El chico de don Venancio
Sacristán. (Fuente: Infobase)
En este momento
justo de tormenta perfecta de todas las crisis, viene a resultar que el empeño
más constante de la política (de algunos políticos) se centra, no en la
búsqueda conjunta de soluciones, sino en el empeño tozudo en significarse como
parte particular insoslayable del problema.
La política de
bloqueo es una forma nueva y pugnaz de reivindicar el viejo “qué hay de lo mío”.
Lo que se da a entender, sin decirlo de forma expresa, es: “O me arreglas
primero lo mío, o no habrá solución humana ni divina para el fregado en el que
estamos metidos tú y yo.”
Examinen la actitud
de Quim Torra, inhabilitado como presidente autónomo por una desobediencia tan
ínfima, tan deplorablemente simbólica, que cuesta hacerse a la idea de que hay
un propósito político detrás de ella. Puesto a ser inhabilitado, que era el
objetivo, ha preferido serlo por una tontería a plantear alguna cuestión de cierta
trascendencia. Pero, conviene tenerlo en cuenta, se trata de una actitud
coherente con su opinión declarada de que la autonomía es un engorro.
Examinen la actitud
de Isabel Ayuso, que quiere que el virus desaparezca de su vida pero sin seguir
las normas elementales para contenerlo. No, lo primero es la firmeza en los
principios neoliberales; la salud vendrá después, pactada con el gobierno
central siempre que el gobierno central se allane a hacer lo que ella quiere.
Examinen la actitud
del ciudadano F. Sexto, que se ha animado a meter bronca por su recomendada
ausencia de una entrega de despachos, en un momento y lugar en los que su
presencia parecía desaconsejable. Nada más fácil que una chispa de comprensión
y de acomodo, para facilitar el tránsito de una sentencia susceptible de ser
vista como un agravio a Cataluña. Pero no, mediante una inversión de la lógica,
quien se ha sentido ofendido por una falta leve al protocolo ha sido el
ciudadano Sexto, y lo ha hecho saber mediante los canales oficiosamente
propicios que tiene a su alcance.
Mientras, la
segunda parte contratante en esa enfadosa cuestión mantiene la intención de
nombrar a seis altos cargos del poder judicial a pesar de la situación
constitucionalmente anómala en la que se encuentra la institución, y que genera
toda clase de resquemores y ronchas contrarias al bienestar del común. Parecería
imprescindible renovar los altos cargos, pero no en cambio renovar antes la
propia cúpula que los nombra, constitucionalmente decaída desde hace ya dos
años. El bienestar del común no importa una higa al poder judicial: lo
importante es demostrar a tirios y troyanos la magnitud inmensa de ese poder (en
funciones).
Estamos en la
perplejidad de ver como todas las instancias institucionales dan un paso adelante
─como si el Covid no existiera, o peor
aún, aprovechando la ventana de oportunidad única que ofrece el Covid para
apretarle las tuercas al gobierno─ a fin, no de ofrecer soluciones, sino de
plantear interminables enredos de cuestiones prejudiciales que obstruyen cualquier
intento de solución de los problemas de fondo.
De ese modo se viene
a plantear una enmienda a la totalidad del aforismo de don Venancio Sacristán,
metalúrgico y filósofo: “lo primero es antes”. La brega política actual sostiene,
en cambio, que “lo mío es antes, y lo primero ya se verá luego”.