«Colau facilita una
moción contra Juan Carlos I y el Gobierno», es uno de los titulares de El País
de hoy. No tendría mayor importancia (todos sabemos lo que representa El País
en la correlación de fuerzas, todos sabemos que se trataba de una moción-trampa
y que los titulares contra la excelente alcaldesa de Barcelona habrían
funcionado de un modo u otro, por fas o por nefas, según la acreditada política
de la mierda y el ventilador), de no ser porque la votación de ayer es el suma y
sigue a una serie de gestos y actitudes de la dirección dels Comuns que revela
una afición reiterada a nadar entre dos aguas.
Los Comuns añoran
un tripartito con PSC y ERC, así para Barcelona como para Cataluña. Algunos
datos indican que se trata de una pasión no correspondida, y en consecuencia inútil:
Esquerra ha torpedeado ya históricamente dos tripartitos en Cataluña y ha
provocado trasvases a su favor de dirigentes, tanto del PSC (el Tete Maragall y
su escuálida cohorte), como de los Comuns (Joan Josep Nuet y Elisenda Alemany).
Debería estar claro para todos que, en sus siglas, RC ha desplazado con
claridad a la E de Esquerra. Soñar con una utilización de sus relaciones difíciles
con JxCat a fin de atraerla a un campo de maniobras intermedio entre el sí y el
no al soberanismo, es, con perdón, soñar tortillas.
En la presente
situación, era preferible para los Comuns votar en contra de la moción anti
Gobierno. Les guste o no, están incluidos en él y moralmente obligados a defenderlo.
Las críticas habrían llovido, pero eso estaba descontado. La abstención
descuida el aspecto esencial de la cuestión, y solo satisface las ganas de dar
caña al Emérito y a quienes le defienden.
No deja de ser un
objetivo político, pero de orden muy secundario en este momento. En un post
reciente se me ocurrió advertir de la posibilidad de que el Ex se comportara
como un falso nueve que nos metiera un gol por la escuadra. Resulta que tanto
desde un sector de Podemos como desde las alturas estratégicas de Waterloo se
está utilizando al figurón con ese propósito. Y hay quien pica.
No debería haber
picado Colau, porque su abstención de ayer emborrona aún más una posición ya de
por sí borrosa. La moción municipal anti Gobierno ha salido adelante. No es un
episodio tan grave como aquel pacto para apoyar los presupuestos de la Generalitat
a cambio de reciprocidad con los municipales; eso también se hizo, desde la
idea ingenua de que la legislatura estaba de todos modos finiquitada y en vía
muerta. Luego se ha visto lo que se ha visto.
No es ni mucho
menos tan grave el suceso de ayer como retirar de la primera fila a los
parlamentarios Lluís Rabell y Joan Coscubiela, porque “dificultaban” un
entendimiento con sectores independentistas proclives a la sensatez. Luego ni
ha habido entendimiento ni sensatez en la contraparte, ni los recién ascendidos
en el grupo parlamentario han dado muestras de ninguna especie de consecuencia ni
de determinación. Los Comuns han debilitado gratis su arsenal parlamentario; su
voz hoy apenas se escucha, sus portavoces no ofrecen referencias válidas.
Queda dicho al
principio que Ada Colau es una excelente alcaldesa. La mejor posible,
seguramente, en el elenco municipal. El problema es que no tiene una idea clara
de la realidad catalana, y cree posiblemente en el efecto salutífero que supondría
convertir a Cataluña en una proyección magnificada de la universalidad y el
cosmopolitismo barceloneses.
No es tanta la
universalidad barcelonesa. No tienen tanto peso el logo y la marca. Y se van
dejando plumas importantes por el camino. Basar la línea política en el
resplandor barcelonés y dejar en la ambigüedad el encaje de Cataluña en España,
en Europa y en el mundo, es una política errónea.
De momento, Lionel
Messi ya se está buscando otros horizontes. Oído cocina.