Thomas Fairchild (John Williams) y su hija Sabrina
(Audrey Hepburn), en el garaje de los Larrabee. Fotograma de ‘Sabrina’, Billy
Wilder 1954.
El humilde chófer
de los adinerados Larrabee se hizo rico gracias a la información privilegiada sobre
activos financieros que ellos dejaban ir despreocupadamente y él absorbía con
dedicación, durante el trayecto de casa al trabajo y del trabajo a casa.
Thomas no era un
ladrón ni un caradura. Invertía y desinvertía en Bolsa en función de sus
posibilidades y de las directivas que escuchaba mientras se movía por el denso
tráfico de Nueva York. Siempre guardó el debido respeto a las clases
privilegiadas y a sus privilegios clasistas. Su filosofía la expone, en la película,
más o menos así: «Me gusta pensar en la vida como una limusina en la que cada
cual ocupa su sitio. Hay unos asientos delanteros y unos asientos traseros, y
un cristal entre ambos.» Se lo dice a Linus Larrabee (Humphrey Bogart), que le
contesta: «Thomas, es usted un esnob.»
El equivalente de la
limusina de los Larrabee, en nuestra época y en nuestro país, podría ser el
palco del estadio Santiago Bernabeu. Allí se han enhebrado cientos de negocios
interesantes. Madrid ha sido durante décadas un «modelo de éxito» bastante
peculiar. Ha habido un considerable número de “chóferes” que han prestado oído atento
a los off the record que se cruzaban allí,
en el reducido círculo de don Florentino y sus amigos.
El Campechano ha estado
en ese círculo en su salsa: un punto fuerte en las tertulias, siempre con una
cuchufleta en los labios. Un hombre superior, siempre magnánimo con todos, siempre
bien dispuesto a hacer un favor a un amigo, si se le pedía bien y con
discreción, y si las condiciones eran asumibles.
No habrá gran cosa
que reprocharle en un acta de acusación. Técnicamente, no hubo robo. Hubo evasión fiscal, eso sí. Pero la evasión
fiscal ha sido el ejercicio favorito de nuestras élites económicas. «Quien esté
libre de ese pecado, tire la primera piedra», dijo Alguien, en un libro gran
éxito de ventas, dirigiéndose a quienes se disponían a lapidar a una adúltera. El Campechano
va a encontrar muchos defensores partícipes en su mismo pecado, en este aquí y
ahora.
Entonces, siguiendo
la regla de “lo primero es antes” establecida por don Venancio Sacristán y
publicitada ampliamente por el Padre Prior Bulla, deberíamos empezar por atacar
el consabido “modelo de éxito” de los negocios: castigar con mayor rigor la filtración
de informaciones privilegiadas que enriquecen a unos pocos y arruinan a muchos
(el dinero no se crea ni se destruye, solo se trasvasa de unas manos a otras), cambiar la legislación fiscal, cambiar la cúpula judicial, impedir el
dumping y poner coto a la evasión de tantos capitales a tantos paraísos.
Si empezamos, en cambio,
por debatir sobre monarquía sí o no, sin cavar antes trincheras hondas y trazar
aproches bien diseñados, quedaremos bien servidos de fuego graneado desde la
fortaleza. Algunos piensan que el capitalismo en crisis que padecemos es un
tigre de papel, y que caerá por sí solo con un soplido un poco más fuerte de lo
normal.
Pero lleva siglos
sobreviviendo a las innumerables crisis que genera.