La Libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, Museo del Louvre. La vida real pocas veces se parece a las obras de los artistas.
Claro que sí, la democracia es siempre indispensable, siempre es buen momento para practicarla. Lo están diciendo muchos amigos impacientes. Pero hay muchas maneras de practicar la democracia. Forzar una votación para perderla, sea en el Parlamento o en un referéndum, puede ser muy democrático, pero no es sensato.
Democracia significa
contar con todos, no solo con los nuestros. “Contar” implica también echar
números, tener una idea clara de cuántos somos los que pensamos igual, y si
somos suficientes. Los “otros” no son unos traidores, solo piensan distinto.
Democracia es, también, aceptar esa realidad.
La democracia tiene
un filo cortante, no es un refugio acogedor, en muchas ocasiones es un sapo viscoso
que te ves obligado a tragar. Puedes decir que la culpa la tiene tanta “gente” idiota,
la gente no piensa como tú en unas cuestiones.
En otras, sí. En
otras cuestiones es posible contar con el apoyo de esos “traidores” que tanto nos molestan. Las cosas no están en blanco y negro, hay matices. Tenemos que consolarnos con eso y tirar para adelante, con el máximo número posible de
compañeros de viaje incluso indeseables, por allí donde la trocha parece menos
empinada.
Todos deberíamos ser
más humildes, porque no poseemos la Verdad luminosa, la Razón flamígera que
cegarán y confundirán a nuestros enemigos corruptos.
Avanzar siempre
comporta elegir, elegir siempre significa descartar opciones. No descartarlas
para siempre, claro, pero sí por fuerza para más adelante, para un “luego” vagaroso
y tentativo.
Es un ejercicio
penoso pero instructivo, que conviene realizar teniendo siempre muy en cuenta
la reflexión de don Venancio Sacristán que José Luis López Bulla nos repite con
machacona pedagogía todos los días: “Lo primero es antes.”
Así sea.