Zenón de Elea fue
un filósofo griego de la antigüedad más rancia que pasó a la posteridad por su “aporía”
(dificultad, problema) de Aquiles y la tortuga. En una carrera entre ambos,
sostenía Zenón (supongo yo que con retranca de alguna clase), Aquiles nunca
podría adelantar a la tortuga si esta contaba con alguna ventaja de partida.
El problema radicaba,
para Zenón, en las características del espacio y el tiempo. Para cubrir una
cantidad de espacio determinada se necesita alguna cantidad de tiempo; menos para
el veloz Aquiles, que para la lenta tortuga. Pero en la cantidad de tiempo que Aquiles
necesita para llegar al punto que ocupaba la tortuga en el instante en que
empezó a correr, la tortuga se habrá movido ya a otro punto; y cuando Aquiles
llegue al segundo punto, la tortuga estará situada en un tercero. Y así,
indefinidamente. Como tiempo y espacio son infinitamente divisibles, Aquiles no
podrá rebasar nunca a la tortuga, sino tan solo situarse infinitesimalmente
cerca de ella.
Cuentan las historias
que el joven Aristóteles, que escuchaba a Zenón, se puso en pie en ese momento
del discurso, se dio la vuelta para irse, y dejó al desgaire este mensaje: «El
movimiento se demuestra andando.»
El sindicato confederal
(no este o aquel, todos, y en todos los países avanzados) se encuentra en una
aporía parecida a la de Zenón: tiene un potencial “político” (lo pongo entre
comillas, luego volveré sobre el término) importante, pero no puede intervenir
en política, desde su independencia, de una forma eficaz, porque encuentra en
su camino “tortugas” que le obstruyen el paso.
Tiene
representatividad, pero es una representatividad insuficiente: la tasa de
sindicación es baja, en todos los países, en términos absolutos. Cierto que existen
los medios y la voluntad de ampliarla a colectivos de trabajadores precarios o
falsamente autónomos que hoy por hoy están volviendo la espalda a la propuesta
sindical; pero es dudoso que, incluso en el caso de que se consiguiera enrolarlos
para la causa, la representatividad acrecida sirviera al sindicato para cubrir
el objetivo deseado de influir, de contar de alguna manera en la política
económica.
Vuelvo a las
comillas de la “política”. La “política” ha sufrido una mutación desde la época
de los partidos de masas y los sindicatos de clase, aquella época hoy desaparecida
que se señaló en la economía por el modo de producción llamado “fordista”, es
decir por la hegemonía de la gran fábrica automatizada. Seguimos llamando a la política
con el mismo nombre, pero es profundamente distinta a como era.
Entonces existía
una relación directa entre el partido y el sindicato, entre la fábrica y el
parlamento. Era una relación distorsionada en muchos casos: el partido siempre tuvo
la tentación de imponer su perspectiva al sindicato y convertirlo en su fiel
infantería. Pero los sindicalistas constituían un grupo nutrido y compacto en
los órganos de dirección de los partidos, y estos mandaban a algunos de sus
mejores cuadros, no a las fábricas salvo en casos excepcionales y, por decirlo
así, heroicos; pero sí a los órganos colectivos de dirección de los sindicatos,
donde ─desde el respeto en principio a la esfera de autonomía de cada cual y a
la formación de mayorías y minorías en torno a cada cuestión debatida─ tenían
una influencia importante en la concreción de la línea sindical.
Para expresar de la
forma más breve posible lo que ha cambiado en ese esquema, basta decir que
también la política ha perdido representatividad. Los partidos (hablo en
general, cada cual establecerá las excepciones a la regla) no representan ya a
las masas en función de sus necesidades y sus expectativas existenciales, sino
que se limitan a lanzar iniciativas mediáticas para atrapar votos transversales
en el caladero de una ciudadanía fragmentada, desorganizada y huérfana de referencias
“fuertes”.
La falta de
consistencia de las plataformas políticas al uso, su levedad insoportable, es la
tortuga que obstruye el camino del sindicato aquíleo hacia la meta deseada del progreso
político para el pluriverso del trabajo.
Dicho de otra manera,
que quizá permite entender mejor el calado de la aporía en la que se debate el
sindicato hoy, la “política” ya no necesita verse legitimada por la aprobación
del mundo del trabajo; su praxis de todos los días no está basada en consensos
estables ni en apoyos homogéneos de las fuerzas sociales.
La “política” tiende
más bien a apostar, como decía ayer yo en estas mismas páginas (1), por la
gobernabilidad contra la representatividad. Una mayoría en el parlamento,
incluso simplemente una mayoría de bloqueo, puede justificar el balance de toda
una legislatura.
Por eso conviene
insistir en el programa de gobierno, y en el control social de su cumplimiento.
El movimiento se demuestra andando, habría dicho Aristóteles.