Sede central de Bankia, en
Madrid.
La cita del titular no es
exacta, pero algo parecido dijo don Jean-Paul Sartre. Ahora se fusionan
Caixabank y Bankia para crear el grupo bancario más grande de España y uno de
los punteros en el mundo.
La primera pregunta
es para qué. Respuesta: para mejorar su cuota de mercado y ganar más dinero.
Ese dinero les aprovechará
a ellos, y a nadie más. Les recomiendo un artículo de Manel García Biel en
Nueva Tribuna. Manel conoce el paño de cerca, no es que haya sido cocinero pero
sí ha estado en la cocina. No vocifera en ningún momento; habla con calma de
los posibles aspectos positivos y los evidentes aspectos negativos. Con voz
temperada.
Habla, por ejemplo,
de “exclusión financiera”. El negocio bancario se sustenta más o menos en un
25% de la clientela total, dice Manel que dicen los financieros. Al resto,
simplemente se les soporta. Salvo dolor de cabeza muy grave, se les envía al
cajero automático y gracias.
El porcentaje de
participantes en el negocio financiero podría crecer si prosperara la campaña
encabezada por el gobernador del Banco de España, señor Hernández de Cos,
contra el poder adquisitivo de las pensiones. (Yendo al fondo de la cuestión,
contra el carácter público de las pensiones, que quita un sabroso caramelo de
la boca siempre codiciosa de la banca privada.) Los fondos privados de
pensiones darían mucho más de sí en términos de dividendos para el accionista,
de no ser por los tiquismiquis de un equipo gubernamental infectado de
podemismo.
Voy a plantearlo
con toda crudeza: esta banca es un forúnculo en el culo de la ciudadanía. No
nos sirve para nada, no nos da más que dolor y bronca y malos ratos. El anuncio
de la fusión inminente, que situará a España en la cabeza del concierto de las
naciones, produjo sensaciones encontradas. La Bolsa subió de manera
significativa, nada más hacerse pública la fusión. La Bolsa volvió a bajar a los
niveles anteriores veinticuatro horas después. Es lo que dura la alegría en
casa del pobre, según la sabiduría popular.
No esperamos nada
de la banca privada, orientada al business.
Lo que queremos es una banca pública, que facilite la reconstrucción de la
economía productiva, que no actúe como una sanguijuela con las comisiones, y que
se oriente al crecimiento del bienestar y no al del beneficio, que son dos
conceptos no solo distintos sino contradictorios.
Bankia debe al
contribuyente veinte mil millones de euros. Caixabank no tantos, pero también
recibió inyecciones de dinero público en su momento.
La fusión obedece a
la lógica de una competencia interbancaria despiadada. Se nos anuncia que habrá
más fusiones de entidades. Cada fusión reducirá los servicios bancarios,
cerrará sucursales, reforzará el oligopolio, enviará al desempleo a personas capacitadas y expertas en
la gestión de los recursos, aumentará la exclusión, encarecerá el ahorro,
limitará la inversión productiva y extenderá la precariedad.
La “nueva
normalidad” que habremos de instalar entre todos después de las urgencias de la pandemia, está pidiendo a gritos una “nueva banca”. Una banca pública, al
servicio de las personas.