miércoles, 19 de agosto de 2020

CONVIVIR CON LA DIVERGENCIA

 

Enric Juliana Ricart (Foto, Diálogos Andalucía-Catalunya)

 

Una galopada a ritmo frenético me llevó ayer hasta el final del libro de Enric Juliana (‘Aquí no hemos venido a estudiar’, Arpa 2020). No era mi plan, mi intención era seguir una lectura más pausada, pero toda la parte final del libro es una exhalación. Juliana es por encima de todo un periodista, y sabe atraer y dirigir la atención del lector. Con este libro, además, se la ha jugado a cuerpo gentil. Comparecen Stalin y Carrillo, Tito, Mao, Semprún y Claudín, Deng y Gorbachov (“Es un idiota”, la lapidaria opinión del primero sobre el segundo), la Caverna de Platón y el Pont del Petroli, con muchas personas y escenarios más, pero comparece sobre todo Enric Juliana manejando los temas y los tiempos en un caleidoscopio muy medido, en el que sin duda faltan muchas claves, pero todas las que nos ofrece son certeras.

El libro es un repaso de lujo a una cuestión de orden general, por mucho que se planteara en un momento (1962) y en un lugar dado (penal de Burgos). Cada cual habrá de responder a la pregunta, “¿Hemos venido a estudiar aquí, o hemos venido a otra cosa?”, desde su propio “aquí”. En el curso del laborioso ensayo de respuesta, Juliana avanza muchos insights, muchas sugerencias e hipótesis aventuradas, que deja suspendidas en el aire desde un ánimo de levedad, de juego. Bien hecho, porque si la Historia con mayúscula arrumba primero y tritura después todos los dogmatismos y las grandes teorías explicativas, en la intrahistoria y la criptohistoria las síntesis son sencillamente imposibles.

Me limito a comentar una sola sugerencia, apuntada por Juliana y atrapada al vuelo por mí. Pág. 249: «[los comunistas] … discutían mucho y no tenían suficiente capacidad para convertirlo en un producto interesante para la sociedad que surgía del neocapitalismo. No disponían del método adecuado para convivir de una manera estable con la divergencia de opiniones. No podían convertir su diversidad de opiniones en un hecho ‘alegre’.»

Y un poco más abajo, con el mismo ánimo juguetón: «El género humano, dramáticamente sobrevalorado por el marxismo, necesita reír y hacer el tonto.»

Está por una parte el mecanismo del centralismo democrático, que tanto reforzaba a las direcciones en perjuicio de las bases. No era un buen método, salvo como freno de mano en una emergencia. En Comisiones Obreras lo vivimos de una manera bastante desgarrada: nuestros análisis concretos sobre la realidad concreta chocaban con la rigidez de las militancias. En el terreno social la discusión era fructífera en general, pero en las decisiones políticas, gentes que nos habríamos puesto de acuerdo para un sí o un no en cinco minutos, no teníamos permitido ceder y nos retirábamos con armas y bagajes a los cuarteles de invierno de los acuerdos del propio comité central. Algunos tuvimos siempre más problemas en nuestra propia casa que con los compañeros de otras casas distintas.

Por otra parte, el párrafo de Juliana evoca el desfase permanente entre el futuro luminoso que es posible percibir a través del estudio de la teoría, y el presente constreñido de unas personas que desean por encima de todo trabajar y vivir, trabajar bien y vivir bien también. «Reír y hacer el tonto» como un ingrediente más de la buena vida, del buen trabajo, de la dignidad personal e intransferible. Algo situado más allá de la cuestión crucial de si “aquí” hemos venido a estudiar, o bien a otra cosa.

Aquí lo dejo.