jueves, 10 de septiembre de 2020

KATHARINE EN EL CANAL

 


‘Locuras de verano’ (Summertime). El cartel.

 

Anoche pasaron por la 8 “Locuras de verano”, de David Lean: una película americana de 1955 que tuvo un éxito casi desmesurado a partir de tres sólidos ases de triunfo: el primero, Katharine Hepburn, una actriz muy querida por el público, que venía de hacer La reina de África (John Huston) junto a Humphrey Bogart, y varias películas (El estado de la Unión, de Frank Capra; La costilla de Adán, de George Cukor) junto a Spencer Tracy. Un valor seguro.

El segundo as era la ciudad de Venecia, fotografiada en un rabioso eastmancolor desde la óptica del turista estándar (canales, palacios, rincones con encanto, flores, mucho sol). El tercero, la dirección de sir David Lean, un director británico de reconocido oficio que se lanzaría a partir de este título a una carrera esplendorosamente internacional. Sus siguientes producciones le depararon una lluvia de óscares. Fueron: El puente sobre el río Kwai (1957), Lawrence de Arabia (1962) y El doctor Zhivago (1965).

La película cuenta el momento de arrebato vivido por una mujer de edad mediana que tiene un romance durante unas vacaciones en Venecia y comprende al final de la aventura que todo, en conjunto, no ha sido más que un breve paréntesis en su vida.

Nada de mucha sustancia. El guión se basaba en una obra teatral, “La hora del reloj de cuco” de Arthur Laurents, de un humor bastante zafio, pero Lean lo estilizó y reconstruyó en algunas partes. Este es un ejemplo del material inicial que sobrevivió en el metraje final. Mr. McIlhenny (MacDonald Parke), un turista yanqui, viene asombrado de una visita a la Academia: «Las habitaciones están llenas de pinturas, ¡y todas hechas a mano!»

Hacía falta un golpe de genio para convertir ese material en algo noticiable, y Lean lo tuvo: arrojó (es un decir) a la Hepburn a un canal secundario, de dimensiones adecuadas. La escena, “ejemplo de montaje creativo” según leo en una publicación especializada, causó sensación en todo el mundo. Aparece en el cartel de la película, como la mejor síntesis de su argumento; fue la comidilla de una crítica embelesada, y en los años siguientes, en todos los city tours para americanos en Venecia, se incluía una visita obligada al lugar exacto en el que Mrs. Hepburn se remojó en el canal.