticencias─ del arrebato identitario para ensayar el posibilismo social como medicina.

Ha habido posibilismo en el cambio de actitud del PSOE entre julio y diciembre, después de que la repetición electoral convenciera a los reacios de que las cuentas de nuevos escaños que se hacían eran las de la lechera; lo ha habido en Unidas Podemos, que va deshaciéndose poco a poco del empacho de egos de sus dirigentes; lo ha habido en Esquerra Republicana, acompañado de inevitables gestos de desplante mirando al tendido; lo ha habido, desde el punto de partida mismo y con una gran sensatez, por parte de las formaciones vascas, la derecha del PNV y la izquierda de Bildu. ¿Adónde nos habría llevado la España del arrebato, cabría preguntarnos, de no haberse visto frenada y moderada por el actual y admirable posibilismo vasco?

El posibilismo se ha plasmado, negro sobre blanco, en un programa de gobierno. Algunos han calificado a ese programa de “moderado”, e incluso “moderadísimo”. Quienes califican de ese modo al programa de coalición apetecen sin duda volar en libertad por el cielo abierto de los futuribles evocados en las tertulias. El programa del que hablamos exige desatrancar lo que está atrancado y bien atrancado, frente a gigantes hostiles que no son de ninguna manera molinos de viento y que conservan intactas sus fuerzas y sus potencialidades. Se trata de un programa de cambio de fase, de puesta en marcha de una dinámica nueva enderezada a una dirección diferente.

Un programa para una esperanza inyectada en dosis homeopáticas a una ciudadanía doliente, inmersa en el cansancio y en el desengaño por el prolongado marasmo en las expectativas de la política práctica.

Hay que acumular fuerzas para ese cambio, entonces, y generar consensos en red que ayuden al despliegue de un gobierno con cuatro vicepresidencias y 19 ministerios dirigidos a enderezar un rumbo problemático en medio de una fortísima marejada mediática.

Si por arriba las cosas están así de peludas, no hay otra que apoyar desde abajo con la mayor firmeza. Hacer nuestro el programa del gobierno; no criticarlo desde fuera sino asumirlo desde dentro, celebrar sus avances y urgir, desde el respeto a los tiempos de la política y a las limitaciones presupuestarias o de otro tipo, a dar nuevos pasos en ese "trayecto" en el que en definitiva habrá de plasmarse el "proyecto" inicial.

Ese es el sentido que tiene, a lo que entiendo, la feliz iniciativa de Isidor Boix y José Luis López Bulla. Iniciativa que se inscribe en algo que el propio Bulla, al alimón con Javier Tébar, explicaba en un artículo publicado en elpais antes de la investidura, bajo el título “Traición como traducción”: «Hoy la clave es una reforma fuerte, encontrar un espacio de negociación de la política con el mundo social y del trabajo, con sus actores, y el apoyo a la investidura de un gobierno progresista.»