Juan Carlos I en un desfile militar. (Foto, El Correo)
Setenta y dos
políticos relevantes de distintas tendencias han firmado un manifiesto de apoyo
a la figura política de Juan Carlos I.
A primera vista se
trata de un sincero homenaje a las virtudes del Emérito, a su sacrificio, a su protagonismo
en la transición y a su trascendente españolidad acrisolada.
No se lo crean, sin
embargo. La figura política de JC I está a estas alturas tan amortizada como la
de Quim Torra, incluso más.
O sea, Torra irá a
Madrid “a mirar a los ojos a los miembros del TS”, según dice él mismo. Después
del trance, que será durísimo para los miembros del TS confrontados ante tanta
entereza, si el ya ex president decidiera trasladarse con armas y bagajes a
algún sucedáneo de Abu Dhabi o de Waterloo, siempre encontraría 72 firmas para
rendirle el mismo tipo de homenaje tributado ahora al Ex por antonomasia.
Ambos dos han
conseguido deteriorarse a sí mismos hasta un punto de no retorno: el uno por
golfería irredenta, el otro por incompetencia en grado heroico llevada mucho
más allá del (in)cumplimiento del deber. JC, barrunto, morirá en tierra extraña,
como les ha ocurrido a sus ancestros por línea directa. De QT no lo creo, su
constitución de mosca cojonera indica más bien que buscará refugio por la banda
de Santa Coloma de Farners, y concederá entrevistas exclusivas a los plumíferos
dispuestos a escucharle, que no serán muchos porque en sustancia no tendrá nada
nuevo que contarles.
El homenaje de los
72 prohombres y promujeres al papel desempeñado por JC en la democracia es más
bien una forma de enaltecerse a sí mismos por persona interpuesta. El Ex les resulta
indiferente en último término, pero todos tienen en el escritorio de su
despacho privado una fotografía enmarcada en la que aparece vestido de capitán
general o alternativamente de chaqué, estrechándoles la mano. Es esa efemérides
más o menos lejana la que les importa; no lo que hizo él, sino lo que hicieron ellos,
el grandilocuente papel que representaron en algún período, en alguna
legislatura, en un momento más o menos azaroso sobrevenido a lo largo de los
últimos cuarenta años, cuando acapararon las fotos y los titulares de primera
página de los grandes medios.
Ese homenaje a sí
mismos es, sin embargo, también una barrera que se está poniendo a lo nuevo, a
lo que se nos echa encima a borbotones incontrolados en este país, desde hace
algunos años.
No podemos
permitirnos hacer caso a los figurones y las estantiguas abajo firmantes, cuando
nos proponen elevar a los cielos un himno de gratitud intemporal, y eternizar a
conciencia una determinada solución de país que en su momento fue provisional, el
fruto imperfecto de una relación de fuerzas determinada y de un acomodo
incómodo. El régimen económico y social del 78 hace aguas por todas partes, lo “nuevo”
(“no hay que tener miedo de lo nuevo”, nos advierten voces que suenan cerca del
río Genil) está reventando las costuras prefabricadas en este patio de
vecindonas a partir de un zurcido sobado de principios intemporales, consejas
de vieja junto a la lumbre y admoniciones de confesionario. Lo “nuevo” viene
atropellando con todo en general, y en particular con el bienestar modesto de
los humildes, el valor más deteriorado hasta el momento en las estructuras de
nuestro régimen.
La realidad es
inaplazable. Lo nuevo merece una consideración atenta y pormenorizada (sin
miedo, pero sin pausa) y la creación de los moldes idóneos en los que
contenerlo.
Oigan, ustedes que
me están leyendo. Si tienen la bondad, y nada mejor que hacer, fírmenme aquí
este contramanifiesto. Deprisa, que es para hoy.