viernes, 4 de septiembre de 2020

DESDE LA DUDA

 


Patio interior de la madrasa (escuela islámica) de Bou Inania, en Meknés, Marruecos.

 

Hay un plan para enseñar religión islámica en las aulas de la escuela catalana. He pulsado la opinión en el ámbito de mis amigos de facebook, y en general las valoraciones son negativas.

Yo también creo que esto no va a salir bien, vaya por delante. Sin embargo, voy a romper una lanza en favor del principio. Quienes se sientan agredidos por esa lanza, pueden desde ya pasar a otro enlace, no me molestaré.

Alguien dijo que la política es demasiado importante para dejársela a los políticos. Tengo por verdad incontrastable ese principio. Los políticos profesionales son gente estimable en muchos aspectos, pero si les dejas el mango de la sartén, te joden. Es humano, atienden sobre todo a ellos mismos, y no a tus necesidades.

Con la religión ocurre lo mismo. No es mala en sí misma, incluso es necesaria en un contexto de socialidad, pero no puedes dejarla en manos de los clérigos. Te joden también.

Tanto si son católicos, como musulmanes, como rabinos, como pastores evangélicos. Lo mismo me da, que me da lo mismo. El punto de vista de todos ellos cuando predican (cuando hacen catequesis, que es algo muy distinto de una clase de religión), es un punto de vista “orientado” en el mejor de los casos; sesgado, en el peor.

Tenemos en el país ejemplos para todos los gustos. Ejemplo de una religión orientada desde los púlpitos: el auge de Vox y de las movidas antipolíticas. Ejemplo de una predicación islamista desde las mezquitas: el atentado del 14-A en Barcelona, sumado a todos los que le precedieron en la Europa cristiana, y a los que le sucederán si una idea laica, republicana e inclusiva no remedia una situación de marginalidad social repleta de agravios comparativos.

La escuela puede remediar esos déficits. Sería necesario que lo hiciera tanto con los excesos de la religión oficial como con los defectos de la religión marginal. La escuela ─la escuela laica, pongo todo el acento en el atributo─ tiene una centralidad insustituible para la cohesión social. La escuela es la puerta abierta para la inclusión social y la igualdad de derechos de quienes aparecen inicialmente como distintos y desiguales. El trabajo remunerado es el refrendo de esa inclusión y esa igualdad forjadas en la escuela. Si se elitiza la escuela y se precariza el trabajo, el resultado será una sociedad descohesionada, fragmentada, enfrentada, sembrada de odios.

Normalizar la religión islámica junto a la cristiana en la escuela pública, sin privilegios para la una ni para la otra, sería un buen principio pedagógico. Se trataría de asignaturas optativas, y su tratamiento no sería dogmático sino humanístico. Yo añadiría, para asegurar el éxito de una iniciativa tan atrevida, que los profesores no deberían ser clérigos en ningún caso. Sabemos los abusos (no sexuales, en este caso; pero abusos de todos modos) que comete todos los días la iglesia católica en relación con los profesores de religión, de la religión católica, única que se imparte hasta el momento. Quitar de las manos de la iglesia y de la mezquita la enseñanza de la religión en la escuela sería un primer paso imprescindible. Ni concordato ni pollas en vinagre.

En familia la fe que se enseña a los niños es la del carbonero; en los recintos religiosos, se enseña una catequesis entre interesada y agresiva. Lo que se consigue no es convivencia ni diálogo entre creyentes, sino otra cosa absolutamente contraproducente.

Hay que ensayar una vía diferente, una visión laica de las religiones, de su presencia en la sociedad y de sus potencialidades virtuales. Hay que saber, por ejemplo, que la situación de la mujer bajo el islamismo no viene de la doctrina contenida en el Corán, en sí, sino de la interpretación sesgada que han hecho históricamente y siguen haciendo los clérigos musulmanes de esa doctrina.

Como la yihad, como tantas cosas.

Saber todos nosotros más acerca del islamismo, promover la integración normal de la religión islámica en una sociedad pluricultural, es un objetivo que seguramente vale la pena, en conexión con una idea más clara y más funcional del papel central de la educación y del trabajo en nuestra sociedad.

Pero coincido con mis amigos de facebook en que la ley de las probabilidades (y la ley de Murphy, por descontado) indican que esta iniciativa catalana va a salir mal.