De derecha a izquierda, Carmen,
Cuca, Javier y Paco, en la Puglia, septiembre de 2019: un frente paritario,
solidario e indestructible.
Javier Aristu
analiza en una entrada reciente de su blog “En Campo Abierto” las perspectivas
que abre el nuevo gobierno progresista para una política que en los últimos
años ha sido maleada, desvirtuada y precarizada a conciencia. (1)
«¿Estamos ante una repetición forzada de la política
de bloques de la que no nos podremos enajenar?», es su primera, su principal pregunta. Y como es
característico en sus análisis, examina, no tanto los números de la geometría
variable (y huidiza) de los apoyos parlamentarios del gobierno frente a una
oposición que en principio aparece compacta, sino la composición y el peso
específico de la correlación de las fuerzas sociales en presencia.
No voy a repetir aquí
sus análisis, sino solamente su diagnóstico: la defensa a ultranza del nuevo gobierno,
basada en la certeza de que “la alternativa sería peor”, es una opción perdedora
en el medio-largo plazo, y la salida posible se sitúa en cambio en el trabajo colectivo
para el retorno desde la “propaganda” al terreno de la “política”. En ese
retorno, por fuerza gradual, el programa de gobierno acordado ofrece una excelente
cabeza de puente, si se aprovecha a fondo lo que él denomina un “estado de ánimo
social favorable”.
Inexcusable en este
sentido sería “organizar” el apoyo a la puesta en práctica de un programa de
gobierno positivo en principio, señala Aristu. El gobierno, en tanto que
institución colocada “arriba” de la sociedad de forma diferenciada, es un
sujeto indispensable pero no suficiente, en esta apuesta sin duda crucial. «Falta
cohesionar, solidificar y armar ese difuso consenso en una red de estructuras y
organizaciones que no solo den apoyo al gobierno progresista sino que sean
capaces de reanimar a la sociedad hasta ahora derrotada.»
Aristu señala los dos motores que le parecen idóneos, por
su trayectoria, su envergadura y su potencialidad, para encabezar esa “organización
del consenso”: el sindicalismo y el feminismo. Son, añado yo, precisamente las
dos bichas que demonizan e intentan exorcizar los think tanks de la propiedad y de la religión privatizadas, si bien
les añaden siempre, como adorno o colgajo, otros “satanases” de guardarropía con
los que componen un bulto adecuado para encoger el ánimo de un auditorio
asustadizo: el separatismo catalán, el terrorismo etarra, el bolivarismo, el
laicismo, el aborto gratuito, el adulterio y (ahora mismo) la masturbación.
Sería posible rastrear en el sentido indicado por Aristu otros
motores, de dimensiones menores pero capaces de colaborar con los partidos, los sindicatos y
el movimiento feminista en la cohesión de una mayoría social capaz de dar apoyo
concreto a una política pensada para la concreción, y no para los maximalismos.
Pienso en el ecologismo, en la defensa de la sanidad pública, en los colectivos
anti desahucio, en las movilizaciones de los pensionistas, en la protección a
los inmigrados que llegan de fuera de las fronteras inflexibles de la UE. Etcétera,
la lista no es exhaustiva.
La mayoría de las personas que trabajan en estos
distintos frentes no están coordinadas de manera estable con las de los demás.
No militan en partidos políticos, y muchas de ellas sienten una alergia no
disimulada a los partidos, incluidos los “de izquierdas”, y a los sindicatos establecidos. Hay sin embargo unas características
comunes a todas ellas: la exigencia de autonomía y el deseo de participación.
Ambas cualidades van dirigidas a la configuración de un sistema democrático
inclusivo, y no excluyente; y a un reconocimiento amplio de los derechos de
ciudadanía de los sectores situados en los escalones más bajos de la pirámide
social.
Con una cooperación flexible de todos estos movimientos
en un propósito político común, sería factible reequilibrar las fuerzas en
presencia con el fin de fortalecer un consenso dirigido al progreso social. Se
trata en todos los casos de fuerzas que no cuentan en la aritmética
parlamentaria ni están concebidas como plataformas electorales; su
participación en el escenario de una nueva “política de las cosas” no se ejercería
en términos de lobby, sino como una
muy amplia toma de conciencia de la necesaria solidaridad.