El cuarto estado, pintura de G.
Pellizza da Volpedo.
«Los jornaleros de “Novecento”
votarían hoy a la Liga» era el título con el que un sansirolé que firma Roncole
Verdi encabezaba una imaginativa crónica sobre la inminente victoria de Salvini
en las tierras de la Emilia-Romaña.
Pues no. Las
elecciones regionales habían sido planteadas por Matteo Salvini como un
plebiscito personal y un desafío al gobierno del PD y el M5S, pero la candidata
de la Liga, Lucia Desvergonzoni, ha sido superada en ocho rutilantes puntos por
el hombre propuesto por la izquierda, Stefano Bonaccini.
La afluencia a las
urnas ha doblado en porcentaje a la de los comicios anteriores. Según algunos
analistas, ese plus de participación favorecía a la Liga, pero no ha sido así.
Casi nunca es así. La regla general es que la participación favorece las
opciones de progreso. Hay excepciones, desde luego, y a veces muy sonadas; pero
eso ocurre cuando los gobiernos nominalmente de izquierda lo han hecho muy mal,
cuando se han comportado en todo como la tortuga de la aporía, que bloqueaba tozudamente
el paso al corredor que quería adelantarla.
(No tengo datos suficientes para
demostrarlo, pero abrigo fuertes sospechas de que una gran culpa del Brexit la ha
tenido Tony Blair, aquel laborista convencido de que en su país ya todos/as
eran clase media.)
La segunda derrota
de Salvini es un ejemplo para todos, y prefigura un modelo exportable de
conducta para la ciudadanía movilizada. Porque los reniegos en la butaca de la
sala de estar con la vista pegada en el televisor no sirven de mucho contra el
neofascismo subvencionado. Y los tuits y los memes ingeniosos que se hacen
correr por las redes sociales, tampoco.
Quien ha derrotado
a Salvini han sido las “sardinas”. Quien no sepa quiénes son las tales sardinas
y lo que han hecho a lo largo de la campaña, puede consultar en http://vamosapollas.blogspot.com/2019/11/salvini-y-las-sardinas.html.