Una iglesia en el valle de Krom, en la Turquía póntica,
cerca de la ciudad de Gümüshane. (Fotografía “prestada” de un post de Montse
Cardona.)
Llega la noticia de la edición española de otro
libro de Theodor Kallifatides. Es una buena noticia. En “Otra vida por vivir”
(Galaxia Gutenberg 2019), asistimos a la reafirmación de sus orígenes por parte
de un griego trasplantado tempranamente a Suecia. Tenía en Estocolmo a su
mujer, su trabajo e incluso su herramienta profesional (la lengua sueca), muy
lejos del lugar que le vio nacer; había conquistado una parcela amplia de
reconocimiento, y había llegado así a lo que convencionalmente llamamos “la
vejez”: setenta y siete años de vida (yo los cumpliré este septiembre). Pero una
inquietud interna, el deseo de encontrar “lo que había perdido” a lo largo de una
vida azarosa, le llevó a emprender un largo viaje, una peripecia que bien
podríamos llamar “argonáutica”, para volver a Atenas con su madre aún viva, y
acercarse después a Molái, en el Peloponeso, el pueblo donde vivió con sus
padres y donde una profesora de literatura que admiraba sus libros quiso bautizar
con su nombre una escuela secundaria.
Viajamos siempre para encontrarnos a nosotros
mismos; no sirve de nada cambiar de cielo (lo dijo Horacio), si no cambiamos
también de alma.
Y así fue que Theodor emprendió la recherche de su propia alma agazapada detrás
de toda una vida ya vivida. En “Madres e hijos” (GG 2020), cuenta la historia
de su familia, a partir de unas notas autobiográficas escritas por su padre a
petición suya, y de unos días pasados en el barrio ateniense de Gyzi con su
madre, que al enterarse de que proyecta un libro le advierte con severidad: "pon
lo que te parezca, pero nada de palabrotas ni de sexo."
No he dicho hasta ahora, pero no porque lo haya
olvidado, que la traducción de ambos libros al español es de Selma Ancira, y
que su tarea ha sido magnífica. Theodor es para mí, y calculo que para muchos
lectores más, inseparable de Selma. Supongo ─deseo─ que ella se habrá encargado
también de la versión castellana del tercer volumen de la serie, “Lo pasado no
es un sueño”, que aparece ahora mismo y cuenta la complicada juventud del autor,
en un país invadido.
Al principio de “Madres e hijos”, el padre de
Theodor da cuenta del lugar de origen de la estirpe, en la Grecia póntica, hoy
Turquía. Copio esos párrafos, y los dedico en particular a Montse Cardona, que ha
proyectado una excursión a la región para la primavera del próximo año. El
párrafo que transcribo es, me parece, un pórtico adecuado al viaje.
«Mi
abuelo era de una aldea del Ponto, en la comarca de Gémura de la Provincia de
Trebisonda.
El
pueblo se llamaba Mikrá Samáruksa y estaba a veinte kilómetros de Trebisonda
hacia el oeste y a quince kilómetros de la playa más occidental del Mar Negro.
Esa comarca se llamaba Gémura, tal vez por las gémuras, que brotan
espontáneamente y que abundan aun hoy en esa región. Las gémuras son las fresas.
Gémura era y es todavía la patria de los avellanos y ahí se llevaba a cabo un
cultivo copioso de dichos árboles, igual que ahora. Pero también de otros
árboles frutales, manzanos, perales, cerezos, guindales, castaños, nogales y
más abundan en ese lugar y algunos se dan solo ahí y en ningún otro lado. Había
un comercio importante de avellanas con el extranjero, igual que ahora.
En Gémura
estaban los jardines de Eetes, rey de la Cólquida y padre de Medea, famosos
desde la antigüedad. Colquis es hoy el nombre de una aldea ahí, donde hay una
cantidad grande de ruinas.»