jueves, 17 de septiembre de 2020

SINDICALISMOS

 


Bruno Trentin (foto tomada de Nueva Tribuna)

 

Me noto cierta incomodidad al leer el artículo de un buen amigo en el que defiende un sindicalismo “a ras de tierra” (otros lo llaman “pegado al terreno”, o bien “de proximidad”). Sé lo que quiere decir, y lo comparto sin reservas. El sindicalismo no debe despegarse jamás del terreno de lo concreto. Sin embargo, su condición de “centauro” ─la metáfora es de Umberto Romagnoli─ le exige además alzar la cabeza hasta las instituciones, mirar lejos, planificar, dirigir.

Siempre, por supuesto, con las robustas patas asentadas en el suelo de la clase.

He dicho la clase: no el oficio, ni la categoría profesional, ni la fábrica. El sindicalismo nació corporativo, es un hecho con el que es preciso lidiar, y que muchas veces sigue interfiriendo en las expectativas y en las formas de lucha.

De la lucha corporativa a la lucha de clase hay un salto conceptual, una visión analógica que señala una dirección determinada al amplísimo colectivo implicado. Si es necesario mantenerse pegado al terreno, habremos de convenir en que el terreno en el que se mueve la clase (o las clases trabajadoras, en plural, no haré remilgos sobre este punto) es ya un terreno distinto, con un horizonte diferente.

Bruno Trentin fue capaz en su discurso teórico y en su práctica como dirigente sindical de llevar las cosas todavía más allá. Él habló de un sindicato “general”, un sindicato ya no basado en la codificación de las categorías y de las retribuciones en la fábrica, en la asignación de funciones, de salarios y de condiciones de ejercicio del trabajo en un contexto fordista-taylorista, sino un sindicato basado en el trabajo (multiforme), en las personas (plurales en sus necesidades y sus expectativas) y en el territorio (como valor autónomo que es necesario proteger y preservar para la sostenibilidad del progreso humano).

Ese “sindicato general” no tiene una función social de cojinete de bolas para evitar un ludir excesivo en los conflictos de clase. Pisa el suelo y mira lejos: a la dignificación del trabajo, a su carácter de inteligencia colectiva, a su capacidad de dar una dirección distinta a un desarrollo económico basado hasta ahora en exclusiva en las premisas capitalistas de las autoatribuidas “clases dirigentes”.

No me sirven otras categorías ampliamente utilizadas para caracterizar al sindicalismo: “crítico”, “de resistencia”, “de confrontación”. El sindicalismo es por naturaleza unitario, pero no único. No agrupa a los “mejores”, a las “vanguardias”, a los “más conscientes”, agrupa tendencialmente a “todos” los que trabajan.

Erga omnes. Independientemente del género, de la raza, de la condición de ciudadanía, de las creencias religiosas, de los estudios realizados, de las capacidades.

Y busca también el progreso de “todos”, con entera independencia de que haya obreros “tontos” que votan a la derecha, o de otras situaciones parecidas.

La terrible fragmentación que existe en el mundo del trabajo hoy, no es culpa de los trabajadores sin conciencia, sino de la superestructura ideológica liberal-rentista que se la ha arrebatado.

El sindicalismo que necesitamos hoy habrá de proponerse una reunificación de todos los trabajadores y trabajadoras, precarios y no precarios, a partir de objetivos sencillos que permitan a todos/as mejorar su condición de vida, y de forma paralela empoderarse para participar con mayor peso colectivo en la vida social y política.