martes, 8 de septiembre de 2020

TRES AÑOS SON MUCHO TIEMPO

 


Vivir con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.

Carlos GARDEL, ‘Veinte años no es nada’

 

Me gustaría coincidir con el análisis de Joan Coscubiela, publicado en elDiario.es (1). Dice Joan que Cataluña va camino de la decadencia, pero aún tiene remedio. Esta sería la solución, en sus palabras: «En un mundo que, cada vez más, se construye alrededor de grandes regiones metropolitanas, en las que vive el 80% de la población mundial, Catalunya dispone de una gran baza, el área metropolitana de Barcelona con capacidad para ser el eje que articule una gran región mediterránea en el marco de la Unión Europea.»

Creo que algo así era posible plantearlo hace tres años; no ahora. Fue la idea de Pasqual Maragall, en un tiempo más feliz que el presente. La pandemia no solo ha arrumbado la mera idea de una República Catalana independiente funcionando a tope dentro de una Unión Europea situada en el centro mismo de un mundo global e interconectado. También ha dejado a las “grandes regiones metropolitanas” en cuarentena, como hábitats insalubres, focos calificados de contagio por virus de corona u otros, impredecibles.

Un mundo cuya población vive en un 80% en aglomeraciones humanas concebidas como redes complejas de producción y de servicios, es un mundo insostenible. Hace tres años no lo sabíamos, hoy sí. A nuestra costa. Va a ser necesario repensar a fondo la geografía, el territorio. Más aún, repensar todo el diseño: reciclar, aproximar, redistribuir, llenar los espacios vacíos, producir con energías limpias, de un modo más inclusivo y menos precario.

Hace tres años, en un arranque de (mal) genio, el Parlament de Cataluña decidió ensimismar al país. El pecado no estuvo en poner las urnas el 1 de octubre, aquello fue un happening más, como los que venía montando la ANC con el permiso y el aplauso discreto de la superioridad convergente.

Hubo represión policial, brutal en casos puntuales, excesiva en todos. Se denunció la represión, y hubo una ola de solidaridad en España en relación con el tema. Podía haberse reconducido el conflicto a partir del nuevo clima creado, pero fue el momento elegido, por una mayoría parlamentaria que se creyó justificada para todo, para sacar adelante la declaración unilateral de independencia votada en el mes de octubre.

Se rompió a conciencia con el Estado de Derecho, con toda legitimidad, con el respeto mínimo a la discrepancia que es el florón de cualquier Estado democrático.

La independencia duró ocho segundos.

Las simpatías despertadas en la España progresista por los sucesos del 1 de octubre se retrajeron de inmediato. Todo fue rápidamente a peor.

Han pasado tres años. Veinte años quizá no es nada, pero tres nunca pasan en balde. Coscubiela analiza de forma certera la catástrofe total que se ha ido desparramando a partir de aquella colisión original mal calculada, “de farol” según valoración de Clara Ponsatí, una de sus valedoras más destacadas.

Hoy no estamos en una Cataluña “camino” de la decadencia, como titula Joan Coscubiela. Hemos llegado a la estación término. No manejamos los mandos de la locomotora, ni siquiera en compañía de otros; estamos en el furgón de cola de un convoy detenido que otros habrán de poner de nuevo en marcha.

Pasarán años, quizá muchos, antes de que aparezca un remedio para esta situación empantanada. De momento, al procesismo le va bien en términos de voto jugar a la contra, incluso a la contra de sí mismo. Ensimismamiento en conflicto con sus propias partes componentes.

Y la oposición vegeta en su propia burbuja.

 

(1) https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/empantanados-ensimismados-camino-decadencia_129_6206168.html?fbclid=IwAR3o9_M7fmNVWHuIQ-lBOIAHFbaSbzxYBA1xg4rNVRtViIJ-GzlpeX1VBoQ