Gaza. Aquí no hay sexo explícito, solo
desfachatez y chulería de un lado, y miedo cerval del otro.
Les croquants vont en ville, à cheval
sur leurs sous
Acheter des pucelles aux saintes
bonnes gens
Les croquants leur mettent à prix
d'argent
La main dessus, la main dessous*
G. BRASSENS, ‘Les Croquants’
La prensa airea que Bill Gates,
el rico más famoso del mundo, tenía relaciones con empleadas de Microsoft.
Howard Hughes se hacía llevar
las actrices más cotizadas a su mansión de lujo o a su avión privado, y allí
las sometía a complicados ejercicios sexuales en los que el contacto físico quedaba
subordinado a una profilaxis rigurosa en prevención de infecciones.
Estaba chalado, pero era
una locura con cierta grandeza (de algún modo más bien dudoso). En cambio, tirarte
los fines de semana a una empleada de la firma en cuyo organigrama ocupas una posición
relevante, como hacía Fred McMurray con Shirley McLaine en “El apartamento”, es
una conducta rastrera, impropia de un multimillonario que debería ser ejemplo
para la ciudadanía en unos tiempos en los que el éxito lo es todo.
Pues no. Melinda ha acabado
por hartarse, a pesar de tantas fundaciones benéficas en común, y ahora están los
dos en un divorcio que, este sí, va a ser digno de la leyenda de sus
protagonistas y quedará en las crónicas. Algo es algo.
No ha sido el único caso
de prepotencia sexolaboral, desde luego, recuerden a Bill Clinton con la
becaria, y a Ted Kennedy con Mary Jo, que tuvo la desgracia de ahogarse en una
noche de borrachera. O al dictador Trujillo, como nos lo ha contado Vargas
Llosa en “La fiesta del Chivo”.
Y retrocediendo muchos
siglos en el túnel del tiempo, recuerden al sultán que se llevaba cada noche a
una súbdita virgen de buena familia a su lecho, y la mandaba decapitar con las
primeras luces del alba. Hasta que se presentó la princesa Sheherezade, capaz
de mantener distraído al capullo con cuentos chinos durante mil y pico de
noches, lo que le permitió finalmente sobrevivir.
No es la erótica del poder,
desde luego, sino el ejercicio impune de la prepotencia lo que mueve a tantos
Weinstein a comportarse como lo hacen. En un mundo abismalmente desigual, esa
desigualdad se tiene que notar mucho pero mucho, para que el afortunado varón
pueda sentir la inmensa satisfacción de haberse conocido. No es la capacidad de
seducir sino la de inspirar miedo, humillar, ensuciar.
Trasladen esta pauta de
comportamiento de los poderosos a otros ámbitos, y funciona de la misma forma. Lo
esencial es que el campesino, el inmigrante ilegal, el palestino, sepa que no
es nadie, que depende de forma absoluta de otra persona. Y hacérselo sentir. Un
ejercicio rutinario por parte de las mafias que controlan el tráfico de pateras
entre África y Europa es la violación de las jóvenes migrantes. Está incluido
en el precio del pasaje.
(*) “Los pudientes bajan a la ciudad cabalgando en su
dinero, para comprar doncellas a las santas buenas gentes. Los pudientes pagan
precios muy altos por meterles mano, por aquí y por allá.”