viernes, 25 de septiembre de 2020

EN LA RAMPA DE DESPEGUE DEL RENACIMIENTO

 

Sala de la antigua Biblioteca de San Marcos de Florencia (fuente, Artehistoria)

 

Entre las maravillas de la Florencia renacentista, seguramente la más maravillosa desde un punto de vista histórico y político es la primera biblioteca pública de los tiempos modernos, iniciativa de Niccolò Niccoli y Cosimo de Médicis, que consiguieron del arquitecto Michelozzo un espacio adecuado en su proyecto del convento de San Marcos, territorio predilecto de Fra Angélico, que pintó al fresco las celdas de los monjes.

Así ha descrito la biblioteca Irene Vallejo, en su reciente ensayo El infinito en un junco (pág. 86):

«Entre dos celdas, en el arranque de un amplio corredor, descubrí un rincón extraordinario del convento. Los expertos creen que ese lugar acogió la primera biblioteca moderna. Alli recalaron los espléndidos libros que el humanista Niccolò Niccoli legó a la ciudad “para el bien común, para el servicio público, para que permanezcan en un lugar abierto a todos, donde las personas hambrientas de educación puedan cosechar en ellos, como en campos fértiles, el rico fruto del aprendizaje”. Por su parte, Cosme [de Médicis] financió la construcción de una biblioteca renacentista, diseñada por el arquitecto Michelozzo, que reemplazó las habitaciones oscuras y los libros encadenados del mundo medieval por un emblema de los nuevos tiempos: una sala amplia, bañada en luz natural, diseñada para facilitar el estudio y la conversación. Las fuentes describen con admiración el aspecto original de la biblioteca: una arcada aérea sostenida por dos filas de delicadas columnas, ventanales a ambos lados, piedra serena, paredes de color verde agua para inspirar sosiego, anaqueles cargados de libros, y sesenta y cuatro bancos de madera de ciprés para los frailes y visitantes que acudían a leer, escribir y copiar textos. Un acceso desde el exterior hacía realidad el sueño de Niccolò: su colección de cuatrocientos manuscritos permanecía abierta a todos los letraheridos florentinos y extranjeros. Inaugurada en 1444, fue, tras la destrucción de sus antepasadas helenísticas y romanas, la primera biblioteca pública del continente.»

En la Florencia del siglo XV surgió un nuevo paradigma del mundo, de la mano de un estamento social radicalmente nuevo. Leonardo Bruni, que fue canciller de la República en dos ocasiones, definió a esa nueva clase de personas como humanistas. No provenían de la nobleza ni de la alta burguesía comercial; eran no solo distintas, sino a menudo violentamente opuestas al clero, el estamento al que desde las edades oscuras se delegaba la transmisión de la cultura, a menudo mezclada con la superstición; tampoco eran asimilables a la payesía ni al artesanado.

Eran hombres (inimaginable incluir en la categoría a mujeres, por cultas y decididas que fueran) “desclasados”, a menudo itinerantes, que recalaban en las cortes para ofrecer sus servicios como secretarios a los monarcas y a los barones. Nicolás Maquiavelo sería uno de ellos. Vivían entregados al estudio de las ciencias y las letras y a la escritura, lectores ávidos de las obras antiguas que se venían desenterrando de los escritorios conventuales donde habían sido consideradas con indiferencia o con el horror que se siente por las cosas heréticas. Con sus ideas nuevas y sus escritos, los humanistas pusieron su firma en un mundo en proceso de cambio. 

La Biblioteca imaginada por Michelozzo despliega un ideal de diafanidad, de transparencia, y al mismo tiempo de recogimiento fructífero. Bruni llamó a sus colegas “humanistas” al gobierno de la que entonces podía considerarse como la ciudad más avanzada del mundo. Él mismo era un humanista acabado, discípulo de Coluccio Salutati y de Manuel Crisoloras. Se le debe una traducción de la Ética a Nicómaco de Aristóteles (muy criticada, por cierto, ya que añadía cantidad de conceptos que no estaban en el texto del Estagirita), y compuso, entre otras obras, una Laudatio florentinae urbis, en latín, y una Vida de Dante en vulgar. Él y su generación aportaron una corriente innovadora y rompedora, no tanto en las logias y los consejos de gobierno, como en los espacios revolucionarios de la cultura puesta al alcance del común. «Aquí sí hemos venido a estudiar», habría dicho Manuel Moreno Mauricio en la biblioteca (hoy sala de museo) de San Marcos.