lunes, 17 de agosto de 2020

INFORMACIÓN PRIVILEGIADA

 

Thomas Fairchild (John Williams) y su hija Sabrina (Audrey Hepburn), en el garaje de los Larrabee. Fotograma de ‘Sabrina’, Billy Wilder 1954.

 

El humilde chófer de los adinerados Larrabee se hizo rico gracias a la información privilegiada sobre activos financieros que ellos dejaban ir despreocupadamente y él absorbía con dedicación, durante el trayecto de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Thomas no era un ladrón ni un caradura. Invertía y desinvertía en Bolsa en función de sus posibilidades y de las directivas que escuchaba mientras se movía por el denso tráfico de Nueva York. Siempre guardó el debido respeto a las clases privilegiadas y a sus privilegios clasistas. Su filosofía la expone, en la película, más o menos así: «Me gusta pensar en la vida como una limusina en la que cada cual ocupa su sitio. Hay unos asientos delanteros y unos asientos traseros, y un cristal entre ambos.» Se lo dice a Linus Larrabee (Humphrey Bogart), que le contesta: «Thomas, es usted un esnob.»

El equivalente de la limusina de los Larrabee, en nuestra época y en nuestro país, podría ser el palco del estadio Santiago Bernabeu. Allí se han enhebrado cientos de negocios interesantes. Madrid ha sido durante décadas un «modelo de éxito» bastante peculiar. Ha habido un considerable número de “chóferes” que han prestado oído atento a los off the record que se cruzaban allí, en el reducido círculo de don Florentino y sus amigos.

El Campechano ha estado en ese círculo en su salsa: un punto fuerte en las tertulias, siempre con una cuchufleta en los labios. Un hombre superior, siempre magnánimo con todos, siempre bien dispuesto a hacer un favor a un amigo, si se le pedía bien y con discreción, y si las condiciones eran asumibles.

No habrá gran cosa que reprocharle en un acta de acusación. Técnicamente, no hubo robo. Hubo evasión fiscal, eso sí. Pero la evasión fiscal ha sido el ejercicio favorito de nuestras élites económicas. «Quien esté libre de ese pecado, tire la primera piedra», dijo Alguien, en un libro gran éxito de ventas, dirigiéndose a quienes se disponían a lapidar a una adúltera. El Campechano va a encontrar muchos defensores partícipes en su mismo pecado, en este aquí y ahora.

Entonces, siguiendo la regla de “lo primero es antes” establecida por don Venancio Sacristán y publicitada ampliamente por el Padre Prior Bulla, deberíamos empezar por atacar el consabido “modelo de éxito” de los negocios: castigar con mayor rigor la filtración de informaciones privilegiadas que enriquecen a unos pocos y arruinan a muchos (el dinero no se crea ni se destruye, solo se trasvasa de unas manos a otras), cambiar la legislación fiscal, cambiar la cúpula judicial, impedir el dumping y poner coto a la evasión de tantos capitales a tantos paraísos.

Si empezamos, en cambio, por debatir sobre monarquía sí o no, sin cavar antes trincheras hondas y trazar aproches bien diseñados, quedaremos bien servidos de fuego graneado desde la fortaleza. Algunos piensan que el capitalismo en crisis que padecemos es un tigre de papel, y que caerá por sí solo con un soplido un poco más fuerte de lo normal.

Pero lleva siglos sobreviviendo a las innumerables crisis que genera.