Organigrama de las jerarquías institucionales en nómina de la Generalitat de
Cataluña, en el tímpano del portal de la abadía de Moissac.
Un titular de La Vanguardia me informa
de que los Comuns han roto con ERC, y en consecuencia es un poco
más probable que Cataluña vaya a un nuevo proceso electoral.
No viene de aquí, pienso. Por poner las urnas, que no quede. Estas cosas se sabe cuándo empiezan (hay constancia suficiente en
las hemerotecas), pero nunca cómo ni de qué manera van a acabar.
Pere Aragonès Garcia se las prometía muy
felices, era el señalado por los dioses. Pero en la leyenda áurea, los dioses
señalan digitalmente solo a aquellos a quienes quieren perder.
Faltan doce días, según contabilidad rigurosamente
establecida en un blog vecino, para que el plazo anunciado se cumpla, y los
ejércitos de los traidores y los traicionados se enfrenten de nuevo a muerte en
la llanura de Armageddón, que ya ha visto unas cuantas de estas exhibiciones a
ultranza.
Aquel joven “en mitad del camino de su vida” que
cruzó con gesto despreocupado, el pasado día 14 de febrero, festividad de San Valentín,
el umbral del reino oscuro donde un letrero le avisaba de que abandonara toda
esperanza, ha llegado desde entonces, en un descenso de los llamados “a tumba
abierta”, hasta el círculo inferior, el séptimo, del abismo en el que gimen los
condenados. En su deambular le ha acompañado un guía proporcionado por los
poderes infernales: Jordi Sánchez se llama, que no Virgilio. Su misión ha sido
explicar a Aragonès de forma elocuente la miseria en la que gimen unos 700
altos cargos de la Generositat en riesgo inminente de verse defenestrados sin
trienios ni quinquenios.
El viajero horrorizado y su tétrico guía no han
hecho a lo largo de su excursión avance
de ninguna clase, sino que se han movido en un bucle melancólico cuyos ecos han
ido repitiendo un ritornelo monótono, siempre el mismo, cada vez con más
fuerza: No… Nada… Nadie… Nunca…
Los expertos señalan que aún existe la
posibilidad de un arreglo de última hora. El Mesías descendería del Puigdemonte
Tabor envuelto en el resplandor de su gloria, y mientras ángeles luminosos
entonarían el himno “Waterloo in excelsis”, el catecúmeno novicio sería conducido
al ara sacrificial y allí el sumo sacerdote lo partiría diestramente en varios
trozos, que servirían de alimento a las distintas conselleries concernidas.
No seré yo quien ponga la mano en el fuego por
la imposibilidad de que un evento maravilloso de este tipo venga a suceder en
esta hora crucial y en este país marcado por la predilección del Más Alto, más sus
72 ancianos, más el coro de sus Profetas, todos ellos necesitados también del
maná celestial de una sinecura emanada de los presupuestos de la Ge.
Lo que sinceramente no veo de ninguna forma es
lo que saldríamos ganando en conclusión los catalanes de a pie considerados en conjunto,
con un pacto así.