martes, 14 de enero de 2020

INCÓGNITAS DEL NUEVO GOBIERNO



De derecha a izquierda, Carmen, Cuca, Javier y Paco, en la Puglia, septiembre de 2019: un frente paritario, solidario e indestructible.


Javier Aristu analiza en una entrada reciente de su blog “En Campo Abierto” las perspectivas que abre el nuevo gobierno progresista para una política que en los últimos años ha sido maleada, desvirtuada y precarizada a conciencia. (1)

«¿Estamos ante una repetición forzada de la política de bloques de la que no nos podremos enajenar?», es su primera, su principal pregunta. Y como es característico en sus análisis, examina, no tanto los números de la geometría variable (y huidiza) de los apoyos parlamentarios del gobierno frente a una oposición que en principio aparece compacta, sino la composición y el peso específico de la correlación de las fuerzas sociales en presencia.

No voy a repetir aquí sus análisis, sino solamente su diagnóstico: la defensa a ultranza del nuevo gobierno, basada en la certeza de que “la alternativa sería peor”, es una opción perdedora en el medio-largo plazo, y la salida posible se sitúa en cambio en el trabajo colectivo para el retorno desde la “propaganda” al terreno de la “política”. En ese retorno, por fuerza gradual, el programa de gobierno acordado ofrece una excelente cabeza de puente, si se aprovecha a fondo lo que él denomina un “estado de ánimo social favorable”.

Inexcusable en este sentido sería “organizar” el apoyo a la puesta en práctica de un programa de gobierno positivo en principio, señala Aristu. El gobierno, en tanto que institución colocada “arriba” de la sociedad de forma diferenciada, es un sujeto indispensable pero no suficiente, en esta apuesta sin duda crucial. «Falta cohesionar, solidificar y armar ese difuso consenso en una red de estructuras y organizaciones que no solo den apoyo al gobierno progresista sino que sean capaces de reanimar a la sociedad hasta ahora derrotada.»

Aristu señala los dos motores que le parecen idóneos, por su trayectoria, su envergadura y su potencialidad, para encabezar esa “organización del consenso”: el sindicalismo y el feminismo. Son, añado yo, precisamente las dos bichas que demonizan e intentan exorcizar los think tanks de la propiedad y de la religión privatizadas, si bien les añaden siempre, como adorno o colgajo, otros “satanases” de guardarropía con los que componen un bulto adecuado para encoger el ánimo de un auditorio asustadizo: el separatismo catalán, el terrorismo etarra, el bolivarismo, el laicismo, el aborto gratuito, el adulterio y (ahora mismo) la masturbación.

Sería posible rastrear en el sentido indicado por Aristu otros motores, de dimensiones menores pero capaces de colaborar con los partidos, los sindicatos y el movimiento feminista en la cohesión de una mayoría social capaz de dar apoyo concreto a una política pensada para la concreción, y no para los maximalismos. Pienso en el ecologismo, en la defensa de la sanidad pública, en los colectivos anti desahucio, en las movilizaciones de los pensionistas, en la protección a los inmigrados que llegan de fuera de las fronteras inflexibles de la UE. Etcétera, la lista no es exhaustiva.

La mayoría de las personas que trabajan en estos distintos frentes no están coordinadas de manera estable con las de los demás. No militan en partidos políticos, y muchas de ellas sienten una alergia no disimulada a los partidos, incluidos los “de izquierdas”, y a los sindicatos establecidos. Hay sin embargo unas características comunes a todas ellas: la exigencia de autonomía y el deseo de participación. Ambas cualidades van dirigidas a la configuración de un sistema democrático inclusivo, y no excluyente; y a un reconocimiento amplio de los derechos de ciudadanía de los sectores situados en los escalones más bajos de la pirámide social.

Con una cooperación flexible de todos estos movimientos en un propósito político común, sería factible reequilibrar las fuerzas en presencia con el fin de fortalecer un consenso dirigido al progreso social. Se trata en todos los casos de fuerzas que no cuentan en la aritmética parlamentaria ni están concebidas como plataformas electorales; su participación en el escenario de una nueva “política de las cosas” no se ejercería en términos de lobby, sino como una muy amplia toma de conciencia de la necesaria solidaridad.