Frente al concepto
sólido, basado en una lógica rigurosa, de que “lo primero es antes”, emitido
con fundamento por don Venancio Sacristán, padre de Pepe, el sobrio actor de nuestro
cine más imborrable; frente a ese concepto, digo, se está desparramando por todos
los vericuetos una izquierda tan dispersa como el ejército de Pancho Villa, que
siente el prurito repentino de agarrar al paso todos los rábanos posibles por
las hojas, dejando lo primero detrás de todo lo demás.
Lo primero en esta
situación son los presupuestos del Estado. Son un elemento absolutamente vital para
aportar algo de luz al panorama sombrío que debemos afrontar, con cinco crisis
superpuestas gravitando sobre nuestras cabezas, cuando no pesando sobre
nuestras espaldas.
Está claro,
entonces. Lo primero es lo primero. Va antes. Sin embargo, algunos compañeros
respetables están reclamando, antes del debate crucial de los presupuestos, que
el Estado benefactor suministre mascarillas gratis en la vuelta a la escuela de
septiembre; que dicte leyes contra el botellón; que tome medidas enérgicas contra
los okupas; que no las tome contra los okupas sino contra los fondos buitre; que
instaure un impuesto especial para las grandes fortunas; que convoque un gran referéndum
sobre la monarquía o la república.
Nuestras izquierdas
impacientes no están dispuestas a esperar un minuto más en ninguna de esas
cuestiones, ni en las más importantes ni en las menos. Llueven las críticas;
este gobierno es “ineficaz”, no ejerce adecuadamente de cielo protector. Ni
rebaja las cifras de contagio, ni persigue al Emérito, ni acelera los farragosos
trámites del cobro del IMV. Nuestras severas izquierdas exigen más eficacia y no
están dispuestas a bajar el listón de sus exigencias ante un gobierno enfrascado
hoy por hoy en el problema de los presupuestos, del que más o menos dependen
todos los demás.
Peor aún: portavoces
de Podemos anuncian a Pedro Sánchez que no se le ocurra contar con sus votos si
pacta los presupuestos con Ciudadanos.
¿Con un
vicepresidente y cuatro ministros en el Gobierno, están sufriendo un ataque de
cuernos?
Solo nos faltaba en
el país otra crisis del burofax.
Atiendan, por este
camino no vamos a ninguna parte. Por lo menos a ninguna parte bonancible. Siglos
antes de que don Venancio Sacristán formulara su modesta verdad, Nicolás
Maquiavelo había señalado que el fin justifica los medios. La frase escandalizó,
sin ningún motivo concreto, a muchas conciencias rectas que opinaban que no todos los
medios valen para justificar un fin, por bueno que sea este.
Lo que Maquiavelo
quizás pretendió expresar es que la persecución de un fin benéfico puede imponer
rodeos fastidiosos por el camino, pero que los fastidios deben ser vistos desde una perspectiva amplia. (No estoy haciendo una interpretación buenista: el
florentino dijo también que es deseable que el Príncipe sea amado por su
pueblo; pero es esencial que sea temido. Quizás Pedro Sánchez deba reflexionar un poco más sobre esta fórmula.)
Lo que apuntan los
nuevos maquiavélicos es, sin embargo, cosa muy distinta: que ningún fin es
merecedor de esfuerzos si no pasa antes por la rigurosa aduana de los medios, los
cuales son elevados a la categoría de líneas rojas intraspasables.
Atiendan, repito:
por este camino no vamos a ninguna parte.