El Parlament de Catalunya,
ayer (metáfora).
Hay hombres que
aman tanto a Catalunya que están dispuestos a matarla si se va con otro.
Hay mujeres que
también; este, lamentablemente, no es un problema de género.
Se trata de hombres
y mujeres convencidos/as de que las instituciones son un aparato colocado a su
servicio incondicional; más aún, un aparato de su propiedad privada.
La democracia,
según ellos, murió en Catalunya el 11 de setiembre de 1714.
Es decir, cuando
aún no había nacido.
La sesión de ayer
en el Parlament sirvió de escenario para que algunos de esos hombres y mujeres
se despojaran de los tapujos que cubrían sus intimidades y mostraran la verdad desnuda
a la luz multicolor de las candilejas.
Quim Torra se negó
a acatar la decisión del Tribunal Supremo y de la Junta Electoral Central, y
conminó a Esquerra Republicana a seguirle en la vía de la desobediencia.
No de la
desobediencia civil, sino de la obediencia “estéril”, la definió Sabrià al rechazar la propuesta. Es
decir, una desobediencia de secano y orinal, siguiendo la perfilada definición de
José Luis López Bulla.
El argumento de
Torra fue que el Estado pretende “usurpar” su condición de diputado.
Torra, que no ha
sido votado por la ciudadanía para el cargo que ocupa como masover de la finca de Waterloo, cree ─supongo que sinceramente, de
este hombre se puede esperar todo─ que la condición de diputado es una
propiedad privada y omnímoda (puede hacer con ella lo que le parezca), y los
poderes públicos se la intentan sustraer como un ratero podría robarle la
cartera en una aglomeración a la salida del metro.
En consecuencia, cuando Torrent siguió al pie de la letra su consigna de desobediencia (es decir, le desobedeció) y le señaló que si Torra votaba los presupuestos su
voto sería anulado, este último llevó a todo el grupo de JxCat a no votar.
Y el grupo no votó.
Y los presupuestos del Parlament no se aprobaron.
Luego, y
aparentemente sin convocatoria previa, doscientos rapaces quemaron de forma espontánea contenedores en los alrededores de la plaza Urquinaona. La intención profunda,
claro está, era que se sepa que Catalunya sigue teniendo dueño.
Y que si Catalunya intenta
irse de la vera de su legítimo propietario, este está dispuesto a matarla.
«Porque era mía»,
como en el tango.
Un Full Puigdemonty
completo. La función sigue, hoy.