Duelo a garrotazos, pintura de
Francisco de Goya en la Quinta del Sordo.
En el proceso de
centrifugación de la política que estamos padeciendo, la patria chica importa
cada vez más que la patria a secas. El regionalismo gana representación en la
Cámara de los Diputados, que teóricamente representa a un conjunto de territorios
y de personas concebidos de una forma homogénea, igualitaria, solidaria (no hay
nada de eso, evidentemente).
El Senado, llamado “cámara
de las autonomías”, nunca ha pintado nada, pero ahora se adorna inesperadamente
gracias al poder de veto de las partes sobre el todo.
El tema de las
asimetrías cobró importancia en un determinado momento histórico de nuestra democracia. Hay una
España marítima y una España interior, una España rural y una España urbana, una
España de la capital y otra de la periferia, una España vacía y otra superpoblada
(no mayoritariamente por ciudadanos prósperos y felices, sino por gentes desarraigadas que van a la busca). Lo importante en todo caso se consideró que era tratar a
todas ellas, no de una forma igual (vaya
usted a saber lo que significa ese vocablo, la igualdad suena a revolución
francesa), sino de forma simétrica.
La simetría sirve
para algunas cosas, más bien muy pocas; pero no para resolver problemas de ordenación
territorial ni de distribución de las rentas disponibles. De modo que, mientras
se vigilaba celosamente la norma de la simetría (la fórmula más publicitada de
la cual ha sido la del “café para todos”), la España vacía se ha seguido
vaciando. Podríamos decir que en este caso los árboles no han dejado ver el
bosque, de no ser porque también el bosque ha desaparecido. Lo han talado los
señoritos para vender la madera a una fábrica de muebles que han abierto en la
capital, donde el mueble se vende bien en el mercado de la vivienda de alquiler
para turistas.
La España feudal
está regresando al galope por esa vía. En todas partes crecen las baronías, los
vasallajes y los subvasallajes. Un ejemplo significativo de ahora mismo es León.
Los leoneses se rebelan contra el “centralismo” de Valladolid, que se dedica
sin escrúpulo a la extracción de rentas leonesas en su propio beneficio.
Valladolid es, de otra parte, un simple satélite de Madrid, que ejerce su
poderosa influencia aspiradora para seguir absorbiendo hasta la última gota de
sustancia de los territorios sujetos a su control.
Cataluña no es
distinta. Una de las razones más poderosas del procesismo es la rebelión de las
comarcas gironinas contra la prepotencia barcelonesa. Puigdemont y Torra representan
en realidad una alternativa, no a España, sino a la metrópoli chica, acaparadora
abusiva del disfrute de los recursos internos, por la vía del 3% y otras parecidas.
Mientras, las
prebendas barcelonesas son objeto oscuro del deseo de la centralidad del
imperio chico, y Díaz Ayuso anuncia que al césar se le debe dar lo que es del césar,
y en consecuencia Madrid irá a muerte a por el Mobile.
Una imagen icónica
de esta situación lamentable es la de la pintura negra de Goya que tienen
arriba, el duelo a muerte, con garrotes, de dos paisanos enterrados hasta las
rodillas para que les sea imposible escapar del destino de matarse o morirse.
Pero es la imagen
de una situación forzosamente reversible. La España y la Cataluña que queremos
no es la de los garrotes sino la de los brazos abiertos.