Groucho y Chico debaten sobre la Constitución. (‘Una noche en la ópera’, Sam Wood 1935.)
Pablo Casado ha roto
las negociaciones con el gobierno de Sánchez para la renovación del Poder
Judicial, y no tiene intención de volver a la mesa mientras Pablo Iglesias siga
formando parte del gobierno.
Insólito. Dicho de
otro modo, el defensor a ultranza de la Constitución rompe a pedazos los
artículos del propio texto que defiende a ultranza, alegando que la otra parte
contratante no respeta suficientemente el contrato. Si se tratara de un gag de
los Hermanos Marx, nos partiríamos de risa. En la vida real, la historia nos
hace mucha menos gracia.
Casado anuncia
desde ahora que su voto a los presupuestos ─sean estos los que sean─ va a ser
negativo, porque su deber es “hacer oposición”.
La declaración
implicaría un desconocimiento absoluto de lo que es hacer oposición en
democracia. La cosa no es tan sencilla, sin embargo. Casado conoce las
obligaciones que se le suponen en democracia al jefe de la oposición; las
exigía de Sánchez, cuando quien estaba en el gobierno era Mariano Rajoy. Su
ignorancia de ahora mismo es interesada. La Constitución que defiende tiene
forma de embudo; inmensamente grande por un lado, y chiquitilla e
intrascendente por el otro.
El campo de juego
que defiende Casado es como el del patio del colegio en el que jugábamos al
fútbol de niños. Las porterías mudaban de dimensiones en función de los
equipos; todo lo que iba hacia la portería contraria era gol, todo lo que nos
venía a la nuestra iba fuera. Podíamos ganar un partido que íbamos perdiendo tres
a doce mediante la regla improvisada de que quien mandaba un balón al desmonte
vecino era declarado perdedor. A nadie le gustaba perder, y no teníamos un
tribunal supremo para dirimir las cuestiones litigiosas.
Exactamente lo
mismo está haciendo Pablo Casado. Exactamente lo mismo ha hecho Quim Torra,
solo que en este caso el secretario del Parlament se ha negado a secundarle,
viendo lo que le puede caer encima a él. Torra defiende la obligación del
secretario de obedecerle a él en su desobediencia a las leyes, basándose en la
obediencia a las mismas leyes cuya desobediencia pregona. Me dirán que es rizar
el bucle hasta el tirabuzón, pero es lo que hay.
Entonces, la
democracia de uso en esta plaza es como las figurillas que se hacen de molde
para el belén. Si la queremos con barba es un San Antón; si sin ella, una
Purísima. Al gusto.
No hemos vuelto al
estado de alarma para la pandemia, pero sí estamos en un estado comatoso de alarma
democrática.