Conciliación de trabajo y vida familiar, más o menos según
los parámetros propuestos por los portavoces de nuestras clases pudientes. (Un
arrozal en Indochina.)
El movimiento del 15M cumple hoy diez años. No
ha vencido, no ha cumplido los objetivos ambiciosos para los que nació, pero
tampoco está muerto. Aquella gran sacudida de conciencias nos trajo la
indignación colectiva como un principio de remedio (“Indignarse no basta”,
señaló Pietro Ingrao) contra la postura farruca del gran capital y la gran
derecha, para los cuales la economía equivale a la prosperidad de los grandes
negocios, y las personas de carne y hueso vienen detrás, pero lejísimos. En
expresión recientemente reactivada por Florentino Pérez, la “gente” común se
beneficia de lo que rebosa del vaso lleno de los ricos; y cuando se intenta
poner obstáculos maliciosos a ese rebosar “con ecos de cristal y espuma” que
diría Antonio Machado, los pobres salen perdiendo inevitablemente porque ya no
les llegan a la boca ni el líquido sobrante de las copas aflautadas ni las
migajas del banquete con el que se han saciado los poderosos.
Aquella era la mentalidad que imperaba el 14M,
después de tres años largos de austeridad (austericidio lo llamamos) para
conjurar la crisis que sucedió a la quiebra de Lehman Brothers, una empresa de consulting financiero. Fue una crisis provocada
por los despilfarros de los ricos y pagada a escote por las ciudadanías
indefensas y desempoderadas de cualquier poder. En España se retocó la
Constitución con nocturnidad y sigilo para eliminar toda veleidad de deuda
pública, a pesar de que la deuda acumulada era principalísimamente privada; se
emprendió el rescate con dineros públicos de los bancos privados malversadores, y las elecciones generales en
un país deprimido dieron paso al gobierno de un partido de la derecha “sensata”
que echó rápidamente la zarpa a los derechos laborales establecidos y
desreguló todo el sistema de protección del empleo y de prevención social.
También saqueó sin miramiento la hucha de las pensiones, para entregar a la
ingeniería financiera el ahorro acumulado por años de cotización de
generaciones de asalariados. La ingeniería financiera se tragó todo aquel fondo
de sudor y lágrimas de una sentada.
Sin el 15M no habríamos llegado aquí, nos
habríamos quedado por el camino. Fue algo grande, magnífico, un fortísimo
impulso colectivo crecido desde abajo. Nos reencontramos a nosotros mismos,
ejercimos el optimismo de la voluntad, creamos nuevas organizaciones
partidarias o sociales que han dado el juego que han dado y están en el estado
en el que están, pero han cumplido de sobras el papel de revulsivo social que fue su marchamo en el momento de la aparición.
En la trinchera de enfrente siguen estando los
mismos de hace diez años, con la misma mentalidad de siempre. Pablo Hernández
de Cos, gobernador del Banco de España, uno de los componentes del selecto club
de banqueros con ingresos superiores al millón de euros anual, acaba de repetir,
tal vez a modo de celebración particular de la fecha, su recomendación consuetudinaria:
las subidas del salario mínimo tienen un efecto contraproducente porque desincentivan
la contratación, y es preciso abaratar y aligerar el despido, porque la rigidez
del mercado de trabajo perjudica el relanzamiento de la economía.
Señor Cos, esas recetas que vuelve usted a proponernos ahora ya fracasaron hace diez años. Como banquero será usted una eminencia,
pero como persona humana no pasa de un pingo. Recuerdos a la familia y que lo
pase bien.