martes, 21 de enero de 2020

GOBERNABILIDAD O REPRESENTACIÓN


La democracia representativa tiene un problema, si quiere ser “demasiado” representativa. Adviertan las comillas colocadas en el adverbio.

Si quiere ser “demasiado” representativa, la democracia ve disminuir la estabilidad del sistema: se hace, poco a poco, más y más ingobernable. Surgen nuevas demandas desde abajo, el nivel de exigencia de la ciudadanía crece, la satisfacción disminuye, los gobiernos son contestados y acaban por caer.

El remedio que se ha encontrado históricamente al problema, cambiándolo todo de modo que nada sustancial cambiara ya desde los años setenta del siglo pasado, ha sido recortar la representación para afirmar la estabilidad del sistema. “No se puede dar a todo el mundo todo lo que pide”, fue el modo de expresarlo de la Comisión Trilateral, un constructo surgido de los think tanks de la nueva economía global que consiguió, primero, poner fin a los “treinta años gloriosos” de prosperidad después del último conflicto mundial (en este país habíamos pasado los treinta gloriosos y algunos más bajo la dictadura franquista, aislados de todo el concierto internacional; mala suerte histórica que tenemos).

Luego las fuerzas neoliberales anunciaron, a bombo y platillo, el Final de la Historia.

Historia, con mayúscula; Final, con mayúscula también. No había nada más que hacer, todo estaba ya hecho. TINA, there is no alternative. Quienes estaban arriba en el momento del derrumbe de la Unión Soviética, en aquella época en que el mundo era aún bipolar, seguirían arriba para siempre; habían ganado la competición y se llevaban la Copa a casa. A los que estaban abajo, es decir a todo el Segundo y el Tercer Mundo y a buena parte del primero también, que les fueran dando.

Este fue grosso modo el esquema. Desde entonces, y bajo el nuevo paradigma, los ricos se han hecho mucho más ricos, y los pobres, mucho más pobres. Paralelamente, el mundo se ha hecho mucho más inestable que bajo la guerra fría, el terrorismo ha alcanzado cotas desconocidas antes, y las protestas sociales se han multiplicado y radicalizado en todas partes.

La representación tiende a adelgazarse en las democracias representativas, de las que es el ingrediente esencial; la idea inclusiva de “ciudadanía” flota sobre la realidad con unos contornos cada vez más vaporosos; los tribunales supremos reinterpretan en sentido restrictivo mandatos constitucionales que en tiempos pretendieron expresar una comunidad “nacional” de intereses que cada vez resulta más ambigua y más problemática.

Somos ahora, en teoría matemática, mucho más ricos en términos del PIB, pero el “sistema” tal como está configurado, con un Estado deudor que ha venido a sustituir al anterior Estado providencia, es incapaz de garantizar empleo digno, pensiones dignas, vivienda asequible, prevención social adecuada, educación de calidad capaz de promover la igualdad de oportunidades. Todas estas necesidades son calificadas de “ideológicas” por quienes enarbolan su propia ideología dogmática como un garrote con el que atizar a cualquier cosa que se mueva por la izquierda. Iniciativas como la del “pin parental”, que promociona no solo Vox, sino el PP de Pablo Casado, van en la dirección de ahondar en las diferencias individuales entre la casta del dinero y la plebe desamparada y desmonetizada: quieren dos escuelas distintas para dos clases enfrentadas.

La democracia se ha adelgazado considerablemente, pero sigue ahí, sin embargo; la representación es claramente deficitaria, pero aún funciona de uno u otro modo. Son premisas a las que aferrarse en el momento en que disponemos de un programa de gobierno abierto, social democrático, inclusivo, dispuesto a gestionar cambios no mayúsculos quizá, pero sí esenciales.

No podemos dejar que decaiga este programa, que fracase este gobierno de coalición que ha costado años construir y que está en el punto de mira de toda la artillería acumulada por la División Brunete Mediática y por la División Aranzadi que la escolta y la refuerza.

Lo impediremos los que estamos aquí abajo, juntos, solidarios, e impacientes. Tenemos conciencia clara de que, si no conseguimos aprovechar esta ocasión, no tendremos ninguna otra, mejor o peor, hasta vayan a saber cuándo.