viernes, 14 de mayo de 2021

ENCONTRAR LO QUE HABÍAMOS PERDIDO

 


Una iglesia en el valle de Krom, en la Turquía póntica, cerca de la ciudad de Gümüshane. (Fotografía “prestada” de un post de Montse Cardona.)

 

Llega la noticia de la edición española de otro libro de Theodor Kallifatides. Es una buena noticia. En “Otra vida por vivir” (Galaxia Gutenberg 2019), asistimos a la reafirmación de sus orígenes por parte de un griego trasplantado tempranamente a Suecia. Tenía en Estocolmo a su mujer, su trabajo e incluso su herramienta profesional (la lengua sueca), muy lejos del lugar que le vio nacer; había conquistado una parcela amplia de reconocimiento, y había llegado así a lo que convencionalmente llamamos “la vejez”: setenta y siete años de vida (yo los cumpliré este septiembre). Pero una inquietud interna, el deseo de encontrar “lo que había perdido” a lo largo de una vida azarosa, le llevó a emprender un largo viaje, una peripecia que bien podríamos llamar “argonáutica”, para volver a Atenas con su madre aún viva, y acercarse después a Molái, en el Peloponeso, el pueblo donde vivió con sus padres y donde una profesora de literatura que admiraba sus libros quiso bautizar con su nombre una escuela secundaria.

Viajamos siempre para encontrarnos a nosotros mismos; no sirve de nada cambiar de cielo (lo dijo Horacio), si no cambiamos también de alma.

Y así fue que Theodor emprendió la recherche de su propia alma agazapada detrás de toda una vida ya vivida. En “Madres e hijos” (GG 2020), cuenta la historia de su familia, a partir de unas notas autobiográficas escritas por su padre a petición suya, y de unos días pasados en el barrio ateniense de Gyzi con su madre, que al enterarse de que proyecta un libro le advierte con severidad: "pon lo que te parezca, pero nada de palabrotas ni de sexo."

No he dicho hasta ahora, pero no porque lo haya olvidado, que la traducción de ambos libros al español es de Selma Ancira, y que su tarea ha sido magnífica. Theodor es para mí, y calculo que para muchos lectores más, inseparable de Selma. Supongo ─deseo─ que ella se habrá encargado también de la versión castellana del tercer volumen de la serie, “Lo pasado no es un sueño”, que aparece ahora mismo y cuenta la complicada juventud del autor, en un país invadido.

Al principio de “Madres e hijos”, el padre de Theodor da cuenta del lugar de origen de la estirpe, en la Grecia póntica, hoy Turquía. Copio esos párrafos, y los dedico en particular a Montse Cardona, que ha proyectado una excursión a la región para la primavera del próximo año. El párrafo que transcribo es, me parece, un pórtico adecuado al viaje.

«Mi abuelo era de una aldea del Ponto, en la comarca de Gémura de la Provincia de Trebisonda.

El pueblo se llamaba Mikrá Samáruksa y estaba a veinte kilómetros de Trebisonda hacia el oeste y a quince kilómetros de la playa más occidental del Mar Negro. Esa comarca se llamaba Gémura, tal vez por las gémuras, que brotan espontáneamente y que abundan aun hoy en esa región. Las gémuras son las fresas. Gémura era y es todavía la patria de los avellanos y ahí se llevaba a cabo un cultivo copioso de dichos árboles, igual que ahora. Pero también de otros árboles frutales, manzanos, perales, cerezos, guindales, castaños, nogales y más abundan en ese lugar y algunos se dan solo ahí y en ningún otro lado. Había un comercio importante de avellanas con el extranjero, igual que ahora.

En Gémura estaban los jardines de Eetes, rey de la Cólquida y padre de Medea, famosos desde la antigüedad. Colquis es hoy el nombre de una aldea ahí, donde hay una cantidad grande de ruinas.»