Charles Laughton y Maureen O’Hara
en un fotograma de “Posada Jamaica”, película de Alfred Hitchcock basada en una
novela de Daphne du Maurier.
La cabalgata de las
Valquirias escenificada en los días pasados se ha tomado un respiro en esta
mañana de regalos en familia, pero continuará mañana con un desenlace u otro:
el previsto, seguramente, o acaso el improbable, ese que circula por los
mentideros solapado como naipe en manga de trilero.
Las Valquirias, en
cualquier caso, seguirán cabalgando con estrépito y furia, faltaría más. El
busilis de toda la impresionante movida en curso está en la necesidad de la deslegitimación
de la democracia representativa cuando los números no son los que apetecen quienes
se creen con derechos divinos ─o con derechos naturales, que es otra forma de
decir lo mismo─ a gobernar. Es decir, señalando con el dedo por más que sea de
mala educación: los que siguen creyendo incluso en el siglo XXI que el Estado de
derecho no puede ser otra cosa que el Estado del derecho de los propietarios. (*)
El filibusterismo
con el que se han lanzado al abordaje del parlamento las mesnadas del dinero y
la respetabilidad viene a ser parecido a lo que hacía el Sir Humphrey Pengallan
de Posada Jamaica, personificado por
el inolvidable Charles Laughton en la película dirigida por Alfred Hitchcock.
Sir Humphrey
dirigía una banda criminal que manipulaba los destellos de un faro en las
noches de mar gruesa y hacía naufragar en los arrecifes de Cornualles a los
barcos que zarpaban hacia el Nuevo Mundo cargados de emigrantes con todas sus
modestas posesiones. Luego los piratas de tierra firme remataban a los supervivientes
y se repartían sus despojos.
Con una
particularidad. «El dinero dádmelo todo a mí, que soy el único que sabe cómo
gastarlo», les aleccionaba Sir Humphrey.
Nuevas variantes de
la vieja historia están en este momento en circulación. Mañana seguramente se
consumará el match point, el “punto
de partido” en favor de las fuerzas de cambio. Pero las emboscadas, las
tempestades, las descalificaciones y la rapiña de los despojos de las víctimas
continuarán, de forma invariable.
Conseguir la estabilidad más allá de la
zozobra continuada en la que estamos inmersos será una tarea ardua, que llevará
tiempo. Mientras tanto viviremos todos pericolosamente,
como preconizaban Nietzsche y su discípulo Mussolini; pero en nuestro caso,
sin mayores ganas de hacerlo.
Solo porque vivir
peligrosamente es para nosotros la única forma de aspirar a seguir viviendo.
(*) Estoy hablando de España, pero hemos visto cómo ocurría lo mismo sucesivamente en Venezuela, en Brasil, en Bolivia.