En el mercadillo de los viernes
de Egáleo, diciembre del año pasado.
Estamos en Grecia
desde ayer a las cinco de la tarde. Después de que nos cancelaran un primer
vuelo, entrevimos un posible resquicio de solución y lo aprovechamos. Fue
necesario repetir el proceso de certificaciones y la prueba negativa por PCR. Viajamos
a Madrid en AVE, y volamos a Atenas desde Barajas, con la misma compañía del
vuelo frustrado anteriormente.
El coste del viaje
se dobló, pero la repetición dio resultado. Esquivamos los cantos de las
sirenas y las pedradas de los cíclopes, la furia de los elementos y la ojeriza
de los dioses, y hemos llegado a nuestra Ítaca particular.
Este viaje a Grecia
en septiembre lo teníamos programado desde antes de la pandemia, y es el primer
proyecto familiar que hemos podido cumplir desde entonces. No como estaba
previsto, pero sí cumplido. Hemos reencontrado a hijos y nietos (los nietos,
considerablemente más altos y más listos). Los gatos de la casa, Amedeo y
Margherita, han aceptado nuestras caricias y se han frotado contra nuestras
piernas; el tercer gato, Fígaro, mucho más joven, no se acordaba de nosotros y
nos hizo una espantada, pero acabó también por dejarse querer.
En el paso forzoso por
Madrid, hemos revisitado a mis hermanos y hemos charlado con ellos casi interminablemente.
Nunca habíamos espaciado tanto las visitas entre nosotros, y en esta ocasión,
al vernos todos en cierta manera como supervivientes de una catástrofe, nos
explicábamos mutuamente detalles y anécdotas de la odisea vivida durante los largos
meses del Covid.
Cuando eliminas la
capa de rutina que se deposita sobre los actos acostumbrados, todo resulta
mucho más emotivo, más consciente y más libre en el sentido genuino de la
palabra (una libertad consistente en hacer, no en que te dejen hacer; una
libertad para la que es necesario esforzarse, en lugar de dejarse ir). Es algo
que hemos reaprendido en nuestra carne, a costa de mucho estrés acumulado.
Al final, estamos
aquí. Sin prisa por volver. No es que hayamos huido de la realidad de Cataluña
y de la propia ciudad de Barcelona ─que nos parece bastante triste, pero
también es nuestra propia realidad, porque uno siempre pertenece a algún lugar─,
sino que dedicamos nuestra atención preferente a las cuestiones que
consideramos prioritarias, dentro de ese orden enunciado por don Venancio
Sacristán y repetido diariamente en su blog por el maestro JLLB: “Lo primero es
antes.”