Fotograma de 'Golfus de Roma' (Richard Lester 1966, EEUU). El despistado Erronius (Buster Keaton), que busca a sus hijos raptados por los piratas, pide información al liante Pseudolus (Zero Mostel). Veo en las redes cinéfilas que aquella actualización desmadrada de una comedia de Plauto nació con una intención transgresora, pero estaba tan afinada respecto de determinados usos de la política, que rápidamente se convirtió en un clásico de la sátira de sal gruesa.
La escena sigue
siendo actual. Podría tratarse de Torronius pidiendo a Pseudemontius la dirección
correcta para encontrar la patria perdida. «Siga derecho hasta la próxima
declaración unilateral, gire en el cruce y luego todo seguido a la derecha», le
respondería el patricio.
Podría tratarse también
de Isadel Yíez Abuso preguntando a Pseudopaulus el Sacramentado la forma de
acabar con la pandemia sin acabar demasiado con ella (puede ser útil más
adelante como arma arrojadiza), y sin que se note demasiado la maniobra:
«Recurre a Quirón, hija mía, son de los nuestros.» «¿Y funcionará el truco,
Pseudopaulus?» «Un truco que te deja el tres por ciento limpio garantizado, es
siempre un truco que funciona, Isadel.»
Un amigo
impaciente, Manuel Rodríguez Lorenzo, me pregunta cuándo empezamos a moverles
las sillas a los parásitos. Tenemos un buen calendario: en septiembre la moción
de censura de Vox debe dar cuenta de la existencia de un frente amplio
antifascista que los reduzca a la mínima expresión parlamentaria: no hay que dejar
que se salgan de rositas de su emboscada a plazo.
Después vendrán las
elecciones catalanas, y algo habrá que hacer para que no se repita la historia
de las vascas y las gallegas. Todas las fuerzas plurales de progreso deberán ponerse
de acuerdo en que lo primero, antes de empezar a pelearse entre ellas, es acabar
con un gobierno que se ha salido de los carriles del Estado de Derecho y ha
perdido toda clase de legitimidad de cualquier especie, además de abocar el
país a la ruina. De la Cataluña de Maragall, que aspiraba a ser la locomotora
de la recuperación española, hemos pasado a vegetar en el furgón de cola, con
un govern satisfecho de su farolillo rojo y de su vocación perenne de mosca
cojonera.
El bocinazo en
Cataluña tiene que ser atronador.
Después ya vendrán
los debates sobre la sanidad, la transición ecológica, la reindustrialización
por objetivos, las garantías laborales plenas. Y cuando se tercie, no antes, la cuestión de la monarquía o la república.
Nos pierde el nominalismo. Deng Xiao Ping decía que tanto le daba el gato
blanco como el negro, siempre que cazara ratones. Felipe González recogió entonces
aquella máxima de realpolitik, pero
ahora más bien parece que le gusta solo el gato blanco sí o sí, por más que los
ratones campen a sus anchas.
Vamos a ir
acumulando fuerzas para cazar uno tras otro todos los ratones que andan por
ahí. Lo pide mi impaciente amigo Manuel Rodríguez Lorenzo, y la impaciencia ─no
la precipitación─ también es una virtud.