jueves, 6 de mayo de 2021

A LA IRRESPONSABILIDAD LE LLAMAN LIBERTAD


Rafael Sánchez Ferlosio (fuente, La Voz de Galicia).

 

Lo anunció Rafael Sánchez Ferlosio, en una de sus últimas entregas: «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos». La clavó.

Son los años malos, seguramente, lo que nos ciega. En los ochenta del siglo pasado Margaret Thatcher teorizó que la sociedad no existe, solo hay individuos listos que medran a partir de su egoísmo, e individuos tontos que entregan la cuchara en uno u otro momento, y desaparecen de la historia. A propósito, según Thatcher la historia tampoco existe. Si la sociedad no existe, no hay socialismo posible; si no existe la historia, no hay ninguna lección que debamos aprender de ella. Todo se reduce a movimientos peristálticos en busca del provecho egoísta de cada cual. Quien acierta al colocar sus apuestas, pasa a pertenecer al club. Quien falla y muere en el intento, que se joda.

Las enseñanzas de la señora Thatcher han calado en una ciudadanía desamparada por la desaparición del Estado social (ya se ha dicho que lo “social” no existe para los neoliberales; en cuanto al Estado, por el mero hecho de serlo debe ser severamente limitado y castigado. Esa es la doctrina).

Las huestes comandadas por Ayuso han aplicado recientemente la receta thatcheriana, pasada por Trump, en un entorno próximo al nuestro, con gran éxito de público y el encendido aplauso de la crítica mediática y mediatizada.

Conviene puntualizar, entonces, que la irresponsabilidad no es libertad, por mucho que la llamen así. No lo ha sido nunca hasta ahora, y es un poco tarde para innovar en el tema. Lo más grave, con todo, no ese pase de birlibirloque que se ha dado desde el escenario a la ciudadanía madrileña, sino el hecho cierto de que a esa ciudadanía se la pretende utilizar luego como munición destinada a batir contra los muros del nuevo Estado social que está intentando desplegar el Gobierno de coalición progresista a partir de una mayoría parlamentaria bastante precaria.

Es la sanidad pública. Es la educación cívica. Son las relaciones laborales basadas en el diálogo ¡libre! entre las partes. Es el salario menos mínimo. Son las pensiones menos escuálidas. Son los medios imprescindibles para una vida decente para todos/as.

Peligra la viabilidad de un gran pacto social que sucedería al que existió en los llamados Treinta Años Gloriosos (en otros países, aquí en España teníamos franquismo al ajo y agua). Algunos historiadores y economistas lo han llamado “pacto fordista”, por el sistema de producción en serie, en grandes fábricas, creado y promovido por el industrial americano Henry Ford. Las notas de ese pacto eran la garantía de pleno empleo, salarios suficientes para convertir a los obreros en consumidores, y protección social sin exclusiones a la ciudadanía, con cargo a los presupuestos del Estado. A cambio, subordinación total de la fuerza de trabajo a la forma de organizar la producción de mercancías y servicios por parte del empresariado.

El pacto fordista fue desmantelado progresivamente, a partir de las ideas de gente como Hayek y Friedman, y de la práctica política de líderes mundiales como Thatcher, Ronald Reagan y Tony Blair. Sin embargo, solo se desmanteló lo relativo a las obligaciones del Estado, en tanto que los trabajadores siguieron enteramente subordinados (o programados, gracias a la invasión de las nuevas tecnologías informáticas) a sus empleadores.

Es seguramente oportuno y urgente resituar aquel antiguo gran acuerdo, más keynesiano o beveridgiano que fordista, pero no para repetirlo (somos muy conscientes de sus limitaciones), sino para innovar a partir de sus fundamentos, que no deben ser otros que la libertad, más la responsabilidad, de las partes sociales contratantes a través de sus organizaciones.

Lo tengo escrito en un papelito de color rosa que ronda encima de mi mesa desde hace ya varios años. Se trata de una cita del profesor en el Collège de France Alain Supiot, en su libro “El espíritu de Filadelfia” (Península 2011, traducción de Jordi Terré, pág. 132). Dice así:

«El desmantelamiento del ‘pacto fordista’ permite vislumbrar un nuevo pacto social que se fundaría en la libertad y la responsabilidad de las personas, y ya no en su subordinación o en su programación.»

El casoplón de Galapagar es peccata minuta en este pleito. Contra quien apuntan sus baterías mediáticas los grandes de este mundo es contra una ciudadanía libre y responsable, no subordinada y no programada.