Cuadrar la plantilla
de la nomenklatura independentista de
Cataluña está resultando más complicado que recomponer la plantilla del Barça
de Koeman después del susto que nos dio a todos Messi.
Quim Torra se va.
Es definitivo, salvo improbable par de banderillas al quiebro del gobierno de
los jueces. Quim deja un hueco enorme. Si me dejan soltar una herejía (a estas
alturas, no va de una), un hueco más grande que el del Emérito en la Zarzuela.
La diferencia es que a Torra no habremos de buscarle en los Emirates porque
allí no se habla catalán. Pero no descarten que se vaya adonde sea (¿Andorra?
¿Perpinyà? ¿el Alguer?) con la pasta embutida en un maletín.
De momento, ha
cambiado a tres consellers. No ha
dado razones pero se entiende que el motivo es la falta de confianza. Ninguno
de los tres quiso sumarse a la novedosa y muy reciente apuesta del señorito (“confrontación
inteligente”, les recuerdo), y han salido a relucir los cuchillos largos, como
suele ocurrir en estos casos.
Se susurra que no
serán los últimos cambios. Torra tendría intención, según fuentes, de rescatar
para el govern a la private Laura Borràs, que ha quedado atrapada
detrás de la línea del frente, en tierras del infiel, es decir en el Congreso
de los Diputados de la madrileña Carrera de San Jerónimo.
La idea sería que
Borràs, pese a estar implicada en un pecadillo de corrupción, o quizá precisamente por eso, suceda a Torra cuando este, inhabilitado por un tribunal al que quiere
mirar a los ojos, ascienda por méritos al martirologio del abultado memorial de
greuges con el Estado opresor. El
delfinato de la sucesión se atribuía hace pocos días, de muy buena tinta, a
Marta Madrenas, alcaldesa de Girona y bien vista por el señorito de Waterloo.
Posiblemente, dentro de unos días más, aparezcan nuevos nombres en la quiniela:
la cartera de posibles fichajes es larga, en este inicio de una temporada que
se prevé disputada a cara de perro.
El caso es cerrar
el paso a Pere Aragonés, actual vicepresidente. Aragonés se ha esforzado en
hacer méritos para ser incluido en la short
list: ha reclamado, por ejemplo, a Pedro Sánchez que el Estado se desprenda
de sus acciones en Bankia para que, de ese modo, Cataluña no pierda peso
decisorio en el consejo de administración de la virtualmente fusionada
Caixabankia.
Ustedes quizá verán
un contrasentido en la advertencia de Aragonés. Sin embargo, es de cajón que
una banca genuinamente catalana no puede ser de ninguna manera una banca pública.
Ya hace tiempo que Cataluña es una institución meramente de derecho privado.
Privatizada, aclaro, si no me habían entendido.
Pero Aragonés no ha
mejorado su posición en el esprint final para la presidencia, pese a ese admirable
recurso a la heroica. A lo más que puede aspirar, es a mantener su
vicepresidencia en la legislatura sucesiva, que podría llegar tal vez pronto, o
posiblemente más luego. En cualquier caso las jerarquías son inamovibles en el
viaje a Ítaca, y ERC no puede acceder de ninguna manera a la presidencia del Sudoku.
La misión que tiene asignada, desde los tiempos del otoño del Patriarca, es la de mero
acompañante.
El toque de
fantasía en esta tribulación lo ha dado Antonio Baños. ¡Ah! ¿Pero aún existe la
CUP? Pues sí, existe. Baños ha animado a Torra a seguir impertérrito en su
puesto cuando lo inhabiliten. ¿Qué les decía antes del Emérito? Pues si en
España tienen Uno, aquí tendríamos Dos: uno en Waterloo y el otro posiblemente
en Perpinyà, porque en Flandes no se habla suficientemente el catalán.