(Mi yerno Nikos pasó el año 2006 en la isla de Samos, ejerciendo de iatrós agrotikós [médico rural] en el pueblito de Plátanos. Le acompañaban mi hija Albertina (es decir, su mujer), y mi nieta Carmelina, que cumplió un año en la isla. Carmen y yo fuimos a visitarles en dos ocasiones. La crónica que sigue está tomada de una carta enviada a la familia con fecha 4.5.2006).
La casa del iatrós, nevada (9
febrero)
Cuando en el
pueblecito de Brigadoon, perdido en los Highlands de Escocia, vieron acercarse
a las brujas que traían el progreso, presas de pánico trazaron un conjuro y el
pueblo levitó y desapareció de la faz de la Tierra. En Plátanos intentaron el
mismo truco, pero el pueblo se quedó enganchado en lo alto de un risco. El
progreso llegó hasta allí arriba, pero considerablemente atenuado, y el risco
tiene la ventaja de estar preñado de agua, de modo que en la platía [plaza], además de los árboles que
dan nombre al pueblo y de los tres kafeníos
dispuestos al tresbolillo (el Partenón,
el Sofía y el León), hay una cueva con una fuente que suelta agua a toda hora por
dos caños, cada uno de ellos del grosor de un brazo. También hay otra fuente en
la esquina que forma la calle principal con el ramal que sube hasta la casa del
iatrós, y otra en el camino de
Kondeika, un lugar vecino. El agua es muy fría y de buen sabor. Contad además la
de los antiguos lavaderos, que son, como poco, de época medieval y muy curiosos
por el sistema de entrada, distribución y desagüe a partir de un manantial que
brota ahí mismo de la roca. Los lavaderos están en un nivel bastante más bajo
que la calle principal; se accede a ellos por senderos de tierra casi verticales,
pero provistos de escalones rústicos y barandillas de madera.
Las gentes de aquí se
dedican a lo mismo que hace unos dos mil ochocientos años: como la tierra es
vertical, acondicionan terrazas bien expuestas al sol en las que, entre pinos y
cipreses, plantan vid y olivos. En los tramos no cultivados abundan el romero y
otras plantas aromáticas, muy visitadas por las abejas. Es sobradamente
conocido por todos que la mejor miel del mundo es la griega, y de entre las
griegas la mejor miel es la de Samos. Pues bien, la mejor miel de Samos es la
de Plátanos.
En cuanto al vino,
qué vamos a decir. Una de las perversiones que trajeron las brujas del progreso
cuando el pueblo se quedó enganchado en el risco fue la Cooperativa
Vitivinícola. Por fortuna se quedó a la entrada de Plátanos, en la parte más
baja, y las gentes sensatas no tienen demasiadas dificultades para ignorarla.
Los payeses elaboran su propio vino, lo envasan en botellas de plástico y le
llevan al iatrós un par de botellas de la cosecha para que juzgue. Eso es
importante, porque el iatrós tiene merecida fama de persona de buen juicio
(tiene una esposa extranjera que se le entiende cuando habla, y una niña
extraordinaria de todo punto). Ahora bien, es un lugar común que el mejor vino
del mundo es el de Samos, y el de Plátanos el mejor de todo Samos, pero cada
payés está convencido de que el vino elaborado por él es el mejor de Plátanos.
Son vinos tostados, de un color tornasolado que toma diferentes gradaciones
según la botella, entre el rojo claro y el ámbar, y con un punto de gusto algo
abocado. Es difícil discernir cuál es el mejor, y el iatrós no se ha
pronunciado aún, ni tiene pensado hacerlo en fechas próximas.
El aceite y las
olivas siguen las pautas de la miel y el vino, es decir, que no es posible
encontrar nada mejor en el mundo por mucho que se busque. Las olivas son
grandes y tienen forma de peras, y las aliñan con secular sabiduría. Sin
despreciar ninguna otra aceituna, mi modesta opinión es que estas, una vez las
has probado, corres el riesgo de enloquecer por ellas.
El comercio se limita
a dos o tres mini markets y a la tienda de Gueorguía, que vende artesanías,
bordados, vasos pitagóricos y molinillos de viento. Sus clientes exclusivos son
los guiris que llegan al pueblo en coches alquilados, en autobuses de circuito
(esto ocurre en verano, nosotros no los hemos visto) o a pie, con bastones
nudosos y botas claveteadas, ellas con faldas amplias y ellos, casi siempre,
con calzones cortos de cuero sujetos por tirantes, que no provocan ninguna
reacción especial en la población autóctona (los alemanes están locos, ya se
sabe).
Los varones de
Plátanos, parsimoniosos en general en el habla, se dan cita en el kafenío (tienen tres a su disposición,
uno frente al otro como ya queda explicado, y cada uno tiene su clientela, pero
con una característica común: ellos ocupan invariablemente el interior del
local, y dejan la terraza para los guiris); las mujeres se ven en la iglesia,
en la consulta del iatrós o en la panadería, y los chiquillos ocupan un tramo
de la calle principal que ofrece una superficie amplia y casi llana, justo en
la encrucijada de la que parte cuesta arriba el ramal que lleva a la casa del
iatrós, y en donde se encuentran además la fuente, la única panadería, que
ejerce asimismo de tienda de chuches y estafeta de correo, y un teléfono
público. Los varoncitos juegan al fútbol en el único espacio posible por la
disposición orográfica del pueblo, y las chicas telefonean o se sientan a charlar
en un escalón ancho de piedra.
La
‘platía’ de Plátanos. A la izquierda un plátano; enfrente, el restaurante Partenón;
las sillas del primer plano corresponden al Sofía; el León queda fuera de
plano, a la derecha.