Ernest Hemingway no escribió
informes sindicales de situación y perspectivas, pero dio algunas claves
literarias precisas para redactarlos de forma ponderada. Aquí aparece junto al
matador Antonio Ordóñez.
Mañana regreso a
Barcelona, y mi hija ha querido prevenir las poderosas morriñas helénicas que
me aguardan allá, dejándome en préstamo El
coloso de Marusi (*), libro que
contiene recuerdos de un viaje a Grecia de Henry Miller en 1939, un año a punto
de caramelo para una guerra mundial.
Ahora bien, en el
enfoque del tema griego, voy a decirlo sin rodeos, Miller y yo no vemos las
cosas de la misma manera. Yo tengo un gusto por el dato preciso y ponderado;
Miller, por el contrario, es partidario de un entusiasmo, o a la inversa de un
aborrecimiento, tan mayúsculos que dejan el objeto descrito fuera de foco. No
le interesan las cosas como son, sino como él las ve. Y lo malo es que las ve
desde una permanente excitación genesíaca que difumina lamentablemente los
contornos de la realidad al dotarles de un “aura”, como la llamaría Walter
Benjamin, que los mindundis apaciguados sexualmente no alcanzamos a ver. Pongo
un ejemplo algo largo, para que se me entienda (pág. 27).
«Después llegamos
al paso de montaña [en la isla de Corfú,
entre la playa desierta en la que han acampado Durrell y él, y el lugar donde
les espera el coche para regresar a Kalami], que siempre recordaré como la
encrucijada de carnicerías sin sentido. Allí debían de haberse perpetrado una y
otra vez las más espantosas y vengativas matanzas a lo largo del inacabable
pasado sangriento del hombre. […] Era como una sonora nota cósmica que da el
diapasón al embriagador mundo de luz en el que las figuras heroicas y
mitológicas del resplandeciente pasado amenazan continuamente con dominar la
conciencia. El griego antiguo era un asesino: vivía entre claridades brutales que
atormentaban y enloquecían el espíritu. Estaba en guerra con todo el mundo,
incluido él mismo. A partir de esa ardiente anarquía llegaban las lúcidas y
curativas elucubraciones metafísicas que incluso hoy cautivan al mundo.»
Bonito, pero no del
todo claro, diría yo. Otro escritor americano, contemporáneo de Miller, se
disfrazó en cierta ocasión (creo que en The
Dangerous Summer, pero no he podido certificar el dato) de psicoanalista
vienés, herr professor Ernest
Hemingstein, para recomendar a determinados escritores (no específicamente a
Miller) que no se sentaran a escribir sin haber dado salida antes a las
tensiones de los humores internos, bien fuera en compañía (operación casi
siempre agradable), o bien en soledad íntima a falta de mejor recurso. Ese
alivio psíquico induce, según el eminente profesor, una visión más clara de los
contornos de la realidad y permite escribir sin que un pathos excesivo y contraproducente desfigure la verdad escueta que
el escriba trata de reproducir y compartir con el universo de sus lectores.
El consejo
hemingsteiano me fue de utilidad en una época en la que debía escribir de vez
en cuando informes sindicales de situación y perspectivas, un género de
escritura arduo y poco agradecido en general, que no ha dado todavía ningún bestseller
en los listados literarios de ningún país del mundo; pero en el que resulta
de vital importancia situarse con la máxima precisión posible en ese punto medio
que según los antiguos romanos era el lugar de la virtud; sin quedarse corto,
ni mucho menos pasarse de rosca.
Medito sobre estos
asuntos mientras preparo la maleta, y después de ver en las noticias de la
prensa diaria que el Partido Popular, ante la “traición” de Sánchez al
electorado de centro, se dispone a vetar la renovación del poder judicial (en
funciones desde hace más de un año), los próximos presupuestos del Estado
(prorrogados desde la intemerata), la negociación con Cataluña (empantanada
desde 2012) y la política educativa, sobre la cual qué les voy a decir que no
sepan.
No sé si el
electorado de centro agradecerá como lo merecen los desvelos que tienen hacia
él Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo, pero yo recomendaría
cautelarmente a los dos líderes del primer partido de la derecha una buena dosis o dos de la fórmula magistral hemingsteiana,
antes de lanzar al éter de siempre y a la moderna nube digital posicionamientos
tan impregnados de esa "ardiente anarquía" milleriana, que pueden dejarles en un rincón del
cuadrilátero luchando con su propia sombra. O sea, “en guerra con todo el
mundo, incluidos ellos mismos” para expresarlo con las mismas palabras que Henry
Miller dedica a los antiguos griegos.
(*) Edhasa,
Barcelona 2014, traducción de Carlos Manzano.