Trabajadoras de la
construcción.
He empezado por fin
a leer Aquí no hemos venido a estudiar, de
Enric Juliana, un ejercicio de “memoria intrahistórica” documentado con
minuciosidad. Aún no he llegado a la página 100. Estoy, en concreto, en la 99,
en el titular del capítulo “Tito se rebela”.
Es como examinar
una fotografía de tus antepasados: “Mendiola” el roble vasco, “Puig” el
vendedor de huevos; hombres solitarios, héroes de la vida clandestina forjados de
una pieza, aventureros y metódicos, sacrificados. Ramón Ormazábal pasó diez
años en París junto a una mujer de familia de exiliados, Louise Perla; ocurrió
porque había incurrido en sospechas y el Comité central no contaba con él. Dice
Juliana: «Vivirá como un verdadero tormento la pérdida de confianza durante
diez años que se le harán eternos.» Los diez años con Louise; luego volverá a la "normalidad": el trabajo clandestino de organización, la cárcel. En cuanto a Marieta
Sarriera, no quiso acompañar a su marido al exilio en Francia porque estaba
apegada a su familia, a su barrio, a la educación de su hijo Felip. «No se
volverán a ver sin rejas por medio hasta dieciocho años más tarde», acota
Juliana. Manuel Moreno, llegado a París, le envía a ella a Badalona una postal
de la Ópera con el siguiente texto: «Te mando este recuerdo, estoy bien.» Seis
palabras. No aclara el biógrafo ─hasta donde llevo leído─ si hubo más cartas,
más palabras cruzadas. Posiblemente no, los escritos eran siempre
comprometedores, vivir en la clandestinidad exigía soledad y silencio. Lo
sabemos también por lo que ha escrito Teresa Pàmies de Gregorio López Raimundo.
La vida a secas era
un asunto de mujeres. Para los hombres, la revolución; para las sufridas “compañeras”,
la inmersión en una trama cotidiana de pequeños quehaceres siempre iguales. Así
se despliega también el esquema narrativo de la Odisea: el héroe combate en
Troya, la esposa teje y desteje para guardar de forma conveniente las
ausencias.
No me reconozco en esa
imagen en sepia de mis antepasados. Lo “nuestro” fue enteramente otra cosa.
Aquello que le dijo Stalin a Pasionaria el año 48 no fue ninguna prefiguración
de las Comisiones Obreras de los años sesenta. Era la labor del viejo topo en
las organizaciones sindicales del franquismo, avalada por la autoridad de
Lenin. Era un llamamiento a la paciencia (terpenie)
en una situación en la que el vuelco político se hacía imposible por la
relación de fuerzas internacional. Y en una España empobrecida, autárquica,
despoblada, estigmatizada en el mundo por su relación estrecha con el
nazifascismo.
«Se podría decir,
con más fundamento, que Comisiones Obreras es un hijo del Plan de
Estabilización de 1959. Comisiones Obreras será la más genuina construcción
social del pueblo español durante el franquismo. El primer gran sujeto
colectivo opuesto a la dictadura que no lleva el sello de la República y de los
tiempos anteriores. Comisiones Obreras es una realidad tan nueva como el Seat
600.»
Lo dice Juliana.
También lo he dicho yo en alguna ocasión, en charlas en público. Y he añadido
otras dos diferencias con la situación anterior. La primera, que fuimos fundamentalmente
un movimiento joven y que nos autoorganizamos, no se nos organizó desde los
comités centrales porque ninguno de ellos (había varios), ni el mejor situado,
tenía capacidad para montar una cosa así.
Y más importante
todavía, las mujeres estuvieron presentes en las Comisiones desde el principio.
Sin remilgos, sin aspavientos, y sin ningún complejo de inferioridad. Eran
trabajadoras, cumplían como todos los horarios, las pautas y los requisitos de
productividad. Y reclamaban la igualdad en todo, y reclamaban además conciliación,
una cuestión que a muchos de nosotros los varones ni se nos había ocurrido aún
que fuera un problema laboral.
Y querían además casarse
con hombres que ayudaran en la casa, con compañeros, no con figuras ausentes
consagradas en el altar de la memoria.
Y también eso, en
general, lo consiguieron.
Estuvieron ahí, muy
visibles, las estadísticas lo muestran. La tasa de actividad femenina dio un
salto de gigante en los años del desarrollismo, y fue también esa realidad lo
que hizo que las cosas fueran como fueron.
La vida se hizo menos
clandestina, la utopía más cotidiana, el temple de las personas siguió siendo igual
de heroico seguramente.