lunes, 31 de agosto de 2020

OFENSIVA DE OTOÑO

 


Cartel de ‘La túnica sagrada’, película de Henry Koster (1953).

 

Han caído algunas nieves en agosto, pero se trata de un dato puramente episódico, porque todos los indicios apuntan a que el otoño será caliente. El calendario incluye una moción parlamentaria de censura al gobierno, promovida por Vox; el debate tardío para la aprobación de los presupuestos generales del Estado, y la celebración catalana de la Diada nacional y de los consabidos sucesos de octubre del 17.

Un conato de incendio en el seno de la mayoría parlamentaria parece haber quedado sofocado. UP se abre a un posible pacto presupuestario con Cs, siempre que no se desnaturalicen los objetivos fijados en el programa de gobierno.

Es lo sensato.

Y lo sensato tiene en este caso la virtud añadida de reforzar los números de la mayoría. Es de cajón que Arrimadas no puede imponer un giro político de la coalición de gobierno hacia la derecha; le faltan argumentos y le faltan votos disuasorios. Tratará de mejorar la imagen de su grupetto después del descalabro de Rivera, y de apuntarse el tanto mediático de que gracias a ella no ha habido desparrames bolivarianos en los presupuestos (no los habrá, en ningún caso).

Si esa negociación se lleva medianamente bien, la moción de Vox quedará condenada, no solo al fracaso, sino a la soledad. Casado no querrá verse atrapado en un ideario falangista como alternativa al gobierno. En el debate de la moción, Vox habrá de recurrir a toda su imaginería incendiaria. Esa imaginería espanta a las bases del PP, que se sitúan entre la franja conservadora y la muy conservadora de la sociedad, y son capaces de esgrimir las cacerolas contra el gobierno si se les invita a ello; pero aborrecen la “dialéctica de los puños y las pistolas”.

La destitución de Cayetana Álvarez de la portavocía indica que Casado no va a jugarse otra vez la primogenitura en un choque frontal con Sánchez, cuando aún se está lamiendo las heridas del anterior. Un debate bien orientado y bien conducido, capaz de jugar con los matices en lugar de recurrir a descalificaciones de “todos ustedes son la misma mierda”, podría ayudar a romper el cordón umbilical entre Podemos y Vox. Eso significaría el aislamiento absoluto de Vox en las cámaras, y un aire mucho más respirable en el parlamento.

En la inevitable ordalía de las diadas catalanas, también sería posible una actitud más ofensiva en contra del procesismo. El govern está en una situación de descrédito absoluto, sin ningún dato positivo que llevarse a la boca; y la perspectiva tan repetida del viaje inminente a Ítaca carece de toda credibilidad. Ya no solo están peleados ERC y JxCat, sino PDeCAT y Junts. Todos contra todos, con la CUP en una situación marginal, enrocada, autista, convocando monótonamente a las masas a apuntarse a la próxima revolución pasiva.

El elemento decisivo para un cambio de situación sería que los Comuns renunciaran a seguir sosteniendo a costa de mil jeribeques los palos de ese sombrajo desfalleciente, y participaran en un conglomerado de oposición heterogéneo hasta el absurdo si se quiere (PSC, Cs, Valls y Comuns), pero capaz de conseguir una mayoría de desbloqueo de una situación agónica que no admite más espera porque pronto será ya irreversible.

Sé que es una receta que no va a gustar en los círculos. En la calle, creo que funcionaría. A mí, personalmente, me parece preferible partir entre varios la túnica sagrada, que rifarla a los dados.