jueves, 9 de enero de 2020

ESCRIBIR EMPALMADO



Ernest Hemingway no escribió informes sindicales de situación y perspectivas, pero dio algunas claves literarias precisas para redactarlos de forma ponderada. Aquí aparece junto al matador Antonio Ordóñez.


Mañana regreso a Barcelona, y mi hija ha querido prevenir las poderosas morriñas helénicas que me aguardan allá, dejándome en préstamo El coloso de Marusi (*), libro que contiene recuerdos de un viaje a Grecia de Henry Miller en 1939, un año a punto de caramelo para una guerra mundial.

Ahora bien, en el enfoque del tema griego, voy a decirlo sin rodeos, Miller y yo no vemos las cosas de la misma manera. Yo tengo un gusto por el dato preciso y ponderado; Miller, por el contrario, es partidario de un entusiasmo, o a la inversa de un aborrecimiento, tan mayúsculos que dejan el objeto descrito fuera de foco. No le interesan las cosas como son, sino como él las ve. Y lo malo es que las ve desde una permanente excitación genesíaca que difumina lamentablemente los contornos de la realidad al dotarles de un “aura”, como la llamaría Walter Benjamin, que los mindundis apaciguados sexualmente no alcanzamos a ver. Pongo un ejemplo algo largo, para que se me entienda (pág. 27).

«Después llegamos al paso de montaña [en la isla de Corfú, entre la playa desierta en la que han acampado Durrell y él, y el lugar donde les espera el coche para regresar a Kalami], que siempre recordaré como la encrucijada de carnicerías sin sentido. Allí debían de haberse perpetrado una y otra vez las más espantosas y vengativas matanzas a lo largo del inacabable pasado sangriento del hombre. […] Era como una sonora nota cósmica que da el diapasón al embriagador mundo de luz en el que las figuras heroicas y mitológicas del resplandeciente pasado amenazan continuamente con dominar la conciencia. El griego antiguo era un asesino: vivía entre claridades brutales que atormentaban y enloquecían el espíritu. Estaba en guerra con todo el mundo, incluido él mismo. A partir de esa ardiente anarquía llegaban las lúcidas y curativas elucubraciones metafísicas que incluso hoy cautivan al mundo.»

Bonito, pero no del todo claro, diría yo. Otro escritor americano, contemporáneo de Miller, se disfrazó en cierta ocasión (creo que en The Dangerous Summer, pero no he podido certificar el dato) de psicoanalista vienés, herr professor Ernest Hemingstein, para recomendar a determinados escritores (no específicamente a Miller) que no se sentaran a escribir sin haber dado salida antes a las tensiones de los humores internos, bien fuera en compañía (operación casi siempre agradable), o bien en soledad íntima a falta de mejor recurso. Ese alivio psíquico induce, según el eminente profesor, una visión más clara de los contornos de la realidad y permite escribir sin que un pathos excesivo y contraproducente desfigure la verdad escueta que el escriba trata de reproducir y compartir con el universo de sus lectores.

El consejo hemingsteiano me fue de utilidad en una época en la que debía escribir de vez en cuando informes sindicales de situación y perspectivas, un género de escritura arduo y poco agradecido en general, que no ha dado todavía  ningún bestseller en los listados literarios de ningún país del mundo; pero en el que resulta de vital importancia situarse con la máxima precisión posible en ese punto medio que según los antiguos romanos era el lugar de la virtud; sin quedarse corto, ni mucho menos pasarse de rosca.

Medito sobre estos asuntos mientras preparo la maleta, y después de ver en las noticias de la prensa diaria que el Partido Popular, ante la “traición” de Sánchez al electorado de centro, se dispone a vetar la renovación del poder judicial (en funciones desde hace más de un año), los próximos presupuestos del Estado (prorrogados desde la intemerata), la negociación con Cataluña (empantanada desde 2012) y la política educativa, sobre la cual qué les voy a decir que no sepan.

No sé si el electorado de centro agradecerá como lo merecen los desvelos que tienen hacia él Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo, pero yo recomendaría cautelarmente a los dos líderes del primer partido de la derecha una buena dosis o dos de la fórmula magistral hemingsteiana, antes de lanzar al éter de siempre y a la moderna nube digital posicionamientos tan impregnados de esa "ardiente anarquía" milleriana, que pueden dejarles en un rincón del cuadrilátero luchando con su propia sombra. O sea, “en guerra con todo el mundo, incluidos ellos mismos” para expresarlo con las mismas palabras que Henry Miller dedica a los antiguos griegos.

(*) Edhasa, Barcelona 2014, traducción de Carlos Manzano.