sábado, 4 de enero de 2020

BOMBAS CONTRA LA INVESTIDURA



Judas Sánchez, entregando a la España divina a la soldadesca con un beso infame. Retrato ideal.


Hay montada una movida considerable contra la investidura del día 7. Los consensos democráticos en el seno del Parlamento parecen estar asegurados, de modo que no queda otro recurso que la voladura por la brava del puente sobre el río Kwai o sobre el río que sea. Al parecer.

Está en primer lugar esa gran manifestación anunciada por la derecha contra la investidura. Insólito: una manifestación contra la expresión de una correlación de fuerzas exquisitamente legal y democrática. Las fuerzas vivas de la España de siempre se rebelan no solo contra un imaginario contubernio socialdemócrata / secesionista, sino contra las decisiones de obligado cumplimiento del Tribunal Europeo. Cuando la vía de la judicialización de la política a secas se ha revelado insuficiente, solo cabe ya el recurso al pataleo contra la democracia horizontal. Aquí la rancia tradición ha sido denigrar la horizontalidad y preferir con mucho la democracia vertical, orgánica, a su degeneración partitocrática.

(Los manifestantes patrióticos están razonablemente seguros, de todos modos, de que las fuerzas del orden no se van a emplear contra ellos, por esos maricomplejines que caracterizann secularmente a los demócratas horizontales en su repugnancia a reprimir las libertades vengan estas de donde vengan.)

El broche de oro en esta coyuntura precisa, sin embargo, no está en la manifestación con banderas sino en la carga de dinamita liberada sorpresivamente por el Poder Judicial contra la investidura. No de otro modo cabe calificar la decisión de la Junta Electoral Central en relación con Torra y Junqueras, y en esta fecha precisa.

Se trata de un último intento muy desesperado de separar por vía judicial las churras de las merinas y conseguir de ese modo una adecuada ceremonia de la confusión parlamentaria capaz de abortar las intenciones de Judas Sánchez de gobernar con un programa progresista inspirado en la quiebra de las esencias, el irrespeto de los beneficios bursátiles y la llamada de atención a los empresarios para que cumplan las obligaciones que les señala la Constitución vigente, esa a la que apelan nuestras derechas pegando "en un lao" los gritos y poniendo "en otro los güevos", según doctrina del gaucho Martín Fierro.

Para salvar por lo civil o por lo penal la unidad de la patria, la Junta Electoral Central, compuesta al cincuenta por ciento por miembros del Tribunal Supremo y por juristas de reconocida solvencia, se apunta por un suspiro (siete votos a favor por seis en contra) a romper la patria en cachos, unos bendecidos y otros señalados con el estigma de la traición.

Ante el insólito espectáculo institucional, cabe hacerse la pregunta clásica de un Josep Pla atónito: «Y todo esto, ¿quién lo paga?»