miércoles, 26 de mayo de 2021

DE FAROL

 


Una terraza en Madrid en 2019 (fuente, El Periódico)

 

Díaz Ayuso construyó su mayoría parlamentaria madrileña desde dos premisas: primera, la superioridad de la gestión privada de los servicios públicos, y segunda, la apasionante aventura de sentarse en una terraza al anochecer para paladear de forma simultánea la libertad y una caña de cerveza.

Recientes noticias llegadas de la capital del reino establecen que se van a rescindir miles de contratos en la sanidad público-privada, debido a que con la retirada de la emergencia ya no hacen falta sanitarios; y que se prohíbe la proliferación de terrazas en la calle, dado que ya no hay obstáculo vírico para sentarse en el interior del local, como venía siendo costumbre ancestral y entrañable.

La conclusión forzosa es que Ayuso envidó de farol en la pasada campaña: no avizoraba la perspectiva de una colaboración público-privada que mejorara los parámetros de la sanidad, sino pura y simplemente buscaba apoderarse de la gestión de un bien público como la salud desde la óptica del beneficio privado y caiga quien caiga. Expresado en román paladino, trató la salud de los madrileños como una mercancía cualquiera, desde la conocida técnica de abaratar los costos de producción, encarecer los precios de venta al público, y colocar las ganancias en un paraíso fiscal para evitar que la voracidad fiscal del Estado se las robara.

Todo lo cual era ya bien conocido. Quiero traer aquí de nuevo, porque estas cosas tienden a olvidarse, las palabras de Joan Rosell, en mayo de 2015, sobre los servicios públicos. Rosell era patrono de patronos, por entonces, y  sacaba conclusiones del crash de las economías occidentales que sucedió a la quiebra de Lehman Brothers. La idea hegemónica era la necesidad apremiante de empequeñecer al máximo el tremendo engorro de lo público, y dejar vía libre a la mucho más eficiente gestión de los empresarios privados, esos abnegados benefactores de la humanidad.

Dijo Rosell en una rueda de prensa, y cito literalmente: «Tenemos las dos grandes partidas de gasto, que son la Sanidad y la Educación, que seguro que si estuviesen gestionadas por empresarios, con criterios empresariales, yo creo que podríamos sacar mucho más rendimiento y podríamos hacer cosas de mucha mejor manera.»

También Ayuso predicaba (seguramente, no hay constancia escrita) la alternativa de la libertad de la terraza y el Zendal como forma de “sacar mucho más rendimiento y hacer cosas de mucho mejor manera”. Y lo mismo, Clara Ponsatí cuando postulaba una República catalana independiente de ese fardo tan engorroso del Estado opresor. Ponsatí reconoció más tarde que apostaba de farol, cosa que no han hecho aún ni el patrono ni la lideresa. El entonces hombre fuerte de la CEOE ha entrado a partir de la pandemia en un extraño silencio al respecto, de modo que sus planes para mejorar la Sanidad y la Educación, si de verdad los tenía, solo podrán ser conocidos el día del Juicio cuando llegue alguna vez, que ya tarda. Lo más probable de todos modos es que Rosell solo se estaba refiriendo a la mejora de su propia cuenta de resultados, más allá de los dudosos beneficios de su plan para la sanidad y la educación, vistas en conjunto como servicios esenciales para la ciudadanía.

Entonces, queda aún pendiente el tema de Ayuso y las terrazas. La CAM no dispensó ninguna ayuda (cero patatero) para la hostelería, pero permitió a cambio la invasión de las aceras públicas por parte de los establecimientos privados. Eso fue cuando hacían falta los votos; ahora, si te vi no me acuerdo. Clausurada con arcos triunfales la etapa de libertad que condujo a su reelección, volvemos a la prosa del socialcomunismo en las terrazas madrileñas. La cañita de cerveza se la beben ustedes en el mostrador, como está mandado.

Y si les apetece de vez en cuando una bocanada de aire libre, siempre tienen a mano la solución del botellón. El botellón es excelente también, y ampliamente recomendable, para lidiar con la sanidad y la educación privatizadas (guárdenme el secreto).