sábado, 5 de septiembre de 2020

CRÓNICA DESDE PLATANOON

 (Mi yerno Nikos pasó el año 2006 en la isla de Samos, ejerciendo de iatrós agrotikós [médico rural] en el pueblito de Plátanos. Le acompañaban mi hija Albertina (es decir, su mujer), y mi nieta Carmelina, que cumplió un año en la isla. Carmen y yo fuimos a visitarles en dos ocasiones. La crónica que sigue está tomada de una carta enviada a la familia con fecha 4.5.2006).

 


La casa del iatrós, nevada (9 febrero)

 

Cuando en el pueblecito de Brigadoon, perdido en los Highlands de Escocia, vieron acercarse a las brujas que traían el progreso, presas de pánico trazaron un conjuro y el pueblo levitó y desapareció de la faz de la Tierra. En Plátanos intentaron el mismo truco, pero el pueblo se quedó enganchado en lo alto de un risco. El progreso llegó hasta allí arriba, pero considerablemente atenuado, y el risco tiene la ventaja de estar preñado de agua, de modo que en la platía [plaza], además de los árboles que dan nombre al pueblo y de los tres kafeníos dispuestos al tresbolillo (el Partenón, el Sofía y el León), hay una cueva con una fuente que suelta agua a toda hora por dos caños, cada uno de ellos del grosor de un brazo. También hay otra fuente en la esquina que forma la calle principal con el ramal que sube hasta la casa del iatrós, y otra en el camino de Kondeika, un lugar vecino. El agua es muy fría y de buen sabor. Contad además la de los antiguos lavaderos, que son, como poco, de época medieval y muy curiosos por el sistema de entrada, distribución y desagüe a partir de un manantial que brota ahí mismo de la roca. Los lavaderos están en un nivel bastante más bajo que la calle principal; se accede a ellos por senderos de tierra casi verticales, pero provistos de escalones rústicos y barandillas de madera.


 La fuente de la encrucijada de la calle principal.

 

Las gentes de aquí se dedican a lo mismo que hace unos dos mil ochocientos años: como la tierra es vertical, acondicionan terrazas bien expuestas al sol en las que, entre pinos y cipreses, plantan vid y olivos. En los tramos no cultivados abundan el romero y otras plantas aromáticas, muy visitadas por las abejas. Es sobradamente conocido por todos que la mejor miel del mundo es la griega, y de entre las griegas la mejor miel es la de Samos. Pues bien, la mejor miel de Samos es la de Plátanos.

En cuanto al vino, qué vamos a decir. Una de las perversiones que trajeron las brujas del progreso cuando el pueblo se quedó enganchado en el risco fue la Cooperativa Vitivinícola. Por fortuna se quedó a la entrada de Plátanos, en la parte más baja, y las gentes sensatas no tienen demasiadas dificultades para ignorarla. Los payeses elaboran su propio vino, lo envasan en botellas de plástico y le llevan al iatrós un par de botellas de la cosecha para que juzgue. Eso es importante, porque el iatrós tiene merecida fama de persona de buen juicio (tiene una esposa extranjera que se le entiende cuando habla, y una niña extraordinaria de todo punto). Ahora bien, es un lugar común que el mejor vino del mundo es el de Samos, y el de Plátanos el mejor de todo Samos, pero cada payés está convencido de que el vino elaborado por él es el mejor de Plátanos. Son vinos tostados, de un color tornasolado que toma diferentes gradaciones según la botella, entre el rojo claro y el ámbar, y con un punto de gusto algo abocado. Es difícil discernir cuál es el mejor, y el iatrós no se ha pronunciado aún, ni tiene pensado hacerlo en fechas próximas.

El aceite y las olivas siguen las pautas de la miel y el vino, es decir, que no es posible encontrar nada mejor en el mundo por mucho que se busque. Las olivas son grandes y tienen forma de peras, y las aliñan con secular sabiduría. Sin despreciar ninguna otra aceituna, mi modesta opinión es que estas, una vez las has probado, corres el riesgo de enloquecer por ellas.

El comercio se limita a dos o tres mini markets y a la tienda de Gueorguía, que vende artesanías, bordados, vasos pitagóricos y molinillos de viento. Sus clientes exclusivos son los guiris que llegan al pueblo en coches alquilados, en autobuses de circuito (esto ocurre en verano, nosotros no los hemos visto) o a pie, con bastones nudosos y botas claveteadas, ellas con faldas amplias y ellos, casi siempre, con calzones cortos de cuero sujetos por tirantes, que no provocan ninguna reacción especial en la población autóctona (los alemanes están locos, ya se sabe).

Los varones de Plátanos, parsimoniosos en general en el habla, se dan cita en el kafenío (tienen tres a su disposición, uno frente al otro como ya queda explicado, y cada uno tiene su clientela, pero con una característica común: ellos ocupan invariablemente el interior del local, y dejan la terraza para los guiris); las mujeres se ven en la iglesia, en la consulta del iatrós o en la panadería, y los chiquillos ocupan un tramo de la calle principal que ofrece una superficie amplia y casi llana, justo en la encrucijada de la que parte cuesta arriba el ramal que lleva a la casa del iatrós, y en donde se encuentran además la fuente, la única panadería, que ejerce asimismo de tienda de chuches y estafeta de correo, y un teléfono público. Los varoncitos juegan al fútbol en el único espacio posible por la disposición orográfica del pueblo, y las chicas telefonean o se sientan a charlar en un escalón ancho de piedra.

Así pues, en resumen, la vida en Platanoon es plácida y las brujas del progreso lo tienen bastante crudo. Un día el iatrós se puso pesado y por una nadería (un infarto, para ser exactos) quiso enviar con urgencia al hospital de Samos, en ambulancia, al patriarca de una de las masías más grandes del lugar. “No, mire, le explicó el enfermo; prefiero quedarme en casa, esto se pasa con un vasito de vino y un crostón de pan con olivas y un tazón de iaurti endulzado con miel. Y si no se pasa, pues a ver qué, el otro mundo seguro que no es peor que el hospital de Samos, con todo ese jaleo infernal de gente desconocida que viene y va siempre con prisas. No se preocupe por mí, iatrós, de veras, mi hija le va a envolver media docena de huevos recién puestos, ya me contará qué le han parecido si sobrevivo. Usted sabe, porque es fama extendida por todos los puntos cardinales, que los mejores huevos de gallina del mundo son los griegos, y que en Samos se producen los mejores de Grecia. Pues bien, iatrós, escúcheme bien: los huevos de las gallinas de Plátanos...”

 


La ‘platía’ de Plátanos. A la izquierda un plátano; enfrente, el restaurante Partenón; las sillas del primer plano corresponden al Sofía; el León queda fuera de plano, a la derecha.