La democracia
representativa tiene un problema, si quiere ser “demasiado” representativa.
Adviertan las comillas colocadas en el adverbio.
Si quiere ser “demasiado”
representativa, la democracia ve disminuir la estabilidad del sistema: se hace,
poco a poco, más y más ingobernable. Surgen nuevas demandas desde abajo, el
nivel de exigencia de la ciudadanía crece, la satisfacción disminuye, los
gobiernos son contestados y acaban por caer.
El remedio que se
ha encontrado históricamente al problema, cambiándolo todo de modo que nada sustancial
cambiara ya desde los años setenta del siglo pasado, ha sido recortar la
representación para afirmar la estabilidad del sistema. “No se puede dar a todo
el mundo todo lo que pide”, fue el modo de expresarlo de la Comisión
Trilateral, un constructo surgido de los think
tanks de la nueva economía global que consiguió, primero, poner fin a los “treinta
años gloriosos” de prosperidad después del último conflicto mundial (en este
país habíamos pasado los treinta gloriosos y algunos más bajo la dictadura
franquista, aislados de todo el concierto internacional; mala suerte histórica que
tenemos).
Luego las fuerzas
neoliberales anunciaron, a bombo y platillo, el Final de la Historia.
Historia, con
mayúscula; Final, con mayúscula también. No había nada más que hacer, todo
estaba ya hecho. TINA, there is no alternative.
Quienes estaban arriba en el momento del derrumbe de la Unión Soviética, en
aquella época en que el mundo era aún bipolar, seguirían arriba para siempre; habían
ganado la competición y se llevaban la Copa a casa. A los que estaban abajo, es
decir a todo el Segundo y el Tercer Mundo y a buena parte del primero también, que
les fueran dando.
Este fue grosso modo el esquema. Desde entonces,
y bajo el nuevo paradigma, los ricos se han hecho mucho más ricos, y los pobres,
mucho más pobres. Paralelamente, el mundo se ha hecho mucho más inestable que
bajo la guerra fría, el terrorismo ha alcanzado cotas desconocidas antes, y las
protestas sociales se han multiplicado y radicalizado en todas partes.
La representación tiende
a adelgazarse en las democracias representativas, de las que es el ingrediente
esencial; la idea inclusiva de “ciudadanía” flota sobre la realidad con unos
contornos cada vez más vaporosos; los tribunales supremos reinterpretan en
sentido restrictivo mandatos constitucionales que en tiempos pretendieron expresar
una comunidad “nacional” de intereses que cada vez resulta más ambigua y más
problemática.
Somos ahora, en
teoría matemática, mucho más ricos en términos del PIB, pero el “sistema” tal
como está configurado, con un Estado deudor que ha venido a sustituir al anterior
Estado providencia, es incapaz de garantizar empleo digno, pensiones dignas, vivienda
asequible, prevención social adecuada, educación de calidad capaz de promover la
igualdad de oportunidades. Todas estas necesidades son calificadas de “ideológicas”
por quienes enarbolan su propia ideología dogmática como un garrote con el que
atizar a cualquier cosa que se mueva por la izquierda. Iniciativas como la del “pin
parental”, que promociona no solo Vox, sino el PP de Pablo Casado, van en la
dirección de ahondar en las diferencias individuales entre la casta del dinero
y la plebe desamparada y desmonetizada: quieren dos escuelas distintas para dos
clases enfrentadas.
La democracia se ha
adelgazado considerablemente, pero sigue ahí, sin embargo; la representación es
claramente deficitaria, pero aún funciona de uno u otro modo. Son premisas a
las que aferrarse en el momento en que disponemos de un programa de gobierno
abierto, social democrático, inclusivo, dispuesto a gestionar cambios no
mayúsculos quizá, pero sí esenciales.
No podemos dejar
que decaiga este programa, que fracase este gobierno de coalición que ha costado
años construir y que está en el punto de mira de toda la artillería acumulada
por la División Brunete Mediática y por la División Aranzadi que la escolta y
la refuerza.
Lo impediremos los que
estamos aquí abajo, juntos, solidarios, e impacientes. Tenemos conciencia clara
de que, si no conseguimos aprovechar esta ocasión, no tendremos ninguna otra,
mejor o peor, hasta vayan a saber cuándo.