Cartel de ‘La túnica sagrada’,
película de Henry Koster (1953).
Han caído algunas
nieves en agosto, pero se trata de un dato puramente episódico, porque todos
los indicios apuntan a que el otoño será caliente. El calendario incluye una
moción parlamentaria de censura al gobierno, promovida por Vox; el debate tardío
para la aprobación de los presupuestos generales del Estado, y la celebración
catalana de la Diada nacional y de los consabidos sucesos de octubre del 17.
Un conato de
incendio en el seno de la mayoría parlamentaria parece haber quedado sofocado.
UP se abre a un posible pacto presupuestario con Cs, siempre que no se
desnaturalicen los objetivos fijados en el programa de gobierno.
Es lo sensato.
Y lo sensato tiene
en este caso la virtud añadida de reforzar los números de la mayoría. Es de
cajón que Arrimadas no puede imponer un giro político de la coalición de
gobierno hacia la derecha; le faltan argumentos y le faltan votos disuasorios.
Tratará de mejorar la imagen de su grupetto
después del descalabro de Rivera, y de apuntarse el tanto mediático de que
gracias a ella no ha habido desparrames bolivarianos en los presupuestos (no
los habrá, en ningún caso).
Si esa negociación
se lleva medianamente bien, la moción de Vox quedará condenada, no solo al
fracaso, sino a la soledad. Casado no querrá verse atrapado en un ideario falangista
como alternativa al gobierno. En el debate de la moción, Vox habrá de recurrir
a toda su imaginería incendiaria. Esa imaginería espanta a las bases del PP,
que se sitúan entre la franja conservadora y la muy conservadora de la sociedad,
y son capaces de esgrimir las cacerolas contra el gobierno si se les invita a
ello; pero aborrecen la “dialéctica de los puños y las pistolas”.
La destitución de
Cayetana Álvarez de la portavocía indica que Casado no va a jugarse otra vez la
primogenitura en un choque frontal con Sánchez, cuando aún se está lamiendo las
heridas del anterior. Un debate bien orientado y bien conducido, capaz de jugar
con los matices en lugar de recurrir a descalificaciones de “todos ustedes son
la misma mierda”, podría ayudar a romper el cordón umbilical entre Podemos y
Vox. Eso significaría el aislamiento absoluto de Vox en las cámaras, y un aire
mucho más respirable en el parlamento.
En la inevitable ordalía
de las diadas catalanas, también sería posible una actitud más ofensiva en
contra del procesismo. El govern está
en una situación de descrédito absoluto, sin ningún dato positivo que llevarse
a la boca; y la perspectiva tan repetida del viaje inminente a Ítaca carece de
toda credibilidad. Ya no solo están peleados ERC y JxCat, sino PDeCAT y Junts.
Todos contra todos, con la CUP en una situación marginal, enrocada, autista, convocando
monótonamente a las masas a apuntarse a la próxima revolución pasiva.
El elemento
decisivo para un cambio de situación sería que los Comuns renunciaran a seguir sosteniendo
a costa de mil jeribeques los palos de ese sombrajo desfalleciente, y
participaran en un conglomerado de oposición heterogéneo hasta el absurdo si se
quiere (PSC, Cs, Valls y Comuns), pero capaz de conseguir una mayoría de
desbloqueo de una situación agónica que no admite más espera porque pronto será
ya irreversible.
Sé que es una
receta que no va a gustar en los círculos. En la calle, creo que funcionaría. A
mí, personalmente, me parece preferible partir entre varios la túnica sagrada,
que rifarla a los dados.