Tomás Guitarte, diputado de
Teruel existe, ha pasado en cuarenta y ocho horas de virtual eslabón débil de
la mayoría parlamentaria a paradigma de la coherencia política.
He seguido con atención
las imágenes de la retransmisión del pleno de investidura bis. Ha habido un
resultado positivo en el aspecto numérico, y me atrevo a decir que positivo
también en otro aspecto: los 167 “valientes” del sí y los 18 abstinentes, con
la excepción quizá de Montserrat Bassa pero no siempre se ha de creer a pies juntillas
todo lo que se dice en un hemiciclo, han despejado dudas y fantasmas previos y concurrido
a la votación reafirmados en un propósito común, que no es otro que certificar la
gobernabilidad de España desde una
perspectiva genérica de progreso a
medio y largo plazo.
Está por concretar todavía
el significado que puedan asumir en esta encrucijada política concreta los
términos de “gobernabilidad” por un lado, y de “progreso” por otro, que nuestros
legisladores habrán de combinar en un cóctel dosificado mediante calibres y
mediciones varias capaces de ir delimitando las líneas rojas para un trayecto que
se anuncia peliagudo, a fin de que resulte viable y sostenible.
En el refuerzo evidente
de la autoestima de nuestras izquierdas entre la primera y la segunda votación
para la investidura, han tenido alguna parte la solución templada al asedio
sufrido por el único diputado de Teruel existe, Tomás Guitarte, objeto de presiones
muy burdas y de amenazas de grueso calibre por parte de mesnadas de
guerrilleros patriotas anónimos. Se le ha buscado un lugar recoleto donde pasar
la noche de la “vela de armas” con la necesaria tranquilidad, y se ha
presentado temprano por la mañana en el templo de la soberanía popular para
garantizar su presencia y su voto.
También ha madrugado
en el edificio de las Cortes Aina Vidal, la diputada catalana seriamente
enferma pero capaz de dejar en un segundo plano su dolencia en un día en el que
su voto era imprescindible. De varias maneras se ha expresado el reconocimiento
de la porción positiva de la Cámara a su sentido del deber.
Y finalmente se ha activado,
por si las moscas, un mecanismo “antitamayista” ideado por Bildu, según el cual
los posibles trasvases de voto detectados en la votación pública y nominal
irían seguidos por otros tantos vuelcos de la abstención hacia el sí. De este modo,
los abstinentes no se han limitado a una actitud pasiva de “dejar hacer, dejar
pasar”, sino que han ejercido activamente de cordón sanitario vigilante contra posibles
irrupciones en la votación decisiva del virus del transfuguismo.
Un mecanismo así,
inédito hasta donde se me alcanza en la historia del parlamentarismo español y
tal vez incluso mundial, ha fortalecido de forma ostensible la unidad plural
del bloque que ahora se dispone a dirigir la política en este país, desde el
gobierno unos, desde el parlamento todos.
Dadas las difíciles
circunstancias en las que nos encontrábamos, y teniendo en cuenta el derroche
de grosería y de demagogia desplegado por nuestras también plurales derechas
ultramontanas a lo largo de la sesión, habremos todos de convenir que las cosas
han ido hoy del mejor modo posible.
Y esa es la mejor
garantía de que mañana también va a ser un buen día. Mejor incluso que el de
hoy.