June Allyson y David Niven en
un fotograma de ‘Un mayordomo aristócrata’ (My Man Godfrey), Henry Koster 1957.
El Consejo del Poder
Judicial constitucionalmente caducado desde hace dos años se dispone a nombrar
trece nuevos altos cargos en los tribunales superiores del país. No hay
renovación en la cúpula judicial porque el PP, partido acosado por un goteo
interminable de casos de corrupción, ejerce su minoría de bloqueo para evitar
cambios en un equipo que le viene siendo ampliamente favorable.
No hay
independencia del poder judicial en España, sino una dependencia a modo de
correa de transmisión cuidadosamente preservada. He estado a punto de escribir “secreta”,
pero en todo caso se trataría de un secreto a voces. El gobierno de los jueces
se comporta con el gran partido de la derecha española como David Niven en aquella
película en la que representaba a un aristócrata en apuros que, desde el
humilde oficio de valet para todo, ejercía
una influencia tutelar en los destinos de una familia neoyorquina de riquísimos
industriales del caucho o del petróleo, ya no lo recuerdo.
Hay una cuestión de
etiqueta, sin embargo, que tiene cierta importancia. El servicial mayordomo
puede examinar con lupa los plazos de prescripción, para hacerlos correr más o
menos según convenga; puede desenterrar excepciones contenidas en las cláusulas
carcomidas de códigos vetustos, para adaptarlas a situaciones nuevas e
imprevistas; puede trabajar sobre una interpretación sui generis de la inmunidad otorgada por la letra de la ley a un
monarca ahora emérito.
Pero el tema de las
cloacas del Estado es distinto, porque mancha. El Poder Judicial no puede
amparar los tejemanejes profundamente ilegales de unos parvenus a la alta política decididos a saltarse todas las reglas
para alzarse con el santo y sobre todo con la “limosna”.
Por una razón simple.
No porque sea más grave, sino porque hace feo. Un mayordomo podrá dejarse besuquear a
escondidas por su señorita, pero no se presentará a servir la cena con una mancha
de grasa visible en la pechera de su traje de etiqueta. Hay un fuerte impulso
corporativo entre mayordomos. Son capaces de afrontar el desprestigio público
sin mover una ceja; pero no de sufrir la reprobación de los colegas del oficio
en el ámbito internacional.
Esas son las normas
habituales. Esperemos ahora a ver cómo se desarrolla la vista en estrados del
caso Kitchen.