‘Locuras de verano’
(Summertime). El cartel.
Anoche pasaron por
la 8 “Locuras de verano”, de David Lean: una película americana de 1955 que
tuvo un éxito casi desmesurado a partir de tres sólidos ases de triunfo: el primero,
Katharine Hepburn, una actriz muy querida por el público, que venía de hacer La reina de África (John Huston) junto a
Humphrey Bogart, y varias películas (El estado
de la Unión, de Frank Capra; La
costilla de Adán, de George Cukor) junto a Spencer Tracy. Un valor seguro.
El segundo as era la
ciudad de Venecia, fotografiada en un rabioso eastmancolor desde la óptica del
turista estándar (canales, palacios, rincones con encanto, flores, mucho sol).
El tercero, la dirección de sir David Lean, un director británico de reconocido
oficio que se lanzaría a partir de este título a una carrera esplendorosamente
internacional. Sus siguientes producciones le depararon una lluvia de óscares.
Fueron: El puente sobre el río Kwai (1957),
Lawrence de Arabia (1962) y El doctor Zhivago (1965).
La película cuenta el
momento de arrebato vivido por una mujer de edad mediana que tiene un romance durante
unas vacaciones en Venecia y comprende al final de la aventura que todo, en conjunto,
no ha sido más que un breve paréntesis en su vida.
Nada de mucha
sustancia. El guión se basaba en una obra teatral, “La hora del reloj de cuco”
de Arthur Laurents, de un humor bastante zafio, pero Lean lo estilizó y reconstruyó
en algunas partes. Este es un ejemplo del material inicial que sobrevivió en el
metraje final. Mr. McIlhenny (MacDonald Parke), un turista yanqui, viene
asombrado de una visita a la Academia: «Las habitaciones están llenas de
pinturas, ¡y todas hechas a mano!»
Hacía falta un
golpe de genio para convertir ese material en algo noticiable, y Lean lo tuvo: arrojó
(es un decir) a la Hepburn a un canal secundario, de dimensiones adecuadas. La
escena, “ejemplo de montaje creativo” según leo en una publicación
especializada, causó sensación en todo el mundo. Aparece en el cartel de la
película, como la mejor síntesis de su argumento; fue la comidilla de una
crítica embelesada, y en los años siguientes, en todos los city tours para americanos en Venecia, se incluía una visita
obligada al lugar exacto en el que Mrs. Hepburn se remojó en el canal.