Carambola a tres bandas.
Por hábil jugador
de billar que uno sea, muchas veces le sale la carambola de chiripa.
Valga este
pensamiento genérico (el cual, advierto lealmente a la concurrencia, ni está en
el Quijote, ni lo escribieron Winston Churchill o Paulo Coelho o García
Márquez, como les ocurre a tantas ocurrencias espurias que corren por la red), para
contarles algo que me sucedió ayer.
Estaba leyendo en
el muro de facebook de José Luis López Bulla un chat interesante del titular con
Antoni Cuadras. Se trataba allí de la oportunidad de centralizar en una
instancia gubernamental todo lo referente a la pandemia que nos sigue
afligiendo con rara tenacidad, a fin de evitar desparrames lamentables de
contagios debidos a que las estructuras sanitarias no se han reforzado en
absoluto desde el mes de marzo; a que las contraórdenes cruzadas de los distintos
niveles de autoridad están a la (contra)orden del día, y a que el modo mejor
que encuentran las autonomías de abordar el problema que ha vuelto a recaer
sobre sus competencias es despotricar del maestro armero y reclamar nuevas
instrucciones más precisas de la superioridad.
Pues bien, en
cierto momento de la charla ajena me apeteció intervenir sobre el fondo del
asunto (relación poder central / autonomías). Y escribí:
«Una
cuestión de lo más interesante, desde el principio de subsidiariedad: ¿qué
corresponde a cada escalón de mando? Parece razonable que el campanario sea
prerrogativa de la aldea, y la pandemia se aborde de una forma lo más
centralizada y erga omnes
posible. Las cuadrículas de los estadillos funcionariales nunca han sido un fin
en sí mismo, hay que conjugarlas en subjuntivo.»
La respuesta de JLLB fue inmediata y contundente:
«Pero
la clase política española no entiende de subjuntivos sólo de himperatibos
cuarteleros, especialidad de la casa. Es chocante que el castellano haya creado
un modo verbal tan poco usado en el ambigú de la derecha.»
Y solo en ese
momento me di cuenta de que mi última frase, que había escrito a modo de
redondeo retórico, tenía un sentido, si les apetece la palabra, “profundo”.
O sea, que la
política es una estructura, lo mismo que la lengua, y que también en la política
hay modos indicativos, subjuntivos que se usan muy poco, gerundios que se
repiten en bucle, e “himperatibos”, de los que se abusa demasiado. También hay
ablativos absolutos, utilizados por lo general a troche y moche y sin venir a
cuento.
Puede parecer un
derroche de retórica. Seguimos en general una tendencia a simplificar los
problemas, y también el problema del lenguaje, a fin de abordar con toda
rapidez las soluciones, ni que sean apresuradas y meramente tentativas.
Pero la solución
preferible con mucho, sobre todo en problemas complejos, sería la utilización de
una buena sintaxis gramatical y política (¿la llamaríamos "federalismo"?), que dejara bien diferenciadas las
oraciones y/o instancias de poder principales, las coordinadas y las subordinadas,
cada cual en su sitio y en su función adecuada. La organización cuidadosa implicaría un incremento de la eficiencia. «Las ideas, amigo Sancho, no viven
sin organización», como “no” dijo Don Quijote en su libro.
Sí lo dijo, en
cambio, Manolo Vázquez Montalbán, aunque la frase que utilizó tampoco es suya,
sino una cita tomada de un catón: «Lo que bien se concibe, bien se expresa /
con palabras que acuden con presteza.»
En el balance final
de todo ello, valga la salvedad, no cuentan ciertas carambolas retóricas conseguidas
de chiripa.